“Si te pones a cantar echo la pota”
Esto le espeta Maui a la protagonista de Vaiana (2016), uno de los grandes éxitos de Disney de la última década. La gracia de este improperio consiste en que la película es musical, como la mayoría de producciones de la firma. Hay quien no soporta el formato, otros lo adoran. A la gran mayoría nos suelen encantar los musicales cuando están hechos con acierto, ejemplos recientes de esto lo son La la Land (2016), el último remake de Los miserables (2012) o Coco (2017)
Hay algo en la música que la distingue del resto de las bellas artes: es la única que no imita nada que nos sea dado en la naturaleza, ya sea biológica o cultural. La pintura y la escultura comienzan copiando objetos del entorno, la literatura nace a raíz del hecho de que somos animales con capacidad de pensar, reflexionar, somos seres simbólicos. De comunicarnos unos a otros lo más cotidiano –hoy toca ir a recoger bayas- pasamos a figurar mitos y leyendas.
Ahora bien, ¿qué imita la música, en un sentido estricto de la palabra? El viento entre los árboles, el ulular de algunas aves, las olas rompiendo sobre la arena…Un material ciertamente escaso desde el que justificar el origen de la música de cámara o la ópera.
Lo que sabemos con seguridad es que al ser humano no sólo nos gusta narrar y escuchar historias, sino que nos hechiza cuando a la historia se le añade música. Existen múltiples pruebas del fenómeno, desde las canciones tradicionales, pasando por las nanas, los himnos nacionales y militares, las operetas y zarzuelas, la música popular del siglo XX (jazz, rock, pop, country, rancheras, boleros, etc.) hasta llegar a algo tan sofisticado y sublime como la ópera.
No es de extrañar entonces que dentro de los géneros cinematográficos exista el musical. Los orígenes del formato están en el fenómeno del teatro musical de Broadway, aunque desde los años 30 del pasado siglo y gracias a Busby Berkeley el género tomó un lenguaje propio que lo alejó del empleado en los teatros.
Metamusicales y trampantojos
De este alejamiento nos habla uno de los musicales más conocidos, Cantando bajo la lluvia (1952). Me gusta llamarlo “el metamusical”, pues cuenta la historia de un estudio de cine y sus trabajadores que transforman su primera película hablada en una obra que introduce música y canciones como algo novedoso.
El guión de la famosa película de Gene Kelly nos habla de un problema real de este género cinematográfico: el dilema acerca de la legitimidad del doblaje vocal de los actores. Cantando bajo la lluvia narra cómo se consigue revertir el fracaso del preestreno de una película doblando a la actriz principal, cuya dicción y sonido vocal hacen daño al oído del espectador. ¿Por qué en la película optan por doblar a la actriz, en lugar de buscar otra? Porque la actriz ya era famosa, además de muy bella.
Las puñaladas traperas de los productores de 'My fair lady' las encajaron las dos actrices, Hepburn y Andrews, que se aliaron para no perder su elegancia ni su bondad
Esto mismo sucedió en la vida real con la película My fair lady (1964), que fue primero un musical de Broadway de gran éxito protagonizado por una entonces desconocida Julie Andrews. Cuando se decidió llevar el guión y la música al cine se conservó al actor protagonista de la obra de Broadway, pero se descartó a Andrews y se la sustituyó por Audrey Hepburn. La británica no era conocida ni suficientemente guapa, a juicio de los productores. En los Oscar de 1964 My fair lady obtuvo doce estatuillas, ninguna de ellas a la de mejor actriz, que fue otorgada a Julie Andrews por su brillante papel en Mary Poppins (1964), el primero de muchos éxitos, entre otros la archiconocida Sonrisas y lágrimas (1965).
El motivo para no premiar la memorable interpretación de Audrey Hepburn en My fair lady fue el doblaje de su voz en la parte musical a cargo de una actriz de ópera, Marni Nixon. Otra actuación suya que ya ha quedado impresa en la memoria colectiva pertenece a Desayuno con diamantes (1961), la famosa escena del balcón donde Holly Golightly toca la guitarra y tararea melancólica. La voz de Hepburn interpretando “Moonriver” es arrebatadamente dulce y entrañable pero de escasa potencia y registro vocal , algo que el papel de Eliza Dolittle en My fair lady exigía de forma ineludible.
Unidas contra el abuso
Hepburn quiso desde el principio interpretar de forma global al personaje, por lo que el doblaje se hizo a sus espaldas, tal y como nos ocurre en el guión de Cantando bajo la lluvia. Las puñaladas traperas de los productores de My fair Lady las encajaron las dos actrices, Hepburn y Andrews, por igual. Ambas eran conscientes de los golpes bajos de Hollywood, de forma que no sólo no se guardaron rencor la una a la otra sino que hay numerosas fotos de ellas posando juntas, sonrientes y en actitud amable y cariñosa. Si la infancia y adolescencia complicadas que vivieron las dos no les arrebataron su elegancia y bondad naturales, Hollywood no iba a lograrlo tampoco.
Marni Nixon - la voz que oímos en My fair lady- había doblado ya a Natalie Wood un par de años antes, en West Side Story (1961). Esta película provenía también de un gran éxito teatral de Broadway. Lo que hace singular la música de West Side Story -tanto en teatro como en 8 milímetros- es que fue encargada a Leonard Berstein, uno de los grandes compositores del pasado siglo. Se le suele llamar a la obra “la primera ópera moderna”, pues Bernstein es el primero en introducir gran complejidad instrumental en una partitura ideada para Broadway: para reproducirla con fidelidad hacen falta al menos treinta músicos.
La partitura tampoco es sencilla para los cantantes. Resulta de hecho meritorio que todos los actores -a excepción de Wood- interpretaran las canciones. También es cierto que, a excepción del caso comentado de Audrey Hepburn, en esa época se daba prioridad al talento musical por encima de otras consideraciones. En la recuperación de este concepto en Los miserables radica gran parte de su éxito, y justifica sobradamente el Oscar a la mejor actriz de reparto que recibió Anne Hathaway por apenas unos minutos de metraje.
Un ejemplo de lo compleja que resulta la partitura de West Side Story para quienes la interpretan vocalmente lo encontramos en la grabación que hizo años más tarde Bernstein con cantantes de ópera consagrados, entre ellos nuestro querido José Carreras. Esta grabación es una pieza de culto apenas conocida por el gran público. Les invito a escucharla como aperitivo previo al próximo estreno del remake de West Side Story que nos ha preparado Steven Spielberg. Estoy impaciente por verlo. Y por contárselo más tarde, por supuesto. Disfruten.