Cultura

Juan Manuel de Prada: "Franco no era un fascista, sino un pragmático al que no le temblaba el pulso"

En 'Mil ojos esconde la noche I. La ciudad sin luz' (Espasa, 2024), el escritor rescata a Fernando Navales, protagonista de 'Las máscaras del héroe', y lo ubica en el París nazi

  • El escritor y columnista Juan Manuel de Prada -

Tras haber publicado más de una decena de novelas, otros tantos ensayos y una tesis doctoral, el escritor Juan Manuel de Prada acomete su proyecto más ambicioso. En Mil ojos esconde la noche I. La ciudad sin luz (Espasa, 2024), rescata a Fernando Navales, protagonista de Las máscaras del héroe, y lo ubica en el París nazi, donde trata con los artistas españoles exiliados para cumplir una oscura misión. Esta novela, esperpéntica en el sentido estricto de la palabra, continuadora de una riquísima tradición estética, confirma a su autor como uno de los gigantes de literatura contemporánea. 

Pregunta: Ya en su madurez literaria regresa al inicio, por decirlo de alguna manera. Escribe una secuela de 'Las máscaras del héroe', su primera novela.

Respuesta: Debo decir que siempre barajé escribir una continuación de 'Las máscaras del héroe'. Pensaba ambientarla en la Guerra Civil, pero, claro, narrada con este tono y, además, protagonizada por un falangista acérrimo, habría sido muy dura, casi indigesta. No descarto, de todos modos, escribirla algún día, pues ya la tengo en la cabeza.

P: ¿Por qué eligió ambientarla en el París ocupado?

R: Porque, investigando la figura de Ana María Martínez Sagi en los archivos franceses, me encontré con un tesoro. Decidí, en consecuencia, pedir los expedientes de todos los artistas españoles que vivían ahí y escribir este libro. Pero hay un segundo motivo.

P: ¿Cuál?

R: Que me estoy haciendo viejo. Me quedan menos años de vida de los que tengo, y todavía menos de literatura. Es ahora cuando tengo que dar lo mejor de mí mismo y cumplir todos los viejos proyectos.

P: Ha dicho algo así como que 'Mil ojos esconde la noche' es la obra de su vida.

R: Creo que no lo he dicho literalmente. Sí puedo afirmar, sin embargo, que es la obra que es la obra que más me ha costado escribir: por su extensión, por su ambición y, sobre todo, por el modo en que está escrita, por la voz del narrador. La escritura me ha dejado hecho polvo.

P: Entre la escritura de 'Las máscaras del héroe' y la de 'Mil ojos esconde la noche' ha transcurrido mucho tiempo, casi una vida. ¿Cómo ha sido reencontrarse con la voz de Fernando Navales, protagonista y narrador? Usted es un escritor distinto, mejor.

R: Es asumir una voz, hacerla tuya sin ser tuya. Es escribir a través de un personaje que en muchos sentidos te resulta insufrible y en tantos otros conmovedor. A través de un personaje que, por encima de todo, está loco de resentimiento. Es una experiencia apasionante porque tienes la dificultad de la psicología de un personaje que habla sin cortapisas, que dice todo lo que se le pasa por la cabeza. Se trata de una escritura muy salvaje, lo cual, para un escritor, tiene su gracia. Me ha exigido introducirme en un mundo muy obsesivo, muy rico también. Ha sido agotador y remunerador al mismo tiempo. Duro, sí, pero también grato.

P: El principal rasgo de Fernando Navales es el resentimiento, que condiciona su forma de mirar la realidad.

R: Creo que es el tema central de la novela, su motor. Es un hombre fracasado que ha decidido que los demás tienen que pagar por su fracaso, sean o no culpables de él. Él odia a todo el mundo; sólo parece sentir respeto hacia José Antonio Primo de Rivera.

P: Navales, que trata a Marañón durante la novela, cita a menudo su ensayo sobre el resentimiento, Tiberio.

R: Es un ensayo muy interesante. Navales ya era un resentido en 'Las máscaras del héroe', pero ahora lo es aún más. Ha pasado la Guerra Civil y él, falangista de siempre, está totalmente relegado. Su rabia es monstruosa.

P: Su resentimiento se concreta en una narración oscura, tremendista, atenta siempre a lo grotesco, sensible al reverso más sórdido de la realidad.

R: No siempre, a decir verdad.

P: Pero casi siempre.

R: Luego hay personajes que, aunque denigrados por Navales, son luminosos. Uno de ellos es Marañón, a quien odia como el hermano mayor al hermano menor en la parábola del hijo pródigo. Hay que leer los desdenes del protagonista a lo Neruda, que decía que «los insultos son formas amargas del elogio». De alguna manera, Navales alaba denigrando. Por otra parte, quizá los personajes más denigrados por él sean los que a mí también me caen mal. Picasso, por ejemplo.

P: Navales también tiene un punto humorístico.

