Discutir sobre etiquetas políticas es engorroso y aburrido. El ser humano más simple resulta demasiado complejo como para encajar en una sola. En su primer libro, ¡Me cago en Godard! Por qué deberías adorar el cine americano (y desconfiar del cine de autor) si eres culto y progre (Arpa, 2019), el periodista Pedro Vallín hace una apología de Hollywood que se alarga durante 285 páginas, describiendo un batalla cultural -conocida y seguramente superada- de cinéfilos 'progres' amantes de los taquillazos de Hollywood contra culturetas rancios que reivindican las películas europeas de autor. La tesis es que la industria de California produce historias que encajan en la categoría de "cuentos" (narraciones populares previas a la literatura) mientras que el cine europeo recoge lo más reaccionario de la tradición burguesa de la novela. El libro ha sido recibido con justificado interés por la prensa, ya que eleva las ambiciones del debate cultural habitual. Otra cosa es que las colme.
Para empezar, antes de abrir la primera página: Hollywood presenta una larga y exitosa tradición de adaptación de novelas, igual que el cine europeo presta atención a sus mitos nacionales previos al siglo XVII, cuando nace la novela moderna con El Quijote. En segundo lugar, es dudoso que estemos ante dos industrias, mas bien -de manera creciente- representan dos divisiones de la misma. Los festivales y productoras llamadas alternativas no representan ya una fuerza antagonista para Hollywood, sino más bien una dócil cantera donde escoger nuevas apuestas. Como bien explica Vallín, 'Cahiers Du Cinema' (biblia del cine europeo de vanguardia) reivindicó el valor cultural de los artesanos de Hollywood, mientras los ejecutivos de Los Ángeles siguen con máxima atención a cualquier autor con carisma del viejo continente, ya que esto siempre es susceptible de rentabilizarse (caso de Almodóvar, Haneke o Cuarón). Con esto quiero decir que, en la guerra que nos cuenta el texto, hay menos en juego de lo que parece.
Sodoma y Gomorra
El nivel de sumisión del ensayo a la industria del cine de Estados Unidos llega a rozar el publirreportaje. En la página 77, por ejemplo, encontramos una descripción de Hollywood como "un espacio de libertad, activismo, pensamiento subversivo, intelectuales epicúeros y desenfreno hedonista. El lugar donde Errol Flynn daba grandes fiestas de alcohol y drogas mientras tocaba el piano con su miembro viril. Hollywood ha sido lo más parecido a las legendarias Sodoma y Gomorra que ha parido la civilización occidental. Al menos, hasta que inventamos Magaluf", escribe. Dan ganas de meterse en la máquina del tiempo y avisar a los manifestantes de Mayo del 68 de que todo lo que pedían ya estaba en marcha en Los Ángeles y que por tanto no había motivos para las barricadas, bastaba con sacarse un billete de avión.
Vallín se enfrenta de manera rotunda (algunas veces, con condescendencia) a todo el que analice el cine con una perspectiva distinta del paradigma 'progre'
Hay otras posiciones desconcertante, como apoyarse en textos de Walter Benjamin para defender el paradigma progresista cuando una de las principales contribuciones del filósofo alemán fue su feroz crítica de la idea moderna del progreso, que hoy sigue siendo dominante. En general, Vallín se enfrenta de manera rotunda (algunas veces, con condescendencia) a todo el que analice el cine con una perspectiva distinta del individualismo 'progre'. Sus cosmovisiones culturales más detestadas son el marxismo y el catolicismo, que considera consuelos culturales fetichistas.
Ilustra su postura compartiendo la anécdota de una sobremesa donde charló con un concejal comunista sobre la película 'Hormiga' (1998). Admito que funciona perfectamente, pero cabe dudar que tuviese el mismo resultado si la charla hubiese sido con Pier Paolo Pasolini, cumbre del cine de autor europeo, 'compañero de viaje' del Partido Comunista Italiano y de honda visión cristiana. El problema es que el pensador italiano era cualquier cosa menos un aburrido meapilas maniqueo. La visión de Vallín contrapone las nociones de "placer" y "deber moral" , cuando tantas veces lo segundo es un camino meditado para disfrutar plenamente de lo primero.
Semillas inmortales
¿Lo mejor del libro? La segunda parte, de la página 139 a 208, donde repasa los distintos arquetipos de Hollywood y las cargas políticas que conllevan. Se trata de un análisis en la línea de La semilla inmortal: los argumentos universales en el cine, el libro de los profesores Jordi Balló y Xavier Pérez, que ganó de manera merecida el premio Anagrama de ensayo en 1997. Se trata de un análisis claro y brillante de las 21 tramas más frecuentes en la historia del cine. Tampoco se puede negar que Vallín ha visto muchas películas y sabe manejar los ejemplos en su favor.
¿Lo peor? El desden con el que trata a sus adversarios políticos. Incluso coincidiendo con sus rechazo acerca del llamado 'marxismo cultural', los cuestionamientos resultan algo gruesos, además de indistinguibles de los que merecen la corrección política o el esnobismo. El análisis cultural marxista más sustancioso está representado por críticos culturales mayúsculos (con frecuencia, divertidos) como Terry Eagleton, César Rendueles y Manuel Vázquez Montalbán. Vallín describe su propio libro como "provocador", "soez" y "una insolencia", cuando en realidad es bastante previsible. Las reflexiones sobre cine de un crítico derechista y católico como Juan Manuel de Prada -prueben con Los tesoros de la cripta, 2018- suenan mucho más incorrectas y desafiantes. Lean y comparen.