¿Ídolos o búhos? En el último siglo se han encontrado en la Península Ibérica más de 4.000 placas de pizarra grabadas con diversos motivos y con una antigüedad en torno a 5.000 años. Como muchas de ellas parecen representar figuras antropomorfas con ojos en forma de soles, los arqueólogos las han interpretado tradicionalmente como “ídolos oculados”. El hecho de que aparezcan con frecuencia en tumbas y fosas también les ha llevado a pensar que se trataba de objetos con fines rituales utilizados ampliamente durante la Edad del Cobre e incluso a proponer que representan un sistema de registro genealógico.
En un artículo publicado este jueves en la revista Scientific Reports, el equipo del español Juan José Negro, de la Estación Biológica de Doñana (CSIC), propone una atrevida reinterpretación de estos objetos. Después de recopilar más de 100 de estas placas y someterlas a un análisis comparativo, los autores sugieren que al menos en una buena parte de los casos no representan a deidades o muertos, sino que se trata de representaciones de búhos que habitaron y habitan en esta región del suroeste peninsular.
Debido a su sencillez, tamaño y la presencia en muchos de ellos de dos agujeros que pudieron servir para insertar plumas, también concluyen que estos fragmentos de pizarra (de unos 10 x 15 cms y 300 gramos de peso) fueron elaborados por niños y que los usaron como juguetes.
“Las hipótesis que planteamos son dos”, escriben “(1) que las placas de pizarra del Calcolítico ibérico y objetos relacionados con dos ojos frontales están inspiradas en búhos reales, y los representan figurativamente ( y 2), que contrariamente a las interpretaciones anteriores que atribuyen un significado profundo y altamente ritualista a estos objetos (…), sugerimos que lo común del material utilizado y su fabricación básica y rápida (…) apuntan a su elaboración y uso por miembros jóvenes de la comunidad, posiblemente como muñecas, juguetes, dibujos o amuletos”.
Para algunos arqueólogos, en cambio, esta hipótesis carece de sentido y el trabajo denota el desconocimiento de los autores de este campo de investigación, al que son ajenos.
Un búho en una rotonda
La investigación de Juan José comenzó en su pueblo, Valencina de la Concepción, en Sevilla, donde se encontró una de las placas de pizarra más famosas, la llamada “placa de Valencina”. “Yo paso todos los días por una rotonda donde han puesto una reproducción de 3 x 2 metros de esta placa y por supuesto en el pueblo la llamamos todos ‘la rotonda del búho’”, explica a Vozpópuli. “Como ornitólogo, se me ocurrió que podía identificar ese búho, no tenía mayor pretensión que ponerle nombre al búho de mi rotonda. Así que fui a hablar con el arqueólogo municipal, que me miró raro y me dijo: ¿de qué búho estás hablando?”.
Aquella respuesta avivó la curiosidad del investigador, que empezó a plantearse si una idea preconcebida había impedido a los arqueólogos investigar un poco más en profundidad el claro parecido de estas figuras con los rasgos de un búho. Para poner a prueba su hipótesis primero trató de determinar qué búho podría estar representado en aquellos objetos y llegó a la conclusión de que se trataba de especies como la lechuza, el búho chico o el mochuelo, que viven cerca de los humanos y se alimentan de ratones, y con las que los habitantes del Calcolítico, que ya cultivaban grano, debían estar familiarizados.
Cuantificar el parecido
A continuación, junto con el resto del equipo, el investigador acudió a los principales registros de este tipo de ídolos oculados y realizó un análisis comparativo partiendo de un valor matemático que denominó “owliness” (algo así como “buhismo") y que se basa en la presencia de seis rasgos en aquellas figuras: dos ojos, patrón de camuflaje ventral, plumas estampadas, disco facial, pico y alas. De esta forma, podían cuantificar el nivel de parecido a un búho de las figuras: cuantos más valores de esta lista reuniera cada una, más parecido sería (el valor medio era de tres de estos caracteres)
Después, los autores tomaron 100 imágenes de internet y otras tantas imágenes en colegios de Sevilla y Extremadura, donde acudieron para pedir a los niños de entre 4 y 13 años que dibujaran un búho (sin tener un modelo delante) . Y comprobaron que los dibujos de búhos se parecían más a los búhos a medida que los niños se hacían mayores y ganaban habilidad.
Los autores también observaron la presencia de dos pequeños agujeros en la parte superior de muchas de las placas. Estos orificios parecen poco prácticos para pasar un cordón y colgar la placa (para eso basta uno) y carecen de las esperadas marcas de desgaste si este fuera este uso. Con estos elementos, Negro y su equipo proponen que los agujeros sirvieron para insertar plumas en ellos y reproducir los penachos en las cabezas de algunas especies de búhos regionales, como el búho chico (Asio otus).