R: Siendo una novela oscura, de regodeo en la abyección, porque el narrador es abyecto, he pretendido que sea también humorística. El personaje de Navales recuerda, quizá, a Ignatius Reilly, protagonista de La conjura de los necios. Hay algo de tío mezquino, miserable, pero también humorístico, aunque el suyo sea un humor corrosivo.

P: ¿Qué autores inspiran 'Mil ojos esconde la noche'? Se ha hablado de Valle-Inclán, de Cela…

R: Creo que la referencia más evidente es Valle-Inclán. Pero también, quizá no tan notoriamente, hay algo de Quevedo, de Gómez de la Serna, de Cela, de Umbral… La novela pretende ser un esperpento. Eso no quiere decir que haya imitado a Valle-Inclán, sino que hay una inspiración, sobre todo en aquel Valle-Inclán de 'La corte de los milagros' y 'El ruedo ibérico'.

Trato de hacer un villano que incomode al lector, cierto, pero que también le resulte irresistible
Pregunta: ¿Qué le añade su novela al esperpento?

Respuesta: Álex de la Iglesia dijo en la presentación que esta novela es una superación del esperpento porque te arrastra, obligándote a tomar el punto de vista del narrador. Eso coloca en una posición incómoda al lector, que se sorprende riéndose de cosas de las que no debería reírse o adoptando su punto de vista. Es así. Trato de hacer un villano que incomode al lector, cierto, pero que también le resulte irresistible.

P: Lo compromete, de algún modo.

R: Ése era mi objetivo. Cuento cosas que son al tiempo indignantes y desconocidas, hechos que se nos habían ocultado. Por eso tengo que conseguir que el lector tome partido.

P: A sus protagonistas les convenía ocultarlas.

R: El único de todos los personajes del libro que publicó unas memorias en las que decía la verdad fue Carles Fontserè, quien reconoció haber colaborado con publicaciones antisemitas.

P: Ruano, en cambio, lo ocultó.

R: Bueno, lo embarulla todo un poco. Desvela algunas cosas, pero oculta otras tantas. Los demás mienten abiertamente. No he encontrado mucha grandeza en la época ni en los que la vivieron. Lo que he hallado en los papeles no se corresponde con lo que ellos contaron en sus memorias.

P: La novela, en este sentido, está minuciosamente documentada.

R: El funcionamiento de la Propagandastaffel es exactamente el que describo, igual que el de la delegación de Falange. Esta última organizaba exposiciones de pintura, concursos, conferencias en los que participó la vasta mayoría de los artistas exiliados. ¡Comunistas y anarquistas participando en las exposiciones de Falange! Todo esto es verdad. Me invento muy poco. Y lo que ocurrió en el año 42, por cierto, es muy representativo.

P: ¿Qué ocurrió?

R: Ese año, cuando Alemania ya está perdiendo la guerra, la embajada de España y la delegación de Falange organizan una quincena de arte español en la que participa todo quisque. Todo el mundo, menos Picasso y un escultor catalán, Apel les Fenosa, que es el único que no se involucra nunca en ninguna actividad de Falange.

P: Lo de Picasso tampoco tuvo demasiado mérito.

R: No, porque era multimillonario y estaba protegido por los alemanes.

P: Esta novela nos remite a una de las grandes cuestiones de la estética: la capacidad que tiene el artista de crear belleza refocilando en la fealdad.

R: Eso siempre ha sido así. Ahí tenemos a Quevedo, por ejemplo. La fealdad, o lo que consideramos fealdad, es en verdad una cuestión dudosa. ¿Acaso en El Quijote no hay fealdad? También en él la gente defeca y vomita. ¿Y qué decir de las perrerías que la hacen al protagonista? Pero diría más.

P: Adelante.

R: La exclusión de lo que es feo, o mísero, o sórdido en nuestra vida implica una idealización o, peor, un puritanismo. Date cuenta, por ejemplo, de que la literatura humanista o renacentista prescinde de todos esos aspectos de la realidad. Frente al barroco, que los considera e incluso se recrea en ellos.

P: ¿Por qué?

R: Creo que esos aspectos, sobre todo si están tratados de forma burlesca, como en Mil ojos esconde la noche, nos recuerdan quiénes somos. Que estamos hechos de mierda, de porquería, pero no pasa nada. Nos podemos burlar de ello, podemos tomárnoslo a broma. En la fealdad, en la sordidez, también hay una lección moral.

P: De algún modo, entiendo, la literatura que es insensible a esa fealdad es insensible también al drama de lo humano.

R: Subyace quizá una visión un tanto puritana o endiosadora de nuestra vida y de nuestra condición. No pretendo decir que para ser escritor haya que ser escatológico o sicalíptico; esto es tan sólo una opción estética mía. Simplemente digo que ocultar la sordidez puede ser más sórdido que retratarla.

P: Otra de tus elecciones, ésta no estética, es la de la época. ¿Cómo nace su interés por ella?

