Cultura

La última carta de Heinrich Himmler: "Heil Hitler! Con amor, vuestro papi"

El jefe de las SS fue uno de los mayores criminales del siglo XX. Un hombre que se debatía entre la banalidad y la vanidad, pero a la vez, apegadísimo a su familia. 60 años después de su suicidio, se publican las cartas con su esposa, en donde, por cierto, no faltan insultos para Goebbels y Göring.

 En su última carta, del 17 de abril de 1945, un mes antes de la caída del régimen nazi, Heinrich Himmler, jefe de las SS y creador de la Solución Final, se despide con un “Heil Hitler! Con amor, vuestro papi”. Por aquellos días, a espaldas del Fürher, se esforzaba por negociar secretamente con los aliados. Unos días más tarde, el 22 de mayo, ingirió una cápsula de cianuro que le permitió eludir su comparecencia ante los vencedores.

Una prosa cursi, almibarada y excesivamente empalagosa en poco o nada se corresponden con el funesto personaje, de quien se revela una faceta nueva en Himmler según la correspondencia con su esposa (1927-1945), un volumen publicado por Taurus que revela las cartas que envió a su esposa, Marga Siegroth. Su publicación ha sido posible gracias a la escritora y politóloga Katrin Himmler, sobrina nieta de Heinrich Himmler. Ella es la autora también del libro Los hermanos Himmler: historia de una familia alemana.

Durante años se pensó que las cartas de Himmler a su mujer se habían perdido definitivamente. Sesenta años después del suicidio de éste, reaparecieron en Tel Aviv, y hoy permiten asomarse –no sin cierta estupefacción-, a una de las figuras más importantes del régimen nazi. El retrato final termina por ser aún más inquietante de lo que el lector llega a imaginar.

Un ser redomadamente cursi, capaz de dirigirse a su esposa con el empalagoso “Mi querida y adorada mujercita”.

Por un lado, está el Himmler político. Desde sus inicios en el nacionalsocialismo –cuando lee con fervor Mi lucha y hasta señala algunas flaquezas de estilo en sus páginas- hasta el que, tras su nombramiento como Reichsführer SS, se funde por completo en la organización. Las cartas revelan claramente su estrecha relación con Hitler desde los años veinte y confirman su papel como creador y propulsor de la Solución Final.

En la otra mano encontramos un ser redomadamente cursi, capaz de dirigirse a su esposa con empelagosas invocaciones del tipo: “Mi querida y adorada mujercita”, “Mi buena mujercita”, “Mami”, “Queridísima mía”. El que fue uno de los mayores criminales del siglo XX era un hombre que se debatía entre la banalidad y la vanidad, entre la distancia y la cercanía con su familia, preocupado por construirse una esfera privada armoniosa al tiempo que organizaba, de manera cotidiana, la persecución y el exterminio en masa.

En 1936, como puede verse en las cartas, Himmler había conseguido el aumento de poder más significativo en los años previos a la guerra. En junio Hitler le promocionó como jefe de toda la policía alemana; además de la policía estatal secreta, tenía a su cargo la policía criminal, la policía urbana y las gendarmerías de los estados. Gracias a su función como Reicchsfürer-SS y como jefe de los campos de concentración, que en 1937 se amplían y centralizan, Himmler era sin dudarlo el hombre en cuyas manos estaba decidir la muerte de millones de personas.

"Goebbels hace mucho, pero se da mucho bombo. Todos reciben alguna orden y distinción, salvo papi"

Lo curioso es que, mientras hace frente a la funesta burocracia del exterminio, Himmler se emplea en líneas plagadas de diminutivos y palabras mimosas, casi aniñadas: “La guerra marcha bien, pero es extremadamente dura (…) Ah, no te olvides el 26 de julio del Santo de la abuelita (…) para ti y para nuestra pillina, muchos abrazos y besos”, escribe aludiendo a su hija.

Especialmente chocante resulta leer las cartas de los últimos años, los que anteceden a la derrota de los nazis y la desintegración del régimen. En ellas, Himmler intenta buscar oxígeno político, incluso negociar, a la vez que se revela a ratos ególatra, a ratos mezquino. Incluso, hasta a Göring le dedica unos insultos y a Goebbels unas cuantas críticas. “En Europa ya no tenemos aliados, nos han dejado solos. Y tanta traición entre nosotros. Los oficiales se van sin más. Nadie quiere más guerra (…) papi pronunció ante el Volkssturn el 18 de octubre un discurso maravilloso (…) Papi es desde el 20 de julio comandante del ejército de la retaguardia (…) la fuerza aérea continúa mal, Göring ya no se preocupan por nada, ese fanfarrón. Goebbels hace mucho, pero se da mucho bombo. Todos reciben alguna orden y distinción, salvo papi, y debería de ser el priemro en recibirla. Todo el pueblo le observa. Él se mantiene en un segundo plano siempre, no se da importancia”, puede leerse en una carta de 1944.

Un volumen impresionante que ofrece un retrato que daría risa de no ser tan perverso. El hombre que se erige a sí mismo como figura paternal y amorosa, que aniña a su mujer y se revela como un narcisista, el que diseñó y ejecutó una metodología del exterminio, se explaya en su amanerada y espeluznante prosa.

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