Siguiendo la famosa máxima de Theodosius Dobzhansky de que "nada tiene sentido en biología si no es a la luz de la evolución”, la investigadora española María Martinón ha encendido la lámpara de Darwin y ha puesto bajo ella nuestras vidas, con nuestros problemas físicos y psíquicos. El resultado es el examen meticuloso y ameno que ofrece en su libro Homo imperfectus (Destino, 2022), donde disecciona los desajustes que se producen entre una biología adaptada a un entorno del pasado y nuestras ajetreadas vidas actuales
Martinón es una médica de formación que terminó especializándose en el estudio de nuestros antepasados y es algo que se le nota cuando habla de sus “pacientes”. Su mirada optimista y llena de empatía traspasa este libro en el que nos ayuda a entender que buena parte de las cosas que nos pasan adquieren pleno sentido cuando entendemos ese intercambio ciego que hace la naturaleza a través de la selección natural, contraponiendo un coste a cada pequeña ventaja y al revés.
Hablamos con María Martinón una soleada tarde de viernes en Burgos, rodeados de huesos en una sala del Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (CENIEH), del que es la actual directora.
Pregunta. Su libro describe la tensión entre la biología y nuestras nuevas forma de vida, ¿somos seres del siglo XXI con cuerpos ‘fabricados’ en el Pleistoceno?
Respuesta. Pues de alguna manera sí, muchas de las enfermedades que tenemos se deben al desajuste entre nuestros ritmos de vida trepidantes, que nosotros mismos hemos creado gracias a la tecnología, y una biología que, a grandes rasgos, sigue siendo la misma que hace 300.000 años.
P. Llama la atención que nuestro cuerpo se haya adaptado a vivir en alturas como los Andes o en los hielos del Ártico y sin embargo nos siga doliendo la espalda…
R. Claro, lo que pasa es que en la evolución no hay nada que no sea susceptible de fallar. Lo único que se plantea es ¿qué fallo me puedo permitir? ¿Nos podemos permitir vivir con dolor de espalda? Sí. La evolución va a afinar en aquellos rasgos que afecten a la reproducción, y el dolor de espalda no le afecta. El filtro de la selección natural hace una siega en los rasgos que tienen impacto en el éxito reproductivo de la especie, todos aquellos “fallos” que la naturaleza se puede permitir que fallen se quedan ahí colgando, porque tiene que ahorrar costas. No puede reparar cosas que no merece la pena reparar.
P. En ese sentido, ¿la evolución no es un poco rácana?
R. Es un poco rácana o tiene poco de manirrota. Hay cosas que se podrían reparar, pero no merece la pena. El clásico ejemplo es una amputación. ¿Compensaría que si nos cortan un dedo nos saliera uno nuevo? El coste de reproducir una parte del cuerpo con muchos tejidos sería mucho mayor y estarías multiplicando las posibilidades de producir fallos o un cáncer.
“Si los médicos comprendieran los mecanismos evolutivos, verían otras vías paralelas por las que abordar un problema”
P. ¿Cree que a los médicos les vendría bien conocer mejor estos detalles evolutivos en general?
R. Sin duda. Primero desde un punto de vista práctico. Si los médicos comprendieran los mecanismos evolutivos, verían otras vías paralelas por las que abordar un problema. Saber que hay cosas que no funcionan porque van en ese ‘pack’, o ese precio a “pagar”, nos ayudaría a abordar la enfermedad de una forma diferente y a comprender mejor por qué nos pasan las cosas.
P. ¿Alguna vez se ha descubierto a sí misma mirando a un fósil como una médica que examina a un enfermo?
R. Yo he echado de menos que a lo largo de toda la carrera de Medicina no me hablaron de evolución. Y viceversa. Cuando ahora he estado haciendo evolución las patologías han sido siempre anecdóticas, como mucho era una curiosidad, muy secundaria que no aportaba nada a la comprensión del nivel adaptativo de esta especie. Y ya he visto que es todo lo contrario. No enfermamos de lo mismo que enfermábamos antes ni somos vulnerables a las mismas cosas. Por lo tanto, si tienes una comprensión de cuáles son las vulnerabilidades de un grupo, la enfermedad es esa foto congelada en vivo y en directo del intento de adaptación de una especie. Si eres capaz de identificar signos de enfermedad en el registro fósil lo que estás viendo no son signos de debilidad, sino de resistencia. Donde hay enfermedad hay vida. La enfermedad es muchas veces el signo de intento de reparación de un cuerpo frente a un daño.
Martinón: “La enfermedad no es signo de debilidad, sino de resistencia”
P. Porque “la muerte no fosiliza”…
R. Eso es. Te puedes encontrar un fósil de un individuo sano y alguien que ha muerto fulminantemente por algo y sus esqueletos están igual. En cambio, si me encuentro con un individuo que tiene una patología severa, una deformación o una herida que está inflamada, pero que está tratando de regenerar, de lo que está hablando es de supervivencia. Cuando yo encuentro signos de enfermedad sé que se individuo ha sobrevivido el tiempo suficiente para que quede esa cicatriz, y te está hablando de esa fortaleza individual y también posiblemente del apoyo de un grupo. De alguna manera, a través de la enfermedad, fosiliza también la empatía del grupo que le está proporcionando el cuidado.