R: Siempre me ha llamado la atención la Francia de esa época. Tenía el mejor ejército del mundo y, sin embargo, no le duró a Alemania ni dos telediarios. Me pregunto por qué ocurrió algo semejante y la conclusión, me temo, es devastadora. Te das cuenta de que era una nación corrompida. Por eso me hace tanta gracia que ahora Macron, envalentonado, diga que hay que ir a la guerra con Rusia. Francia se sometió al invasor y vivió tranquilamente. Ni una protesta.

Franco domestica o adultera la Falange con el decreto de unificación, que la junta con el carlismo, algo demencial en lo teórico y quizá pertinente en lo político
Pregunta: También, según sugieres en la novela, había cierto antisemitismo en el país.

Respuesta: Es algo que me sorprende mucho. ¡Nosotros aún nos fustigamos por la expulsión de los judíos en 1492! Y, cuando uno ve las cosas que sucedían en la Francia ocupada, relativiza un poco aquello. La legislación antisemita francesa fue más severa que la alemana hasta 1942.

P: Tampoco se portaron muy bien con los exiliados españoles.

R: No trato el tema en la novela, pero sí. Los trataban como a perros; los confinaban en playas circundadas por alambradas. ¡Caray con los franceses! Me impresiona especialmente porque la narrativa ―la patria de los derechos del hombre, de la libertad, la igualdad, la fraternidad― contrasta con la realidad. ¡Todo son cuentos chinos! Qué comportamiento más innoble.

P: ¿Y qué le interesó de los artistas exiliados?

R: Yo tengo una querencia por los recodos oscuros de nuestra historia cultural. Indudablemente, lo que sucede en estos años con los artistas españoles exiliados en París nos ayuda a entender mejor nuestra historia. En primer lugar, las falsificaciones y maniqueísmos que se han impuesto con la llamada «memoria histórica». Pero también las falsificaciones derechistas.

P: ¿Cuáles son estas últimas?

R: El caso de Marañón es paradigmático. Él, que fue uno de los intelectuales preeminentes de la II República, terminó huyendo de Madrid por miedo a los rojos. Nada más instalarse en Francia, les explica la guerra a los franceses. Los desengaña. Les hace ver que ningún bando, tampoco el republicano, defendía la democracia y que ambos eran una inextricable amalgama de facciones distintas: por un lado, republicanos de izquierdas, comunistas, anarquistas, socialistas; por el otro, republicanos de derechas, tradicionalistas, fascistas, falangistas…

P: ¿Adónde quiere llegar?

R: Al describir la composición del bando franquista, Marañón, que había mostrado su adhesión a Franco antes de que acabase la guerra, se incluía a sí mismo. Luego, durante los años posteriores, colaboró a todo trapo en las actividades de Falange hasta pronunciar la famosa conferencia del Día de la Raza. Sus estudiosos han querido ocultar todo esto, inventándose que Marañón era la tercera España. Claro, si uno dice que Marañón es la tercera España, niega la descripción que ha hecho él mismo de la segunda España, de la España franquista. En verdad, legitima los ataques de la izquierda contra ella.

P: De la complejidad del franquismo también da cuenta una palabra que Fernando Navales emplea a menudo: «nacionalseminarismo».

R: ¡Franco le parece muy flojo! Hay ahí un tono burlón. Navales, con la excusa de ser joseantoniano, desdeña todo lo demás. Pero también hay algo de verdad: Franco domestica o adultera la Falange con el decreto de unificación, que la junta con el carlismo, algo demencial en lo teórico y quizá pertinente en lo político. La Falange va degenerando poco a poco en una suerte de oenegé del franquismo.

P: Eso desmentiría la idea de Franco como fascista.

R: Es que no lo era. Era tan sólo un pragmático al que no le temblaba el pulso. Ni siquiera en los primeros años de la posguerra estaba clara su intención: un régimen autoritario que derivase poco a poco hacia posiciones que les resultasen simpáticas a las potencias ganadoras de la II Guerra Mundial.

P: Hay un personaje en la novela, Fontserè, que sugiere esto último.

R: Él explica ―y lo tomo tal cual de sus memorias― que Franco es un anglófilo y que, por tanto, no tiene nada que ver con los nazis. Fontserè, que es un anarquista de pura cepa. No se trata de hacer revisionismo, sino de estudiar seriamente las cosas. Cuando, ya decantada la guerra, Franco destituye a Serrano Súñer, supuestamente germanófilo, y nombra a Jordana, militar anglófilo, desvela su pragmatismo.

P: En cualquier caso, su pretensión no era hacer revisionismo, sino literatura.

R: ¡Claro! No me interesaba lo más mínimo. Lo que pasa es que, cuando uno estudia minuciosamente la historia, termina impugnando los esquematismos maniqueos.

P: Decía al inicio de la entrevista que va haciéndose mayor… ¿Qué puede esperar el lector de Juan Manuel de Prada a partir de ahora? ¿Qué derroteros tomará su carrera?

R: En lo que escriba, me voy a dejar la vida. No es que no lo haya hecho hasta ahora, ¿eh? Pero puedo garantizar que ahora mi entrega será total. Quiero publicar obras perdurables. No por vanidad, claro. Tan sólo porque creo que el verdadero escritor escribe para la posteridad.

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