Si al cinismo de Donald Trump unimos la desfachatez de Cantinflas nos sale Andrés Manuel López Obrador, capaz de acusar a Hernán Cortés de la muerte de Manolete. ¿Qué más da decir esta tontería o que los conquistadores españoles del siglo XVI tienen la culpa de que México sea hoy el país más corrupto del mundo?
Pero AMLO –como llaman a López Obrador los suyos- no es original, echar la culpa de lo que pase ahora a "la Colonia" (la etapa española) es una especie de mantra en el país azteca. Cuando visité México en los años 90, los periódicos contaban como algo normal que dos comisarías de policía se habían disputado el botín de un atraco. Los agentes de una comisaría asaltaron la otra, secuestraron al comisario y lo asesinaron. Me invitó a comer en petit comité el ministro del Interior, y le planteé que cómo podía soportarse semejante nivel de corrupción. Se encogió de hombros y dijo: "Bueno, verá, todo empezó con la Colonia…". Lo que pasa es que cuando los mexicanos, que son tan listos como simpáticos, te dicen eso cara a cara, ponen un gesto y un tono que le quita lo ofensivo a la frase. Notas que te quieren decir: mire, yo tengo que afirmar estas tonterías para que se mantenga en pie el tinglado. Porque quienes te dicen eso son los descendientes de los españoles que detentan todo el poder, no los indígenas.
En el tiempo que pasé en México todos los ministros, grandes empresarios, popes de la cultura o banqueros que conocí eran más blancos que yo. Los mandos subalternos, los profesionales, presentaban todos los matices del criollo, desde unas gotas de sangre india al mestizaje. Y los que nos servían el café en las reuniones eran indígenas. Es la clase dirigente, tan española como nosotros, la que ha inventado el discurso indigenista para "mantener el tinglado". Echen una mirada a la galería de presidentes de dos siglos de República mejicana. De 70 solamente hubo tres con, más o menos, sangre india.
En México hay que mantener un doble discurso, condena de lo español, pero naturaleza muy española, una típica relación de amor y odio. Presencié la fiesta del caballo, un desfile fabuloso de miles de caballistas y amazonas por el emblemático Paseo de la Reforma. De pronto el presentador anunció: "¡Aquí vienen los caballos del Casino Español!". Y aparecieron seis soberbias jacas andaluzas marcando el peculiar paso de la alta escuela española, montadas por seis caballistas de sombrero cordobés y mirada altanera, auténticos señoritos de Jerez de antes de la guerra. Al día siguiente, unánimemente, los doce diarios que había en Ciudad México (todos sostenidos por el Gobierno, incluidos los de la oposición) sacaban en portada, ilustrando la crónica de la fiesta del caballo, a las jacas andaluzas. Y eso que había miles de magníficos caballos mexicanos –llevados por Hernán Cortés, por cierto.
Lo cierto es que para muchos de los pueblos nativos que encontró Cortés, los aztecas eran peores que los españoles
La figura de Cortés no es la de un santo, sino la de un conquistador, y eso en el siglo XVI implicaba unas prácticas de violencia y crueldad que hoy nos horrorizan, pero no se puede juzgar el pasado con los parámetros del presente. Lo cierto es que para muchos de los pueblos nativos que encontró Cortés, los aztecas eran peores que los españoles. Habían organizado un imperio agresivo que sojuzgaba a los pueblos vecinos, con los que alimentaban un culto espantoso de sacrificios humanos y canibalismo, según las propias fuentes indígenas. En cuanto vieron una oportunidad de librarse de la tiranía azteca, los totonacas primero o los tlaxcaltecas después se aliaron con Cortés, proporcionándoles millares de guerreros. Es esa alianza hispano-indígena la que explica la conquista de México, porque los españoles eran muy pocos, unos 500, sólo tenían 30 caballos y 14 piezas de artillería ligera, y enfrente había un imperio que podía movilizar 100.000 guerreros.
Pero la corrupta clase política mexicana prefiere mantener el cliché del "genocida" Cortés, cuando para la mitad del país fue un liberador. Y López Obrador dice la tontería de que Cortés dio el primer pucherazo de la política mexicana, porque se autoproclamó gobernador de las tierras conquistadas. Eso es derecho de conquista; pucherazo es amañar unas elecciones y robarles su carácter democrático, algo de lo que saben mucho en México.