Los agujeros de la parte superior pudieron usarse para insertar un par de plumas
Con todo esto, los autores proponen que, en lugar de ser talladas por hábiles artesanos para su uso en rituales, muchas de las placas de búhos fueron creadas por niños. “Proponemos que las placas de pizarra con forma de búho son restos de un conjunto de objetos utilizados tanto en actividades lúdicas como en ceremonias rituales”, concluyen. “El grabado real de las placas puede haber sido parte del juego”.
Sobre el hecho de que aparezcan en lugares de entierro, los autores creen que no es una posibilidad excluyente. “Proponemos que podrían ser elementos de ese aprendizaje, pero eso no excluye que una vez finalizada la pieza, podrían dejarla en la tumba de un ser querido”. Otro de los argumentos que refuerzan su hipótesis es que el material sobre el que están hechas las placas, la pizarra, está accesible en superficie y no requiere procesos complejos de elaboración.
Para poner a prueba el parecido, los autores también usaron la herramienta de reconocimiento de imágenes de Google Lens. “Haces una foto de la placa y te salen más de sesenta coincidencias, todas con búhos”, asegura Juan José Negro. "Y la mayoría no son búhos de campo, sino manufacturados, hechos por gente”. En concreto, al introducir la “placa de Valencina” en el algoritmo, este arrojaba 27 imágenes de reproducciones artesanales de búhos, 10 de otras placas calcolíticas y el resto de telas con los mismos patrones geométricos.
Oposición de los arqueólogos
Para Katina Lillios, investigadora de la Universidad de Iowa y una de las autoridades mundiales en estos ídolos de la península ibérica, “la propuesta de que las placas biomórficas (con forma de búho) fueran hechas por niños y durante actos de juego no tiene suficiente apoyo en las evidencias”. “Si las hubieran hecho los niños estas placas serían mucho más frecuentes”, explica a Next. “Y si bien es cierto que las placas grabadas son relativamente fáciles de producir, las placas biomórficas son en realidad el tipo más difícil de tallar debido a la compleja organización de sus diseños”.
“La propuesta de que las placas biomórficas fueran hechas por niños no tiene suficiente apoyo en las evidencias”
Otro factor que resulta determinante, a su juicio, es la alta variabilidad que uno esperaría encontrar en diseños hechos con niños, algo que estas placas no presentan. Los hallazgos, insiste, “sugieren que había un estándar para hacer este tipo de placas y que no eran las juguetonas creaciones de niños”.
Para el arqueólogo Alfredo González Ruibal, también sería rarísimo que fueran juguetes infantiles. “Lo de los ídolos-placa como juguete es algo que va tanto contra lo que conocemos que harían falta pruebas muy contundentes incluso para plantearlo como hipótesis (y no es el caso)”, apunta. Sin embargo, la interpretación de que se trata de representaciones de búhos le parece muy interesante. “Los animales totémicos sí que son una constante en cantidad de culturas”, asegura. “Como aparecen en contextos funerarios podrían estar representando ancestros o espíritus”.
“Un trabajo de amateurs”
El catedrático de la Universidad de Sevilla, Leonardo García San Juan, es otro de los arqueólogos que se muestran críticos con el estudio. “Es un trabajo de una gran simplicidad conceptual y metodológica, lo cual probablemente tenga mucho que ver con que ninguno de sus coautores son prehistoriadores ni han hecho nunca investigaciones sobre la prehistoria reciente”, asegura. Para García San Juan es asombroso que una revista del nivel de Scientific Reports haya publicado “un trabajo que presenta semejantes tintes de amateurismo”.
"El parecido con los dibujos de los niños “deriva solo de la apreciación subjetiva de los autores del artículo”
Entre los problemas que presenta este trabajo, el especialista cita que “las placas con motivos biomórficos representan solo un 8% del total de las conocidas”, y que el parecido con los dibujos de los niños “deriva solo de la apreciación subjetiva de los autores del artículo”. Por si fuera poco, añade, estas piezas nunca han sido encontradas asociadas a niños en tumbas “y lo cierto es que su elaboración requería un elevado grado de destreza y experiencia, no esperable en niños”. Una idea que remite, a su juicio, al “eurocentrismo condescendiente abandonado hace más de un siglo”, y el prejuicio de “que el arte prehistórico es infantil”.
Referencia: Owl-like plaques of the Copper Age and the involvement of children (Scientific Reports) DOI 10.1038 s41598-022-23530-0
antonioe
Esta polémica para lo que sí sirve es para constatar lo especulativo que resulta nuestro conocimiento de la prehistoria.