Cultura

Unamuno, el hombre al que querían las mujeres

600 cartas, atesoradas en su Casa Museo de Salamanca, acreditan el vivo interés que despertaba en las mujeres, especialmente entre las escritoras

  • El escritor Miguel de Unamuno.

Miguel de Unamuno fue escritor, pensador, intelectual, en el sentido clásico del término, y, por tanto, figura pública implicada en el devenir de la sociedad de su tiempo. Fue todo eso, sí, pero, además, o por causa de todo ello, fue también un hombre extraordinariamente admirado y querido por las mujeres. Especialmente por las mujeres escritoras, que no dudaron en acudir a él en busca de opinión, apoyo o tan sólo complicidad.

Una relación que queda acreditada en las innumerables cartas que ellas le escribieron y que desmontan por completo la imagen del escritor como hombre arisco, distante o misógino. En la Casa Museo Unamuno de Salamanca se conservan las enviadas por más de 600 mujeres diferentes, que son una fuente valiosísima de información. Su estudio fue iniciado por la catedrática Josefina Cuesta Bustillo, y continuado luego por otras investigadoras, está empezando a dar sus primeros frutos. La exposición ‘Bajo pluma de mujer’, comisariada por las profesoras de la USAL Ana Chaguaceda, Maribel Fidalgo y Adriana Paíno, es uno de ellos y forma parte de un trabajo más amplio con el mismo nombre que incluye una plataforma digital y un documental. La muestra, que está coproducida por el Instituto Castellano y Leonés de la Lengua, puede verse en la Casa Revilla de Valladolid hasta el 17 de julio y luego se moverá por Burgos, Palencia y Ávila, como próximos destinos confirmados, a los que podrían sumarse más adelante Salamanca o Zamora.

Pero es que, además, el matrimonio francés Colette y Jean-Claude Rabaté, autores de varios estudios sobre Unamuno -el último, de 2019, Miguel de Unamuno (1864-1936). Convencer hasta la muerte (Galaxia Gutemberg)- está también trabajando en el muy suculento y complejo asunto de la relación entre el escritor vasco afincado en Salamanca y las mujeres de su tiempo.  La literata Concha Espina, que llegó a ser candidata al Premio Nobel de Literatura, aporta algunas de las claves que quizás expliquen la admiración que despertaba el autor de San Manuel, bueno y mártir. En una carta personal llega a describirle así: “Usted es un admirable ejemplo de reciedumbre, de arrogancia y virilidad”. No eran tiempos aquellos para nuevas masculinidades. 

Miguel de Unamuno posa mientras lee.

Visión de la mujer

Aunque todo depende, claro, de lo que entendamos por ‘nuevas masculinidades’, concepto ambiguo donde los haya. Porque en realidad, sí podría decirse del escritor vasco que encarnaba una visión masculina sobre la mujer nueva y diferente. Una visión heredera de la tradicional, que la vinculaba sobre todo a la maternidad, pero que, al tiempo, era capaz de reclamar para ellas formación, lamentar el poco respeto que recibían de algunos hombres, y apoyar su participación en la vida social. No por casualidad, Unamuno apoyó el voto femenino que defendió Clara Campoamor. De modo que el escritor quizás sí formara parte de una cierta avanzadilla, defensora de la dignidad y valía de la mujer, y así se lo reconocieron sus contemporáneas.

Maribel Fidalgo, una de las responsables del proyecto ‘Bajo pluma de mujer’ reconoce que, tras estudiar la correspondencia, su visión de Unamuno cambió por completo. “A veces se le ha tildado de misógino, pero tras leer las cartas podemos decir que eso es una falsedad total. Es más, nuestra visión de él como una persona arisca y distante también se ha derrumbado”. 

A veces se le ha tildado de misógino, pero tras leer las cartas podemos decir que eso es una falsedad total.

