La familia real de Prusia veraneaba en Bad Ems, una típica ciudad-balneario alemana, cuyas aguas bicarbonatadas eran famosas desde la antigüedad. Curaban toda clase de enfermedades, pero sobre todo la esterilidad femenina. Aquí vino a tratársela Agripina la Mayor, la nieta de Augusto, con nefastas consecuencias, pues las aguas resultaron efectivas y engendraría a un monstruo, el emperador Calígula, un loco cruel y pervertido.Pero en el siglo XIX nadie pensaba en esta sombra sobre la historia de Bad Ems, que era uno de los lugares más amables de Europa, frecuentado no sólo por la realeza alemana, sino por los zares de Rusia, el rey de Dinamarca o Luís de Baviera, el Rey Loco. Tanta testa coronada puso de moda entre la aristocracia de la sangre y el dinero a esta pequeña ciudad que se extendía por la ribera del río Lahn. Allí se asomaban el balneario principal y los grandes hoteles, edificios tan majestuosos como el palacio real de Berlín, o una hilera de villas encantadoras, como Shloss Balmoral, donde Wagner compondría su ópera Parsifal.Dostoyevski, por su parte, escribió aquí su obra cumbre, Los hermanos Karamazov, aunque no lo hizo en una villa de ensueño, sino en una pensión barata. Dostoyevski era capaz de anular todo el glamur de un sitio como Bad Ems, a donde iba no tanto por los baños como por el casino, el más antiguo de Alemania, creado en 1720. El escritor era un ludópata y, en las cartas que escribía a su mujer, mostraba su hastío por la compañía que encontraba en Bad Ems, la alta nobleza rusa o judíos enriquecidos en la banca y las finanzas, todos ellos “sin atractivo”.Dostoyevski debía ser el único veraneante que en realidad se lo pasaba mal en Bad Ems, pues todo el mundo lo consideraba un perfecto lugar de placer. El zar Alejandro II de Rusia incluso se llevaba trabajo, para poder prolongar su estancia en el balneario. Aquí firmó el llamado “Ukase de Ems”, que prohibía la lengua ucraniana, una de las causas históricas origen del actual conflicto entre Ucrania y Rusia.Guillermo I, el rey de Prusia, venía en cambio a relajarse. Le gustaba deambular por el agradable Paseo de las Fuentes, junto al río, sin séquito ni protocolo, como un respetable veraneante más. Por eso se sintió tan molesto cuando aquel 12 de julio de 1870 le abordó allí el conde Benedetti, embajador de Francia, con la exigencia de que renunciase “para siempre” al trono de España. Han leído bien, “al trono de España”, que en ese momento llevaba casi dos años vacante, pues Isabel II había sido destronada durante su veraneo de 1868.Naturalmente, todas las potencias europeas habían presentado candidatos a la corona española. El general Prim, que era quien mandaba, se lo había ofrecido finalmente al candidato de Prusia, un sobrino del rey Guillermo llamado Leopoldo de Hohenzollern-Sigmaringen. Con un apellido así era inevitable que los españoles hicieran chistes, y enseguida el pretendiente alemán era llamado “Ole ole-Si me eligen”. Mal augurio para su candidatura, aunque lo que la echó para atrás fue la violenta reacción francesa. El emperador Napoleón III respaldaba a un príncipe francés y se puso amenazante. El padre de “Ole ole-Si me eligen” pensó que no valía la pena enfrentarse a tales obstáculos, y anunció públicamente la renuncia del príncipe Leopoldo al trono español.Asunto zanjado, pensaron todos. Todos menos Napoleón III, que en realidad estaba buscando una excusa para enfrentarse con Prusia. Las cosas iban mal para el Segundo Imperio francés, las protestas internas eran cada vez más estruendosas, y Napoleón III pensó que un conflicto con un secular enemigo exterior como Prusia, uniría a los franceses alrededor del trono. Por eso hizo que el conde Benedetti, embajador de Francia en Berlín, tomase el tren y fuese a Bad Ems a hablar directamente con el rey de Prusia.
Ruptura del protocolo
“El conde Benedetti me interceptó en el paseo de forma impertinente”, fueron las palabras del rey Guillermo. El enviado francés pretendía que el rey prusiano se comprometiese a no respaldar jamás a los Hohenzollern. Naturalmente Guillermo I rehusó hacerlo y, posteriormente, le envió un ayudante de campo a decir al embajador que Su Majestad no tenía nada que decir y no volvería a recibirle.El embajador había roto las sagradas leyes del protocolo, pero Guillermo le había dado con la puerta en las narices. Era un incidente diplomático, pero no tendría mayor importancia si ambas partes no estuvieran buscando una excusa para la guerra. El rey le mandó a Bismarck, el hombre fuerte del gobierno prusiano, lo que se convertiría en el famoso “telegrama de Ems”, contándole lo sucedido y autorizándole a hacerlo público, y Bismarck utilizó a la prensa para que pareciese que había ofensa francesa y desaire alemán.
Los periódicos caldean el ambiente
Los periódicos se encargaron de caldear el ambiente. El 13 y el 14 de julio hubo manifestaciones nacionalistas en Berlín y en París, y el diario La France informó que el gobierno francés estaba preparando una declaración de guerra. Puede que en ese momento fuese una exageración periodística, pero lo cierto es que el 19 de julio de 1870 Francia declaró la guerra a Prusia.Bismarck se había salido con la suya. Quería la guerra tanto como Napoleón III, porque pensaba –con razón- que una guerra con Francia haría que los diversos estados alemanes se uniesen detrás de Prusia, alcanzando así la unidad de Alemania. Pero Bismarck no quería declarar la guerra porque, si no la ganaba, tendría consecuencias políticas adversas. Napoleón III cometió precisamente ese error. Declaró la guerra, la perdió en el campo de batalla, y esa derrota le costó perder la corona y morir en el exilio.Lo sucedido en un mundano lugar de vacaciones y turismo de lujo junto al río Lahn hizo desaparecer al Segundo Imperio Francés, pero dio lugar a que surgiese otro Imperio, el Reich alemán. Para Guillermo I, nombrado Káiser (emperador), fue un veraneo redondo.