En los últimos meses de 2022 el mundo de la ciencia parece haber experimentado una aceleración súbita, como si al dejar atrás las amenazas de un inminente apocalipsis nuclear por la guerra de Ucrania y abandonar la neblina de la pandemia de coronavirus hubiera tomado carrerilla hacia el futuro.
Cerramos el año con un aire optimista que parecía olvidado, hablando de las posibilidades que ofrece la Inteligencia Artificial, tanto en firma de chat inteligente como en la generación de imágenes mediante mecanismos de aprendizaje automático, con la culminación exitosa de la misión Artemis a la Luna y el sueño reactivado de volver a pisar nuestro satélite y con el subidón del reciente anuncio de que la fusión nuclear, al menos en la prueba de concepto, es una posibilidad real.
Hasta el CSIC ha presentado su propio perro robótico para ayudar a personas que no ven o necesitan algún tipo de asistencia, algo que hace unos años nos habría parecido ciencia ficción.
Pero ha habido otros muchos trabajos y anuncios que nos permiten soñar con un panorama más optimista gracias a la ciencia.
La revolución del pasado
Aunque el año se despide mirando al futuro, una de los grandes protagonistas del año ha sido la técnica de análisis del ADN antiguo que nos están abriendo una ventana sin precedentes hacia el pasado. Y no es casual que en 2022 el creador de estas técnicas de análisis, el genetista sueco Svante Pääbo, recibiera el premio Nobel de Medicina.
En mayo, por ejemplo, estas técnicas permitieron analizar el genoma de uno de los caídos en Pompeya, después de la erupción del Monte Vesubio en el año 79 y conocer que pudo estar afectado por la tuberculosis. Y en octubre conocimos a una familia de neandertales que vivió en Siberia hace unos 44.000 años entre los que había un padre y su hija adolescente.
Dentro de las técnicas de análisis genómico, cobró especial relevancia el conocido como ADN ambiental, una técnica que nos permite reconstruir un ecosistema a partir de muy pocas muestras. En enero dos equipos independientes de investigadoras demostraron que mediante el muestreo de aire de un zoológico local eran capaces de recoger suficiente ADN para identificar a los animales que lo habitaban, pero el gran bombazo científico llego en diciembre, cuando conocimos cómo era un paisaje del norte de Groenlandia a partir de ADN con una antigüedad récord de 2 millones de años, algo absolutamente impensable hace apenas una década.
Y todavía más atrás se fue un equipo de científicos españoles que, como contamos en primicia en Vozpópuli, resucitaron un ancestro de CRISPR de 2.600 millones de años, esta vez gracias a diversas técnicas de análisis computacional. Lo interesante del asunto, como señalaban los autores del trabajo, es que “el futuro podría estar en el pasado”, en el sentido de que se podrían encontrar en estas moléculas primitivas algunas aplicaciones que las enzimas más recientes no permiten uy podrían ser revolucionarias.
De Hiparco a James Webb
El año en astronomía estuvo marcado también por esta capacidad de mirar hacia adelante y hacia atrás a la vez. Buceando entre las páginas de un antiguo palimpsesto, un equipo de investigadores halló las primeras tablas astronómicas elaboradas por Hiparco, una serie de observaciones realizadas el siglo II a. C. Y una especie de “santo grial” de la astronomía, pues supusieron el primer gran esfuerzo por cartografiar el cielo nocturno.
Fue en el mismo año en que la humanidad estrenó nuevos ojos para mirar al universo, con la entrada en funcionamiento del telescopio espacial James Webb, que nos ha tenido sin aliento desde que en julio los ofreciera el primer festín de imágenes astronómicas. La última y emocionante aportación, con participación española, ha sido la resolución de un antiguo misterio sobre la muerte de las estrellas como si fuera un caso forense.