Y es que, aunque la correspondencia no incluye las respuestas del escritor, en muchas ocasiones se puede deducir por el modo como se hace referencia a ellas en las cartas siguientes. Por ello sabemos que no sólo las escritoras le enviaban sus obras para que las comentara, sino que él las leía y les respondía. Se tomaba en serio lo que le planteaban y hacía lo posible por atenderlas. La valoración de los Rabaté precisa, sin embargo, que Unamuno “no tiene ideas revolucionarias a propósito del papel de la mujer, y aunque trata de recalcar la responsabilidad masculina en la discriminación y en las desigualdades sociales, en la mayoría de los casos no se aparta de los cánones decimonónicos que definen la misión de las mujeres dentro del marco de su hogar”.

Ahora bien, no debemos perder de vista que esta posición coincidía también con la que tenían muchas de las mujeres más avanzadas de su época. La periodista y activista cubana Mariblanca Sagas Alomá, editora de la revista ‘Astral’, que se define como políticamente de izquierdas, le escribe en 1922. “Soy, asómbrese usted, FEMINISTA. Así, con mayúscula. (…) Feminista en el claro concepto de la palabra; es decir, ‘muy mujer’. Feminista que sueña con un hogar amoroso, fecundo y ennoblecido por las más sólidas virtudes. Feminista con gloria de concretar el cielo en la carne divina de los ojos, no con la torpe pretensión de quitar al hombre su puesto frente a la lucha de la vida. Feminista de ese feminismo que quiere hacer madres”. 

Por otra parte, la escritora y feminista salmantina Ángela Barco, autora de varios escritos en los que denuncia la situación de la mujer en su época, le pide opinión a Unamuno, así como permiso para seguir carteándose con él. Y se presenta así: “Ignoro el concepto que a usted pueda merecerle la mujer que también intenta escribir, decir algo en un terreno casi exclusivamente masculino, pero yo le aseguro que no soy de esas que, ciertamente, le serán tan antipáticas como a mí”.

Los Rabaté constatan que Unamuno fue partidario de la incorporación laboral de la mujer, aunque con algunas contradicciones pues en su propia casa se preocupó más por el futuro de sus hijos que de sus hijas. Y respecto a las mujeres escritoras, se reconoce admirador de talentos como Rosalía de Castro, Emilia Pardo Bazán o Gabriela Mistral y es muy crítico con aquellas que escriben ‘como mujeres’ y parecen dirigirse sólo a las de su sexo. Con todo, reconoce las dificultades que enfrentan las que quieren desarrollarse fuera del ámbito familiar. 

Busca de consejo

La correspondencia de Unamuno revela que las mujeres acudían a él en busca de consejo, en demanda de fotos firmadas, para desahogarse o en demanda de ayuda directa. Esto último fue especialmente señalado tras el estallido de la Guerra Civil. No faltan quiénes acuden a Unamuno para intentar salvar de la represión franquista a familiares, aprovechando el ascendente que el escritor tiene sobre los alzados, a los que inicialmente apoyó.

Sabemos que el escritor hizo lo que pudo, e incluso más de lo razonable, por no siempre con éxito. No logró, por ejemplo, salvar a su amigo Atilano Coco, un clérigo protestante sobre el que, además, pesaba la losa de ser masón. En su carta a Unamuno, su esposa Enriqueta Carbonel reconoce que lo es, pero por pura formalidad, porque “en Inglaterra casi todos los pastores lo son, y muchos también en España”. Esa carta ha adquirido un valor histórico especial porque en su reverso el escritor escribió las notas para su improvisada intervención en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca, donde se concretaría su ruptura con el franquismo. Esas notas son la base para un discurso -popularmente conocido como el de ‘venceréis pero no convenceréis’- convertido en leyenda por la izquierda, que lo recreó a su modo, tal y como los Rabaté documentaron en En el torbellino. Unamuno en la Guerra Civil’(Marcial Pons).  

