Cultura

José F. Peláez: "Librar la guerra cultural es de protestantes"

El articulista publica 'Ya estoy escrito' (Península, 2023), una reunión de sus mejores textos

  • El escritor José F. Peláez.

José F. Peláez (Valladolid, 1978) es un columnista de vocación tardía. Empezó a escribir justo después de divorciarse, quizá como forma de desahogo, para exorcizar sus propios demonios, para expulsar el dolor de sí y confinarlo en el papel. Su carrera semeja la de una estrella del rock que ha vagabundeado por las salas más modestas y ha terminado llenando estadio: sólo tras varios años de escritura discreta, callada, en su blog apareció la oportunidad de las grandes cabeceras (El Norte de Castilla, primero; El Debate de Hoy y El Español, después; y ABC, por último). Hoy es uno de los columnistas más celebrados y acaba de publicar Ya estoy escrito (Península, 2023), una reunión de sus mejores textos

Pregunta. ¿Por qué una recopilación de columnas? Hay muchos editores, muchos lectores, que desdeñan el género. 

Respuesta. Yo mismo, como autor, no contemplaba recopilarlas. Me parecía pretencioso, soberbio y precipitado. Sólo llevo dos años escribiendo en ABC; cinco en El Norte de Castilla. Tengo cuarenta y cuatro. Publicar una antología ahora no sé a qué responde, honestamente. De hecho, rechacé las primeras ofertas de las editoriales. 

P. ¿Y entonces?

R. Me citó Oriol Alcorta y me dijo: «Te estás equivocando». Yo quería que la recopilación fuese mi tercer, cuarto libro. Él me hizo ver que tenía que ser a la inversa. Que los artículos debían ser mi carta de presentación: «Esto es quien has sido y quien eres. La gente te conoce por esto». Me persuadió de que las columnas fuesen el punto de partida de mi carrera literaria.

P. ¿Dejó de concebirlo como un acto pretencioso?

R. De hecho, empecé a concebirlo como uno de humildad. Presentarme ante los lectores tal y como soy, sin máscaras, sin imposturas. 

P. Tenía sentido la recopilación, además, por otro motivo: porque usted defiende el valor literario de las columnas. 

R. Este debate ―si las columnas son periodismo o literatura― se ha enconado mucho últimamente. Para empezar, soy partidario de que cada uno escriba lo que le dé la gana. Y, para seguir, creo que el columnismo puede ser literario o no. Aclarado esto, hay dos tipos de columnistas: los buenos y los malos. Dentro de los malos, los hay literarios. Dentro de los buenos, los hay no literarios.

P. Pero…

R. A mí sólo me interesa el literario, el que está bien escrito. Esto no significa que tengamos que ser todos Umbral. Hay estilos literarios muy diferentes. ¿No es acaso literaria la sobriedad de Delibes? De hecho, nuestra tradición tiene más que ver con Quevedo y Larra, conceptistas, que con el culteranismo de Góngora. Niego que el estilo haya de ser barroco, rebuscado, manierista. 

P. En la austeridad también puede haber un estilo. 

R. Eso es. Lo literario puede ser austero. Cuando hablo de estilo, me refiero a la expresión de la propia personalidad y a la búsqueda de la proporción, del orden, de la forma, de la belleza. 

P. El estilo «no es retórica ni tampoco adorno», dice en una de sus columnas. ¿Qué es, entonces?

R. Es la manera en la que uno ve el mundo. Me sublevo contra la división entre forma y fondo. El estilo ya es un concepto, ya es un trasfondo. Las cosas no funcionan como la mayoría cree: «Pienso la idea y a ver cómo la cuento». ¡No! Cómo lo cuentas ya es una postura ante la vida, y ante Dios, y ante la belleza, y ante el amor, y ante ti mismo… 

P. Le he oído decir alguna vez que no merece la pena escribir columnas que no soporten una antología. 

R. Lo pienso. Hay que escribir para el futuro, como diciendo «soy un autor». Y esto sólo se consigue teniendo una voz, teniendo un estilo… No siempre se consigue, pero es lo que debemos pretender. Si aspiramos a un nueve, quizá nos quedemos en el siete. Si aspiramos a un cinco, nos quedaremos en el tres. Seguro. 

P. ¿La antología debe ser la consecuencia o el fin? ¿El columnista debe escribir para la antología o es ésta el resultado de un trabajo bien hecho?

R. Creo que debe ser el fin. Es ponértelo más difícil, zancadillearte, presionarte, buscar la excelencia. No quiero que se vea como algo pretencioso: «Escribe para el futuro y para la gloria». No. Es humildad. Es imponerse la exigencia de escribir bien. Hace falta, creo, mucha soberbia para escribir mal. 

