Ciencia

Adiós a Edward O. Wilson, el biólogo que quiso unificar el conocimiento

Edward O. Wilson ha sido uno de los entomólogos más importantes de la historia de las ciencias naturales y, quizás, el mayor especialista en hormigas del mundo. Esto no quiere

  • El biólogo Edward O. Wilson, fallecido a los 92 años -

Edward O. Wilson ha sido uno de los entomólogos más importantes de la historia de las ciencias naturales y, quizás, el mayor especialista en hormigas del mundo. Esto no quiere decir que conociese todas las especies existentes. A día de hoy se conocen más de 10.000. Pero sí que pocos conocen la biología de este grupo animal como la llegó a conocer él. A partir de sus estudios de mirmecología -es así como se llama a la disciplina que estudia la biología de las hormigas-, desarrolló un conjunto de nociones en torno a la eusocialidad, que más adelante usó para analizar la socialidad humana. La eusocialidad se considera el más alto nivel de organización social, y las especies que la han desarrollado se caracterizan por el cuidado cooperativo de la prole por el conjunto de individuos que forman una colonia, por la coincidencia de varias generaciones en ella y por la división del trabajo entre miembros reproductores y no reproductores.

Gracias a sus estudios sobre las hormigas, desarrolló un conjunto de nociones en torno a la eusocialidad

En 1975 Wilson publicó Sociobiology: The New Synthesis, libro en el que trató de explicar las bases evolutivas del carácter social de ciertas especies animales. Y tuvo el atrevimiento de incluir la especie humana. Wilson consideró comportamientos tales como el altruismo, la agresión o el cuidado de las crías como rasgos sobre los que actúa la selección natural y son, por lo tanto, producto de la evolución de las especies. Propuso que los elementos del comportamiento humano son producto de la herencia, de factores ambientales y de las experiencias del pasado, y que el libre albedrío no es más que una mera ilusión.

Wilson y las críticas

Wilson, a la sazón profesor de la Universidad de Harvard, se encontró con una oposición muy fuerte por parte de algunos sus colegas, muy especialmente del paleontólogo Stephen Jay Gould y del biólogo Richard Lewontin. Estos criticaron, sobre todo, la visión determinista de la naturaleza y sociedad humanas que, según ellos, transmitía su libro. Sus oponentes entendían que estas eran mucho más maleables por efecto de la cultura y el ambiente de lo que Wilson daba a entender. Colocaron el desacuerdo, de esa forma, en el marco del debate de más largo alcance entre los partidarios de la influencia ambiental y los de la influencia genética sobre el comportamiento humano. La controversia trascendió el ámbito estrictamente académico y se reflejó incluso en medios de comunicación de masas.

Algo después, y en respuesta a lo que él consideraba una incomprensión de sus tesis, profundizó -en On Human Nature (1978)- en la explicación de la naturaleza y la socialidad humanas basándose en las mismas herramientas intelectuales que había desarrollado en el anterior trabajo. Defendió que características tales como la generosidad, el sacrificio por los demás, el uso del sexo solo por placer y otras son productos de la evolución de nuestra especie que han sido seleccionados por su valor adaptativo. Mediante esta obra se proponía, en la práctica, dotar a las ciencias sociales de cierto fundamento biológico.

Defendió que características como la generosidad o el sacrificio por los demás han sido seleccionados por su valor adaptativo

En esta secuencia de escritos dirigidos a públicos amplios, la última gran aportación de Wilson ha sido The Social Conquest of Earth, de 2012. En esta obra hace un análisis comparativo de la eusocialidad en varios taxones de artrópodos y en varias especies de mamíferos. E incluye a nuestra especie en este grupo, para lo que se vio obligado a modificar la definición de eusocialidad, dado que los seres humanos no tenemos un grupo especializado en tareas reproductivas de manera específica. Wilson defiende en esta obra la denominada selección de grupo, frente a la selección basada en el parentesco para explicar la emergencia del comportamiento altruista y la prosocialidad.

Sus tesis, que ya había publicado en un artículo en la revista Nature, provocó, una vez más, una reacción muy fuerte en contra, aunque en este caso por razones muy diferentes a las de los libros anteriores. Lo que rechazaron los 137 firmantes de varias respuestas publicadas en la misma revista (aquí, aquí, aquí, aquí y aquí) fueron las bases teóricas en que se fundamentaban sus conclusiones. El conocido divulgador científico y popularizador de la idea de que la unidad sobre la que actúa la selección natural es el gen, Richard Dawkins, finalizó su crítica del libro diciendo que lo mejor que se podía hacer con él era arrojarlo con fuerza, lo más lejos posible.

Un biólogo brillante y comprometido

Edward O. Wilson no solo ha sido uno de los biólogos más brillantes y controvertidos de los últimos cincuenta años. También era un excelente escritor. Da gusto leer sus obras, por su claridad, economía expresiva y elegancia. Ha sido uno de los mejores escritores científicos que he tenido el placer de leer, superior, a mi juicio, a autores tan reputados como S. J. Gould, R.  Dawkins o Steven Pinker (otro de sus críticos, por cierto).

