Marta Fuchs se había formado en Bratislava como modista y había soñado con trabajar como diseñadora en París o Praga, y en el año 1942, esta judía eslovaca dirigía un estudio de confección que vestía a la élite nazi que asistía a las fiestas de los Göring o a las óperas de Berlín. La terrible particularidad del taller de alta costura de Fuchs era que todas las mujeres que allí trabajaron eran esclavas del campo de Auschwitz. Hasta 25 mujeres, la mayoría de ellas judías como Fuchs, conformaban la mano de obra esclava de este estudio en el que confeccionaban prendas de alta costura. “En otros centros y guetos, los nazis, movidos por la codicia y el saqueo, se aprovechaban de la mano de obra esclava, pero en ninguno de ellos hubo de un taller tan sofisticado como en Auschwitz, puesto que este proveía de ropa a la élite de las mujeres nazis que vivían en Berlín”, señala en una videollamada con Vozpópuli Lucy Adlington que acaba de publicar en España Las modistas de Auschwitz (Planeta), una investigación novelada en la que recoge esta historia.
Fuchs montó este taller después de haber trabajado como asistenta en la casa del comandante del campo Rudolf Höss. Esta familia vivía en una idílica residencia con jardín, caminos empedrados que recorrían un estanque ornamental y un magnífico invernadero acristalado. La mujer, Hedwig, llamaba a su residencia el “paraiso” y había declarado que quería vivir en ella hasta que se muriera. Un jardín con columpios y una pequeña piscina con tobogán era el sitio de recreo de los hijos de los Höss a los que Fuchs cuidaba. El oasis idílico estaba a unos kilómetros de las cámaras de gas y crematorios que acabaron con la vida de más de un millón de personas y de los que Fuchs se salvó después de mostrar su destreza costurera a la esposa de Höss.
Lo que comenzó con unos arreglos se transformó en un taller que Fuchs se empeñó en hacer crecer para salvar más vidas del campo y que Hedwig utilizaba para agrandar su vestidor. Este empleo permitía a las mujeres seleccionadas llevar una vida menos inhumana que sus compañeras de los barracones. En el infierno en el que miles de personas eran gaseadas y calcinadas cada mes en el mismo lugar en el que los guardias llevaban una vida opulenta, el macabro espectáculo también llegaba al mundo de la moda. El trabajo y la convivencia con sus verdugos generaban situaciones grotescas en las que estas judías tenían que tomar medidas de los cuerpos desnudos de mujeres de altos cargos de las SS. “Eran momentos de mucha tensión porque eran mujeres que estaban casadas con estos asesinos y las costureras eran posibles víctimas”, señala la autora. El libro también recoge el caso de un guardia alemán que obligó a una modista judía a elaborar todo un ropero completo con blusas, vestidos y abrigos para vestir a otra interna húngara a la que había seleccionado como amante.
Codicia y corrupción de las SS
La obra de Adlington va tejiendo un recorrido por el funcionamiento del campo de exterminio, que ayuda entender la maquinaria de muerte y negocio que supuso el centro. El lector se imagina los sentimientos que debía experimentar Fuchs cada vez que buscaba alguna tela en los inmensos almacenes en el que se seleccionaban las pertenencias de judíos, como ella, y que en la mayoría de los casos fueron asesinados minutos depués de llegar al campo. Incluso en los peores momentos de la guerra, la confiscación masiva de las pertenencias judías aseguraba el suministro de ropas, telas, botones y máquinas de coser.
Adlington insiste en la codicia y corrupción de los miembros de las SS que pasaban por este almacen, conocido como Kanada por su abundancia, y arrasaban con las pertenencias de los judíos que acababan de asesinar. Estas pertenencias eran propiedad del Tercer Reich y debían ser enviadas a Berlín, pero el robo llegó a ser tan masivo que se formó una comisión de investigación que se desplazó al campo de exterminio.
La obra también recalca en la importancia de la vestimenta como elemento de humanización o humillación. “Los prisioneros trataban siempre de vestirse mejor, con pequeñas mejoras. Si tu ropa era muy harapienta, te iban a tratar todavía peor. Disponer de ropa limpia, decente, contribuía a restablecer la sensación de humanidad”, señala la autora.
Las trabajadoras del “Estudio Superior de Confección” sobrevivieron a Auschwitz representando una expecipión, pues de las 10.000 judías deportadas desde Eslovaquia solo regresaron unas 200. El comandante del campo, Rudolf Höss fue juzgado y Marta Fuchs se negó a declarar. “Es un asunto muy complejo, Marta después de Auschwitz estaba en una situación un tanto privilegiada. Ella había salvado su vida por su trabajo en el campo y a esto se añade el difícil dilema de los supervivientes que no eran capaces de comentar lo que le había pasado, ni siquiera con su familia. Además, ella era una persona muy callada. Era una heroína silenciosa, fue muy valiente, pero no hablaba de ello”, afirma Adlington.
Höss fue condenado a muerte y ahorcado en 1947 en el propio campo de Auschwitz. Su mujer Hedwig, que salvó la vida en varias ocasiones a Fuchs, a pesar de que siempre consideró a los judíos seres infrahumanos, vivió hasta 1989. “Ella nunca cambió su opinión sobre los judíos o sobre el papel de su marido como comandante de Auschwitz, y en ningún momento hubo arrepentimiento en su vida y creo que representa a la perfección la codicia de élite las SS y del papel que desempeñaron las mujeres de las SS”, concluye Adlington.
Las modistas de Auschwitz
Editorial Planeta
508 páginas
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