P. Y muy poca consideración por los lectores de uno. 

R. Y por ti mismo, y por tus padres, y por Aquél, con mayúscula, que te ha dado los talentos que tienes. Uno no puede malgastar sus talentos, hacer basura con ellos y luego justificarse: «No, es que yo soy columnista, mis textos están pegados a la actualidad, el papel en el que escribo luego sirve para envolver pescado». Debemos pretender que nuestros textos perduren. 

P. A propósito del columnismo literario… Dice a menudo que en sus columnas no pretende convencer a nadie. 

R. No quiero convencer a nadie sobre todo en un tema: el del voto. Hay columnistas-propagandistas, columnistas que hacen las veces de voceros de un partido. Desprecio esa forma de hacer columnismo. ¡Que cada uno vote a quien le dé la gana! Esto en primer lugar. 

P. ¿Y en segundo?

R. En general, no me gusta convencer a nadie de nada. Aunque, claro, dice Ángel Antonio Herrera que quien escribe bien suele tener razón. Muchas veces persuades a la gente sin habértelo propuesto. Mi objetivo no es convencer; mi objetivo es reflexionar. 

Hay columnistas-propagandistas, columnistas que hacen las veces de voceros de un partido. Desprecio esa forma de hacer columnismo

P. De hecho, suele usted escribir contra sus lectores. Para cabrearles. 

R. No es para cabrearles, ¿eh? Es un afán de rehuir la esclavitud y de buscar la libertad y la independencia; afán que, por cierto, ya es en sí mismo una esclavitud. Pero voy al grano: hay que entender al columnista en su contexto. El mío es ABC. Si en ABC hay cinco o seis visiones similares de cualquier noticia de actualidad, yo prefiero no dar la misma. No porque discrepe siempre, qué va, sino porque tanta repetición no es precisamente enriquecedora. 

P. Entonces no hay voluntad de cabrear. 

R. Bueno, quizá algo sí (risas). Es que hay que poner a los lectores frente a sus fantasmas. Dice Soto Ivars que él viene a tocar los cojones a su tribu, que es la izquierda. A mí me pasa lo mismo con la derecha. Creo que es muy sano destapar las contradicciones de uno mismo y de los «suyos». 

P. Toca mucho los cojones a su tribu cuando habla de la guerra cultural. ¿Por qué se opone a ella?

R. En primer lugar, que soy católico. ¿Por qué habría de librar una guerra contra mi hermano? Las guerras culturales tienen un no sé qué protestante. Calvinista, concretamente. Ahí está ese afán de echar a los impuros, de apartarlos de la comunidad. Los católicos no hacemos eso. Nosotros los integramos. 

P. ¡Es que nosotros somos los impuros!

R. De hecho, empezamos la misa reconociéndonos pecadores ante los demás. «Yo confieso ante Dios todopoderoso y ante vosotros hermanos que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión». Toma. La guerra cultural la libran Trump, protestante, y Bolsonaro, protestante. Veo en ella un moralismo tóxico y también algo incompatible con mi ánimo liberal. 

P. ¿Ése, su liberalismo, sería el segundo motivo?

R. El liberalismo nace para que gente que piensa distinto pueda convivir sin matarse. Y disentir. No se trata de anular el debate: el conflicto no es malo; es inevitable. Pero no hay que estimularlo, no hay que promoverlo. 

P. Tercer motivo.

R. Que las guerras culturales son un instrumento de la izquierda para subvertir un orden que es per se de derechas. El poder, la élite social, cultural y económica es la derecha. Se entiende que la izquierda quiere acabar con todo eso y libra la guerra cultural. Pero ¿por qué iba a librar tal guerra la derecha? Cualquier persona de izquierdas reconocerá, por ejemplo, que no se puede ganar al catolicismo en España. La Iglesia es imbatible. ¿¡Cuántos siglos llevan intentando destruirla!? Tampoco puedes oponerte a los toros: las plazas están llenas. No puedes fomentar el veganismo: la gente quiere seguir comiendo carne roja y jamón. Vamos ganando de una manera tan arrolladora que entrar en la guerra cultural es darles a nuestros rivales una relevancia que no tienen. 

P. Hay quienes arguyen que la guerra cultural es un acto de legítima defensa contra el «rodillo ideológico de la izquierda».

R. Pues, siento decirlo, es gente que cree que va perdiendo. Yo no veo ese rodillo ideológico por ninguna parte. Que lo intentan, seguro. Que no lo consiguen, también. España es muy de derechas.

