Cultura

'Que la fiesta continúe': la receta de Robert Guédiguian para un mundo mejor

El cineasta francés regresa a su Marsella natal para tejer una comedia romántica luminosa y esperanzadora con dosis de drama social y activismo político

El 5 de noviembre de 2018, tres edificios de viviendas se derrumbaron en la calle Aubagne de Marsella con ocho víctimas mortales, pero lejos de ser un caso aislado, el centro de la ciudad cuenta con varias viviendas en un estado deplorable y en riesgo permanente para la población que habita allí.

En esta ciudad francesa de la Costa Azul coexisten los hoteles de lujo y las cafeterías caras con casas en ruinas, muchas de ellas habitadas, y una de cada cuatro personas viven por debajo de la línea de pobreza. En este contexto de desigualdad y con ecos de aquel suceso del que este otoño se cumplirán seis años se desarrolla Que la fiesta continúe, la nueva película del francés Robert Guédiguian, que acaba de llegar a los cines. 

Este título supone el regreso del cineasta a su Marsella natal, donde ha ambientado la mayor parte de su filmografía, en la que destacan ejemplos como la reciente Gloria Mundi (2019), así como La casa junto al mar (2017) o Las nieves del Kilimanjaro (2011). Cuenta, además, con un elenco compuesto por rostros habituales en sus películas, como el de su esposa y musa Ariane Ascaride, así como Jean-Pierre Darroussan, Gérard Meylin, Jacques Boudet o Robinson Stévenin. 

La protagonista es una enfermera de unos 60 años, Rosa, veterana en la lucha política de su ciudad, pero algo desencantada con las herramientas y los logros. Al tiempo que advierte a sus vecinos de la derrota de los esfuerzos comunitarios, recibe de manera inesperada el amor en la figura de Henri (Darroussan), un librero jubilado y padre de la novia de su hijo, con quien empieza una relación sentimental que le muestra una nueva perspectiva de la vida, un giro imprevisible en el momento menos esperado de su existencia. 

En Que la fiesta continúe, Guédiguian se mueve entre la comedia romántica, el drama social y el activismo político con la fluidez que caracteriza a sus historias, une estilo propio alejado de tendencias y con el foco puesto en la solidaridad comunitaria y su germen en las relaciones personales. Su compromiso vira hacia al amor, el único sitio en el que, según reflejan estos personajes, se puede empezar a cambiar el mundo.

Con la excusa de una historia de amor en la edad madura como eje de la película, Guédiguian teje una narración coral que aborda algunos de los asuntos que más preocupan en la actualidad, como pueden ser la precariedad laboral, los contrastes sociales, la inmigración, el problema de la vivienda y también la falta de unidad y el desencanto de la izquierda, encarnado en la propia protagonista. 

Guédiguian y el rumbo de Europa

La nueva película de Guédiguian se convierte así en una rara avis de la cartelera estival, que convive con películas de superhéroes, comedias familiares y cintas de animación, para reivindicar su cine luminoso y esperanzador que evoca la esencia del rumbo de Europa y del único camino para alcanzar la justicia social. 

Sin embargo, no todo son elogios a esta película. En su trama a veces confusa que apunta a múltiples direcciones y conflictos sin un destino claro, Guédiguian también peca, para esta redactora de Vozpópuli, de cierta tendencia didáctica en la manera en la que aborda los asuntos políticos, un subrayado que peligra el efecto natural y de lo que está contando, tan actual, tan evidente y tan lógico que no necesita muletas.

A pesar de todo, en este juego de equilibrios de pros y contras, el maravilloso equipo que forman este director y Ascaride supera cualquier adversidad. Además, la ausencia de moralismo cede la palabra a la mirada del espectador, que tendrá ante sus ojos el contaste universal entre la belleza de esta ciudad portuaria y el aumento de los desequilibrios sociales, un microcosmos en el que cualquier sociedad se puede mirar.

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