No fue Enriqueta Carbonel la única en pedirle ayudas en esos días aciagos, tras el estallido de la guerra. También lo hizo la hija de Valle-Inclán, Concepción del Valle-Inclán, quien le solicita que interceda por su marido y hermano, que fueron detenidos a raíz de un escrito de Pío Baroja con críticas al autor de Luces de Bohemia. Concepción demanda su ayuda “en nombre de la amistad que le unió con mi padre” y le hace saber que los sucesos le han pillado en Astorga donde se encuentra “sola y con un hijito mío muy pequeño”, pues su familia está en Madrid. También acude en busca de ayuda Gabriela Mistral. En su caso, para pedirle que escriba al presidente de México con el fin de intentar salvar la vida del opositor José Vasconcelos. 

Pero aún más personal es la petición de Matilde Brandau, la segunda mujer que en Chile se tituló como abogado, aunque su actividad profesional se centró luego en la educación, y fue muy activa en la defensa de los derechos civiles de la mujer. Brandau escribe a Unamuno informándole de la muerte de su marido, y amigo del escritor, el periodista José Luis Ross Mújica, que ejercía en España como cónsul. Lo que demanda de don Miguel es que le ayude a regresar a Chile, para lo que le pide que le acompañe hasta Lisboa, pues no se atreve a hacer el viaje sola. Y a juzgar por los agradecimientos de cartas posteriores, lo hizo.

La correspondencia femenina permite también conocer algunos aspectos de la sociedad de la época en relación con las mujeres. Especialmente dramática es la carta de la poeta zamorana Margarita Ferreras, autora de ‘Pez en la tierra’, en la que le cuenta la traumática experiencia de su internamiento en un sanatorio de enfermedades nerviosas, contra su voluntad, pero con la autorización de su madre, a la que los médicos convencieron de que necesitaba un aislamiento total. “Me moría de miedo”, recuerda de su desafortunada experiencia.

Concha Espina, a la que mencionamos antes, utiliza su carta para confesarle al escritor su desacuerdo con los galardonados con el Nobel, un premio del que se considera merecedora, y poner de manifiesto su fuerte personalidad. “Sin falsa modestia, me considero tan merecedora del Premio Nobel como las tres mujeres que lo han obtenido, y, si fuera de ley solicitarlo personalmente, lo haría sin sentirme cohibida o avergonzada”.

“No me arrepiento de mi arisca soledad”, añade Concha Espina, “pero estoy muy cansada, con poca salud y profundamente triste. Al escribir a usted tan abierta de corazón, me desahogo en esta confidencia”. Es en este contexto en el que le describe como “un admirable ejemplo de reciedumbre, arrogancia y virilidad”.

Como puede verse, no le faltó a Unamuno información para hacerse una idea precisa y diversa sobre la realidad de las mujeres de su tiempo, a las que, seguramente, seducía de él esa mezcla entre viejo caballero antiguo, si bien más deslenguado y menos ceremonioso, y un moderno defensor de su dignidad. La mujer del escritor, Concha, le reprocha ser “poco galante” y admite que ha tenido para ciertas mujeres “palabras de ruda verdad, muy otras que las palabras de aduladora galantería con que de ordinario se las lisonjea”, según una cita que se recoge en la investigación que está realizando el matrimonio Rabaté. 

Pero, por lo que podemos deducir de su correspondencia, muchas de las que se dirigían a él buscaban esa sinceridad, no ser tratadas como niñas menores de edad. En realidad, al actuar de ese modo, no hacía más que ser coherente con una reflexión recogida en sus ‘Cartas a mujeres’: “Le cuesta tanto a la mujer, en efecto, que le reconozcan personalidad, ¡verdadera personalidad! ¡Nos cuesta tanto a los hombres persuadirnos de que sea más que un niño grande (…) La pedantería masculina es una cosa formidable!" Una cita que prueba que ‘otras masculinidades’ no sólo son posibles, sino que siempre las hubo. 

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