P. Mencionaba antes el conflicto. Escribe en una de sus columnas: «No soy nostálgico, pero todo lo que hemos ganado como democracia, como economía y como sociedad tecnológica lo hemos perdido como vecinos, como convivientes y como comunidad afectiva».

R. Esto es uno de los efectos de la guerra cultural: no sabemos convivir, no sabemos querernos, estamos todo el día a leches, criticándonos, odiándonos. Y también pienso ahora otra cosa: el contexto es menos dramático de lo que parece. Ha habido un momento de mucha polarización en España y en el mundo, pero yo no veo tanta tensión ya. 

Cualquier persona de izquierdas reconocerá, por ejemplo, que no se puede ganar al catolicismo en España. La Iglesia es imbatible

P. Quizá el conflicto sea algo especialmente perceptible para quien está en las redes sociales, que parecen exacerbarlo. Usted es muy crítico con ellas y las dejó hace tiempo. Incluso ha sugerido su incompatibilidad con el buen columnismo.

R. Primero, porque de un buen columnista no se espera que elija su tema en función de lo que Twitter ―es decir, el algoritmo― quiera que hagas. Uno debe tener su agenda propia. No quiero sugerir que uno deba ser Montaigne, vivir retirado y ver el mundo desde su torre de marfil, pero sí que debe distanciarse de las polémicas de Twitter. ¿Que Page se emborrachó no sé cuándo? ¡Y a mí qué más me da!

P. ¿Segundo?

R. Porque no hay nada peor que tu grupo de admiradores, a los cuales no puedes defraudar y que te piden carnaza cada mañana, cada vez con más sangre. He visto a mucha gente caer en ese sentido. Varios columnistas, y muy buenos, que acaban devorados por el afán de ser «uno de los nuestros», por el afán de dar lo que se pedía de ellos ante cualquier puñetera noticia, por el afán de pertenecer a la manada. Eso no es honrado, eso es cobarde, eso es deshonesto. 

P. ¿Y tercero?

R. Por lo contrario también. Como estás tan expuesto, como recibes tantas críticas a lo largo del día, tiendes a escribir para cabrear a un fulano de Soria con 167 seguidores. Conviene liberarse de este yugo. No hay que escribir ni para agradar a una parroquia ni para desagradar los discrepantes. Las redes sociales son un impedimento para la libertad del escritor. 

P. Es usted partidario ―lo repite en las columnas― de arrojar el móvil a distintos lugares, ninguno bueno. ¿Por qué ese rechazo?

R. Hay que mandar el móvil a tomar el saco. El escritor debe buscar un aislamiento. Debe aislarse en sus lecturas, en sus influencias, en sus maestros ―ya sea un catedrático o tu hija―, en la experiencia física, en la realidad. Si estamos absortos en el móvil, la realidad no nos conmoverá. Si la realidad no nos conmueve, no escribiremos sobre ella; tan sólo sobre nuestras obsesiones. 

P. El columnista como observador. 

R. Pasan cosas ahí fuera: tenemos que ver, oler, escuchar, mirar a los ojos de la gente. El metro es una mina de oro a la que uno no puede acceder si está cabizbajo, con la mirada fija en la pantalla. Hace unas semanas estuve dos días seguidos en el tanatorio. Tanto un día como el otro me encontré allí con familias que lloraban el suicidio de una menor. ¡El columnista tiene que escribir sobre eso! Sobre lo que ve. 

P. Usted lo hizo y relacionó el suicidio con la desesperanza. ¿Es ésta, la desesperanza, el rasgo de nuestro tiempo?

R. Antes teníamos un proyecto. No sé si bueno o malo, pero un proyecto: estudias, encuentras un trabajo, te casas con tu novia de hace cinco años, progresas económicamente, tienes hijos, ahorras para su universidad, te mudas a una casa mejor. Esto, que parece muy de derechas, era exactamente así, también entre la gente de izquierdas. 

P. ¿Eso era bueno?

R. Sí, aunque fuese para saltárselo. Había gente que seguía un camino distinto, naturalmente, que optaba por otra vida, por supuesto. Pero aquello era una digresión y la gente lo concebía así. Antes había un carril del que algunos se salían de vez en cuando; hoy ya no hay carril. Los hombres necesitamos un plan, una misión. Así nos han creado. 

P. ¿Cuál es la misión de José F. Peláez? 

R. Con el tiempo me he convencido de que soy la precuela de mi hija. Ésa es mi misión. Educarla, acompañarla, amarla y cederle el testigo en las mejores condiciones. Soy un simple telonero de Lucía. 

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