P. ¿Ser conscientes de la muerte nos ha condicionado? ¿Nos convierte eso en una especie condenada a la ansiedad?
R. Sí, creo que va todo un poco junto. Realmente es una pena vivir sabiendo que uno se va a morir. Pero evolutivamente esa angustia es adaptativa, porque ser conscientes desde tan pronto de cuáles son todos los posibles peligros que nos pueden acechar nos prepara con mucha antelación para intentar retrasar ese momento. La defensa ante un peligro ya no es algo instintivo, sino reflexivo.
“A través de la enfermedad del individuo, fosiliza también la empatía del grupo que le está proporcionando el cuidado”
P. ¿Somos la única especie que quiere ser eterna?
R. Con esa conciencia premeditada, sí. Todos los animales quieren vivir, el instinto de supervivencia lo tenemos todos. Lo que tenemos es un miedo reflexivo y anticipado, y eso solo lo tiene nuestra especie.
P. Además de esa angustia, ¿tener un cerebro tan desarrollado ha tenido otros costes?
R. El coste de ser capaz de ver los problemas incluso donde no los hay se convierte en ansiedad y preocupación por cosas que no llegan a suceder. Y tenemos un cerebro muy complejo, como el desarrollo de los lóbulos parietales, relacionados con el almacenamiento de los recuerdos, y al tener un riesgo más sofisticado es más fácil que falle. Es muy complejo y tiene más propensión a ser más vulnerable en etapas tardías. Todo tiene un coste y un beneficio.
P. Cuando nos quedamos hasta las dos de la madrugada mirando el móvil, ¿el simio que llevamos dentro se está revolviendo porque ya es hora de dormir?
R. El tema del insomnio es muy curioso, porque nuestra propensión al “mal dormir” puede tener origen evolutivo. En este caso estamos ante una enfermedad que en el pasado surgió como defensa y ahora se ha quedado obsoleta. Nuestra especie se caracteriza porque tiene una gran variabilidad de patrones de sueño, que se llama cronotipia. Todos conocemos gente muy madrugadora, gente marmota, gente que duerme a saltos… Comparado con otros animales, hay una variedad sorprendente. Y ese patrón, además, cambia a lo largo de la vida, con esa tendencia a dormir peor cuanto más mayor seas.
P. Y eso pudo salvarnos como especie, ¿no?
R. Sí, porque lo que se ha visto que nuestra especie es un primate que se ha hecho diurno, que ha bajado de los árboles y se ha bajado a dormir al suelo, lo que nos ha hecho más vulnerables. Por lo tanto, evolutivamente, tener un patrón de sueño globalmente desordenado nos preparó, de manera espontánea, a que siempre hubiera un centinela. Ya no tenemos que poner a alguien a hacer guardia, sino que, como se ve en estudios con sociedades cazadoras-recolectoras, el 98% del tiempo hay alguien despierto en el grupo. Ahora en nuestras casas, con nuestras alarmas y nuestros cerrojos, no tiene sentido, pero ese rasgo se ha quedado colgado. Muchos de los trastornos que tenemos se producen porque nuestro cuerpo mantiene respuestas frente a peligros que ya no existen. Pero a la selección natural no le preocupa, porque no le está causando mucho coste.
"Muchos trastornos se producen porque nuestro cuerpo mantiene respuestas frente a peligros que ya no existen”
P. Hay quien dice que tampoco estamos preparados para el bombardeo de estímulos que ofrecen los medios digitales, ¿es otro caso en que nuestra biología choca con nuestra forma de vida?
R. Sí que es verdad que hemos entrado en un ritmo de actividad que, de alguna manera, ha perdido su sentido. Es verdad que a lo largo de la evolución, a través principalmente del control del fuego, fuimos capaces de alargar el día artificialmente, y se creó ese espacio tan fundamental para la prosocialidad. Y uno se sentaba alrededor del fuego con una vigilia que tenía una textura totalmente diferente de la que tenía el día, es decir, no se debería alargar el día para seguir haciendo lo mismo, se alargaba para un momento en que las conversaciones eran totalmente diferentes y se dedicaba a contar historias. Y con esas historias, que todos comprendíamos y de las que nos sentíamos parte, se creaba esa prosocialidad, se rememoraba lo que había pasado y le buscábamos un sentido global… En cambio con el Netflix y el Amazon de ahora, por la noche te sientas en soledad y vives otros mundos.
P. Precisamente comenta en el libro que “la sociabilidad nació de la adversidad”, ¿hacia dónde nos conduce este aumento del individualismo?
R. Uno de los problemas es que hemos estructurado la sociedad segregada por edades, y eso crea un conflicto tremendo para la adolescencia, que era ese periodo en el que podrías jugar a ser adulto, pero todavía con red. Cuando piensas en una población del pasado, eso se producía en grupos en los que coexistían todas las edades. Y ahora ese ambiente en el que se creó la adolescencia no es el mismo, se ha desnaturalizado.