No se puede hablar de E. O. Wilson sin destacar su faceta como teórico del conservacionismo. No en balde fue un científico muy destacado en materias directamente relacionadas con la conservación de la naturaleza, como la biogeografía o la biodiversidad. En esa línea, una de sus contribuciones más importantes a la ecología es la teoría de la biogeografía de islas, que desarrolló junto con Robert MacArthur, una teoría sobre la que se basa la fundación del campo del diseño de área de conservación, así como la teoría neutral unificada de la biodiversidad de Stephen P. Hubbell.

En el campo del conservacionismo Wilson ha sido un autor prolífico durante las últimas décadas, también de obras destinadas al gran público. Me vienen a la cabeza Biophilia (1984), The Diversity of Life (1992) o The Future of Life (2002), que sirven para hacernos una idea de que el amor por la naturaleza y su pasión por evitar su deterioro continuo viene de muy lejos. Pero la obra que, quizás, ha tenido más impacto ha sido Half-Earth: Our Planet´s Fight for Life (2016), en la que aboga directamente por reservar la mitad de la superficie de nuestro planeta para conservar la biodiversidad, dejándola al margen de toda intervención humana. Por sus contribuciones teóricas y por su implicación en la causa conservacionista, Wilson ha sido una figura de referencia para organizaciones ambientalistas, órganos legislativos y gobiernos, sobre todo en los Estados Unidos.

Unificador del conocimiento

He dejado para el final Consilience, la que es, a mi juicio, su obra más importante. Aboga en ella por la unificación de todo el conocimiento, desde las ciencias naturales hasta las humanidades, pasando por las ciencias sociales. La unificación se produciría, según su visión, estableciendo las conexiones y relaciones existentes entre los diferentes niveles de organización, desde el subatómico hasta el de la creación por la mente humana de una obra de arte. Las teorías científicas abarcarían así más de un nivel de organización de la materia, del pensamiento o de la sociedad, lo que redundaría en un mayor progreso del conocimiento. Se lamenta de la fragmentación que se produjo cuando la Ilustración dio paso al movimiento romántico y al alejamiento de unas disciplinas de otras que se produjo entonces.

Y sostiene que ha llegado el momento de recuperar lo que Gerald Holton denominó el “encantamiento jónico”, esa idea según la cual hay un orden subyacente en el universo, un orden que puede ser conocido y explicado mediante leyes naturales.

Wilson fue y sigue siendo muy criticado (¿cuándo no lo ha sido?) por sus ideas en Consilience, habiendo sido tachado de reduccionista, determinista, cientificista y unas cuantas “-istas” más. Se le ha acusado de pretender imponer a ciencias sociales y humanidades la metodología y principios propios de las ciencias naturales, despojando a aquellas, incluso de su razón de ser.

Wilson ha sido sido tachado de reduccionista, determinista, cientificista y unas cuantas “-istas” más

Creo que, como le ha ocurrido en otros debates, las críticas que ha recibido no hacen justicia ni a sus intenciones ni a la literalidad de sus propuestas. A modo de ejemplo, calificar de reduccionista la posición de Wilson significa, a mi parecer, entender el reduccionismo de una forma errónea, porque, hasta donde me es dado atisbar, Wilson no niega la existencia de fenómenos emergentes, simplemente busca la conexión entre diferentes niveles de la realidad mediante aproximaciones metodológicas y conceptuales comunes.

Aunque mi opinión no es en absoluto relevante a este respecto, no quiero quedarme sin manifestar mis propias reservas para con algunas de sus ideas. En concreto, con todo lo atractiva que es la idea de la existencia de un orden subyacente y unos principios que explican la realidad, no puedo dejar de pensar que, en un última y paradójica instancia, esa idea, así como las herramientas de que nos servimos para verificarla o refutarla, no deja de ser un producto de la evolución de la mente humana. Y por lo tanto, es un subproducto de un conjunto de herramientas cuya virtud principal ha sido la de haber traído, sin que nada lo pretendiese, a nuestra especie hasta el momento presente, la de haber puesto sobre la superficie de la Tierra a ocho mil millones de seres humanos.

Un debate de altura

El valor intelectual y moral de Edward O. Wilson, la medida de su contribución al conocimiento, no se debe tanto al acierto de sus conjeturas, cuanto del hecho de haberlas formulado, contra corriente, y de haberlas defendido arriesgando, incluso, su propio prestigio académico. De pocos intelectuales se puede decir que han provocado tanto debate de alto nivel, que sus ideas han tenido tanto valor heurístico, y que haya manifestado, en la teoría y en la práctica, tanto amor por la vida, en cualquiera de sus tres formas, bios, psujé y zoé.

De pocos intelectuales se puede decir que han provocado tanto debate de alto nivel

A Edward Wilson se debe la expresión humanismo científico, en sus palabras “la única visión compatible con el creciente conocimiento científico del mundo real y de las leyes de la naturaleza”.  Y fue, en coherencia, uno de los primeros firmantes del “Manifiesto humanista”, una declaración de los principios y propósitos que inspiran a gran parte de quienes se declaran -nos declaramos- humanistas seculares. Al margen de lo erradas o acertadas de sus propuestas, de lo que no cabe duda es de que ha sido una de las figuras que más ha contribuido a promover la idea de que la ciencia y el humanismo subyacente son las mejores herramientas con que contamos para mejorar la condición humana.

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