Ante el apabullante despliegue de fotografías de My life in pictures (Mi vida en imágenes) es fácil entender por qué dos titanes del rock como George Harrison y Eric Clapton cayeron rendidos ante el encanto de la modelo Pattie Boyd. El primero le dedicó "Something", y el segundo, "Layla", dos de los más grandes temas de amor del rock. Gracias a las fotos podemos intuir qué vieron en ella, aunque no nos permitan apreciar ese ‘algo en su forma de moverse’ que enamoró al Beatle. Sí vemos, en cambio, su elegancia y espontaneidad, y la seducción de su figura estilizada y sus piernas. La suya es una atracción que cautiva sin ser avasalladora ni abrasadora. En un prefacio para su libro, el Rolling Stone (y amigo personal) Ronnie Wood la describe como “un original icono de la belleza natural” y resalta de ella su capacidad para apreciar tanto lo sublime como lo ridículo.
También nos muestran las fotos la seducción de unos ojos en cuya superficie estalla una alegre inocencia, mientras al fondo se vislumbran el misterio y la oscuridad. Si se miran con cuidado, en algunas imágenes pueden intuirse las cicatrices de una infancia y una adolescencia complicadas, con dos padres (natural y postizo) que no supieron estar a la altura: fueron infieles, bebían de más y tenían tendencia a la violencia. Una estructura familiar fallida que se replicaría en parte en sus propios matrimonios con Harrison y Clapton. El amor que ambos la tenían no les impedía serle infiel con amantes ocasionales y a veces sin disimulo. Y los excesos con el alcohol se replicaron en sus propios hogares.
Hace un año y medio, Boyd visitó España para respaldar el estreno del documental Beatles e India en la Semana Internacional de Cine de Valladolid. Con 77 años a sus espaldas (ahora 79) seguía conservando parte de su atractivo y misterio, si bien ahora macerado por la madurez, con la ayuda de años de tratamiento con psicoterapeuta. “Es un honor haber inspirado esas canciones”, aseguró con modestia, y por un instante parecía la misma chica tímida de su juventud. “Qué experiencia tan intensa. Casi se me había olvidado lo fabuloso que fue todo aquello”, comentó en referencia a la aventura india de los Beatles, que ella vivió en primera persona e intensamente, como muchos otros acontecimientos de la vida de los ‘Fab four’.
'My life in pictures'
Las fotos que ha recogido en My life en pictures, editado por Reel Art Press hace unos meses, sólo en inglés, proceden de su archivo personal y abarcan todas las facetas de su dimensión como personaje público. Hay, por descontado, abundantes fotografías con George Harrison y los demás Beatles, amén de con el guitarrista Eric Clapton y otras celebridades. Pero al lector contemporáneo sorprenderán, sobre todo, las que muestran su trabajo como modelo, una faceta en la que ya había destacado antes de conocer a los de Liverpool. De hecho, el editor Dave Brolan, que escribe uno de los breves textos del libro, destaca que Boyd puede ser considerada como una de las primeras ‘supermodelos’, entendiendo por tales a aquellas que superaron el anonimato y aparecían con nombre propio. Junto con Jean Shrimpton, que la precedió, y Twiggy, que llegó después, fue el rostro de los cambios sociales, la desinhibida libertad y el frenético dinamismo del ‘swinging London’ de los sesenta.
“Londres pertenecía a los jóvenes. Todas las viejas estructuras de clase de la generación de nuestros padres se desmoronaban. Todas las viejas costumbres sociales estaban siendo barridas”, recordaría Pattie Boyd en su autobiografía ‘Un maravilloso presente’ (Circe). “Todo lo que importaba era qué sabías hacer, qué podías crear. Los baronets bohemios fumaban hierba abiertamente, las hijas de los duques salían con peluqueros y todo el mundo hacía cortes de manga a los convencionalismos de su juventud y a las aspiraciones de sus familias. La capital bullía de creatividad, rezumaba energía. Todo era posible, y el dinero no era la llave que abría todas las puertas”.
Son los tiempos que generaron algunas convicciones muy extendidas todavía hoy: la idea de la vida entendida como acumulación de experiencias, el rechazo de cualquier cosa que se pareciera a la rutina o la normalidad, el gusto por las vivencias intensas y la exploración… La propia vida de Pattie Boyd revelará el reverso oscuro de aquel sueño: “No teníamos modelos de conducta; no sabíamos que las drogas eran peligrosas en potencia, ni que nuestros amigos podían acabar adictos o matarse con una sobredosis. Aún no habíamos visto a nadie caer en una espiral fuera de control”, explica en su autobiografía. Boyd, desde luego, tuvo oportunidad de descubrir todo eso.
La modelo conoció a George Harrison en el rodaje de Qué noche la de aquel día, en 1964. La carrera de los Beatles había despegado justo el año anterior, con sus dos primeros discos de larga duración, ‘Please, please me’ y ‘With the Beatles’, de los que se cumplen ahora 60 años, y se había desatado la beatlemanía, que la película tan bien refleja. Nada más conocerla, el Beatle la pidió que se casara con él, pero ella, lógicamente se lo tomó a broma. Aunque fue el inicio de una relación que le permitió vivir en primera persona todo el devenir del grupo. También el modo como fueron iniciados a la fuerza en el consumo de LSD por su dentista, el doctor John Riley, que se lo puso en el café cuando ya se disponían a irse para asistir al concierto de unos amigos. El cabreo de todos al enterarse fue monumental, y el viaje se convirtió en una pesadilla. Así lo recuerda Boyd en ‘Un maravilloso presente’: “Durante el trayecto el coche nos pareció cada vez más pequeño (…) La gente no paraba de reconocer a George y de acercarse a él. Tan pronto los veíamos enfocados como desenfocados, y adquirían un aspecto animal. Nos agarramos los unos a los otros con una sensación surrealista”. Pese a ello, el doctor, al que Lennon dedicaría su canción ‘Dr. Robert’ logró su objetivo y el ácido se convirtió en parte del proceso creativo de los Beatles. Hasta que empezaron a ver sus consecuencias menos divertidas.