P. Dice usted que la adolescencia es una especie de "autobroma”. ¿Qué ventaja ha podido tener evolutivamente retrasar la madurez tantos años?
R. Es como si dijéramos que Homo sapiens ha salido adelante jugando con fuego. Siempre. Si miras nuestro ciclo vital, somos mucho más tiempo dependientes que independientes. Aumentamos los periodos en los que dependemos de los demás, de infancia, niñez y adolescencia y la tercera edad, en la que se supone que volvemos a ser dependientes. Curiosamente esa fragilidad, esa debilidad es uno de nuestros grandes fuertes, porque esa longevidad ha permitido que los abuelos cuiden a los demás. Y con la adolescencia es lo mismo, porque después de todo ese periodo tan largo y costoso para una especie que es sacar adelante una cría que es durante tanto tiempo dependiente, cuando ya crees que ya tienes un adulto competente, aparece esa revolución…
P. Y se pone a hacer balconing…
R. Claro. Porque la adolescencia está asociada a una gran incidencia de trastornos del comportamiento, de suicidio y autolesiones.
“La adolescencia es como cuando actualizas el ordenador, que hace falta, pero se pone a actualizar en el momento que peor te viene"
P. Pero alguna ventaja tiene que exista la adolescencia. ¿Es para adaptarse a un entorno muy cambiante?
R. Lo que estamos viendo es que, además de los cambios hormonales, que explicarían un poco esa agresividad, a nivel mental hay muchos cambios, porque el cerebro no acaba su maduración hasta la treintena. Seguimos siendo adultos pero con una cabeza inacabada, donde el cableado es flexible. Pero al mismo tiempo es como cuando actualizas el ordenador, que hace falta, pero se pone a actualizar en el momento que peor te viene (risas). Aprendimos muchas cosas durante la infancia, pero ya no nos valen. La adolescencia es una segunda oportunidad para el cerebro para adecuarse emocionalmente y mentalmente al mundo de verdad, al que me voy a enfrentar como adulto.
P. Por otro lado, si es cierto que como especie nos hemos autodomesticado y nuestros rasgos se han infantilizado, ¿podemos decir que somos una especie más “cuqui”?
R. Pues sí, ja, ja, ja. No solo por todos los cambios internos y neurológicos, también exteriormente. Toda esta infantilización hace que que provoquemos en los demás unas reacciones más empáticas y más compasivas. Hemos evolucionado físicamente para despertar más ternura en los demás.
“Hemos evolucionado físicamente para despertar más ternura en los demás."
P. Pero al mismo tiempo que hemos cambiado la forma de ejercer la violencia y nos damos menos tortas, tenemos a gente como Putin.
R. Claro, de ahí lo de “Homo imperfectus”, porque somos una especie en la que cabe de todo. Nos hemos sofisticado y hemos aprendido a matar a distancia, que ese es el gran problema, esta sofisticación de matar a mucha gente a la vez. Pero Putin es una persona frente a muchas otras. Una persona que hace mucho daño, pero la maldad media de la especie sigue siendo baja, comparada con otros primates. Aunque tengamos esos ejemplos que nos desbaratan la estadística.
P. ¿En una época de tantos dogmatismo, qué nos puede enseñar la evolución sobre la búsqueda de la “pureza” genética?
R. Que al revés, cuando ha habido problemas lo que nos ha sacado adelante es la diversidad. Los neandertales, por ejemplo, probablemente tuvieron un problema de homogeneidad, algo que genéticamente les habría limitado en las posibles alternativas para resolver problemas. La fortaleza de nuestra especie está en esa grandísima variedad. Nos podemos permitir los defectos individuales porque en global nos hacen fuertes. Esa propensión a los desajustes es una ventaja.
“Está de moda hablar mal de Homo sapiens”
P. ¿Ser perfectos habría sido una condena?
R. Habría sido una limitación. Habríamos sido como un James Dean que "vive rápido y deja un bonito cadáver”. O tendríamos una vida mucho más estrecha, en sitios muy concretos y con un ambiente muy estable. Esa variabilidad es la que nos permite tener un éxito sin comparación. Si todos hubiéramos sido iguales y perfectos no habría sucedido.
P. Me gusta eso que dice de que otras especies - como el pulpo - mueren por los hijos y nosotros vivimos por ellos. Tampoco somos tan malos, ¿no?
R. Yo lo veo clarísimo. Está de moda hablar mal de Homo sapiens. Y hay cosas terribles, pero la media, en su comportamiento diario, es un comportamiento solidario. Por ejemplo, Putin muestra una gran maldad y la peor cara de un ser humano, pero en paralelo hay 75000 refugiados, lo que significa que en España hay 75000 familias que directamente han incluido en su casa a alguien a quien no conocían pero con quien se sintieron muy identificados. Está claro que a nuestra especie no le dan igual los demás.
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Más información en: Homo imperfectus (Destino, 2022)