El año ha sido tan intenso que casi se nos ha olvidado ya que en septiembre probamos con éxito por primera vez nuestro sistema de defensa contra los asteroides, cuando la misión DART impactó contra el pequeño asteroide Dimorphos y cambió ligeramente su trayectoria. Una tecnología que podría utilizarse en el futuro para evitar un destino similar al de los dinosaurios, aunque por momentos en 2022 pareció que lo andábamos buscando.
Sorteando el apocalipsis
El año comenzó con una de las explosiones más energéticas de los últimos 100 años, la erupción del volcán Tonga en el océano Pacífico, que sacudió la atmósfera y la dejó temblando como la piel de un tambor durante días. Parecía el pistoletazo de salida a un año cargado de angustias: la invasión rusa de febrero nos hizo recuperar algunos términos y escenarios de la guerra fría que creíamos olvidados, y la sucesión de olas de calor del verano nos colocó ante una realidad climática nada alagüeña.
Una realidad confirmada por el sexto informe del IPCC cuyas advertencias, como es tradición, fueron ignoradas por los gobernantes en la Cumbre del Clima de Sharm el Sheikh (Egipto) que siguen actuando, en palabras del escritor naturalista Robert MacFarlane, “como si el futuro fuera una colonia del presente”.
La explosión del Tonga parecía el pistoletazo de salida a un año cargado de angustias
Aunque en 2022 empezamos a ver por el retrovisor la pandemia de coronavirus, los científicos nos mostraron que nuestra relación tóxica con el medioambiente nos condena a que la historia se repita una y otra vez en el futuro cercano, con nuevas epidemias que salten desde los animales a las personas en los lugares donde estamos dejando a los animales sin espacio. Una posibilidad que se nos mostró con todo su esplendor en los brotes de viruela del mono que se extendieron a toda velocidad en primavera.
Las amenazas a la biodiversidad ocuparon un gran espacio en las paginas de Next, donde hablamos del descubrimiento de una población de osos polares que sobreviven en una especie de ‘refugio climático’ en Groenlandia, de las últimas flores de “nomevés” en la península y de las violetas acorraladas por el aumento de temperatura en el Parque Nacional del Teide.
Con este panorama, no es de extrañar que algunos científicos estén trabajando en el cultivo de plantas en regolito lunar, por si un día tenemos que salir del planeta con lo puesto.
Avances en cáncer y xenotrasplantes
Como cada año, algunas de las noticias más esperanzadoras vinieron del mundo de la medicina. En investigación contra el cáncer, el CNIO anunció el hallazgo de un ‘punto débil’ contra los tumores resistentes a muchos fármacos y científicos del científicos del IRB Barcelona, descubrieron las células responsables de las recaídas en el cáncer de colon, un enorme paso para frenar los estadios más letales de esta enfermedad.
2022 fue también el año en el que se transplantó por primera vez el corazón de un cerdo a un ser humano, aunque con escaso éxito por ahora, en el que se avanza en la posibilidad de crear órganos que se puedan donar universalmente, independientemente del grupo sanguíneo, y en que tuvimos noticia del avance de las terapias de CAR-T combinadas con herramientas CRISPR para salvar la vida de algunos pacientes. Y también se hizo un descubrimiento que puede ser fundamental: que la infección por el virus de Epstein-Barr, causante de la mononucleosis, es necesaria para desarrollar esclerosis múltiple.
Ciencia 'Made in Spain’
En 2022 en Next también tuvimos la suerte de contar algunos descubrimientos interesantes realizados por investigadores españoles. Os contamos en primicia cómo el botánico Carlos Magdalena descubrió una nueva especie nenúfar gigante que había pasado desapercibido durante siglos por los investigadores, cómo el investigador español Javier Burgos encontró otro de los retratos perdidos de la “locura” de Géricault y cómo Pilar Cubas, en el Centro Nacional de Biotecnología (CNB-CSIC) ha conseguido cultivar patatas que crecen en las ramas y no bajo el suelo.