La revelación le llegó a Harrison durante una visita al barrio de Haight-Ashbury, en San Francisco, una zona residencial que había sido tomado por los hippies. Allí George y Pattie estuvieron a punto de ser agredidos tan sólo porque el Beatle rechazó una droga que se le ofrecía. “Nos abrió los ojos”, recuerda Boyd. “Esa gente no tenía nada remotamente artístico ni creativo; eran como alcohólicos o cualquier otra clase de adictos, lo que hizo que George perdiera el interés por la cultura de las drogas”.
Habían roto todas las reglas previas, pero nadie había inventado otras nuevas y cada uno actuaba como se le iba ocurriendo. En el caso de Harrison, combinaba intensas temporadas dedicadas casi en exclusiva a la meditación, con otras en las que se lanzaba a la juerga ‘material’ con frenesí. Tanto en un caso como en otro, su mujer solía quedar fuera, aunque aún más en los periodos ‘místicos’. Ese desgaste, y la certeza de las frecuentes infidelidades del guitarrista, fueron derribando el muro que la modelo había levantado frente a un Clapton que, una vez que le declaró su amor con su canción ‘Layla’, no dejó de perseguirla y enviarle cartas durante tres años.
La creciente sensación de estar abandonada y vacía la llevó a lanzarse a la aventura con el autor de ‘Wonderful tonight’, otra de las canciones que dedicó a la modelo. Pero el infierno no fue a menos, sino a más. Porque Clapton podía ser muy divertido, pero tenía un problema grave de adicción a la heroína, primero, y al alcohol, después, que superaba todo lo que Pattie Boyd había conocido. Y si Harrison le había sido infiel, Eric lo fue más, y con más descaro, e incluso tuvo un hijo con otra mujer, Lori del Santo. El hijo que, tras morir prematuramente, inspiró ‘Tears in heaven’.
Desde la distancia del tiempo, en su autobiografía (publicada originalmente en 2007, dos décadas después de haber cerrado ambas relaciones), lamenta no haber defendido lo suficiente su matrimonio con Harrison. “Lamento haber permitido que Eric me sedujera; me habría gustado ser más fuerte. Creo que el matrimonio es para toda la vida y, cuando las cosas se torcieron entre George y yo, debería haber apretado los dientes y resolver que podíamos salir de esa sonriendo”, recapacita en Un maravilloso presente. Y, sin embargo, cree que la intensidad de la experiencia con Clapton mereció la pena. “Pero si me hubiera resistido a Eric, nunca habría conocido esa pasión tan increíble, y esa clase de intensidad no abunda. Reconozco que pagué un precio muy alto, pero fue proporcional a la intensidad del amor que conocimos”, asegura Boyd. Y añade: “También me habría gustado saber que no tenía que ser un felpudo, ni permitir que mis dos maridos me engañaran de forma tan descarada”.
De la mano de sus ‘mitológicos’ maridos, Boyd se introdujo en la peculiar burbuja de irrealidad de las estrellas del rock, cuyas vidas estaban dirigidas y controladas por unos managers que se ocupaban de resolver todos los aspectos de su vida. Antes de pedirle la mano a Pattie, Harrison tuvo que hablar con Brian Epstein para saber si la boda no interferiría con alguna gira. Pero la injerencia fue aún peor en el caso del mánager de Clapton, Roger Forrester, que literalmente se inventó la boda, por una apuesta, cuando Boyd llevaba semanas separada del guitarrista. Pero se había apostado 10.000 libras a que conseguiría que los periódicos del día siguiente incluyeran una foto de Clapton y lo logró de ese modo. Esa mañana tuvieron que llamar a toda prisa a una desconcertada Pattie Boyd que, pese a todo, dijo que sí.
Era difícil pasar de ser la mujer de una estrella de rock, con alguien a tu disposición que se ocupaba de todo a un ex sin nada
La burbuja de las estrellas les liberaba de todas las pequeñas molestias de la vida, desde pagar impuestos a reservar los hoteles de las vacaciones o todo lo demás. Cuando la modelo tuvo que volver a la realidad, tras divorciarse de Clapton, se encontró con que ya no sabía ni cómo usar el transporte público.
“Era difícil pasar de ser la mujer de una estrella de rock, con alguien a tu disposición que se ocupaba de todo a un ex sin nada”, recuerda en su autobiografía ‘Un maravilloso presente’. “Desconocía por completo las cosas prácticas de la vida cotidiana que todos los demás daban por sentado. No sabía cómo pagar el impuesto de circulación del coche, o sacar la licencia de televisión. No sabía de facturas del agua, ni de tarifas, y nunca había pagado una factura de la luz o del teléfono”. Adaptarse a la nueva realidad no fue fácil, pero finalmente encontró su camino como fotógrafa, detrás de las cámaras, y el libro ‘Mi vida en imágenes' recoge también algunas muestras de su trabajo.
“Me gusta ver la luz en el rostro de la gente y ser capaz de capturarla. Cuando logró apresar la belleza del instante me causa una profunda emoción”, declaró en la Seminci de 2021. La que fue diana de las cámaras, busca ahora su lugar tras los objetivos, liberada de la pesada losa de la leyenda, pero espoleada por los recuerdos. Quizás sea la evolución lógica, después de todo.