La bendita locura de Sampaoli se ha contagiado a su equipo y al Pizjuán. Una inconsciencia calculada, o no, que descose el juego y propone partidos que valen lo que cuesta la entrada. Ante el Real Madrid, y con la eliminatoria perdida (0-3), los sevillistas salieron con una sola idea, puerta grande o enfermería. Con Nasri, Vitolo y Jovetic en el banquillo, el argentino escribió en la pizarra del vestuario: 1-0 al descanso. A los 9 minutos, Danilo, ese defensa que sigue alimentando las sospechas por los 40 millones que apañaron Florentino y Mendes por su fichaje, se disfrazó de Kanouté y batió inexplicablemente a su compañero Kiko Casilla de cabeza.
Zidane se movía como un león enjaulado. Otro estilo, la antítesis de Sampaoli. Mercurio y hielo, azufre y champagne. Zizou pedía a los suyos tranquilidad, paciencia, posesión. Pero el juego ciclónico de los locales rompía el mediocampo y el partido. Sampaoli eligió ruleta rusa, Zidane pedía mus. A los 25 minutos Casilla ya había realizado cinco intervenciones de mérito. A los 35 no había rastro de la banda izquierda del Real Madrid, que hacía aguas en la medular, donde se echaba de menos las piernas de alguno de los dos 9, Mariano o Morata.
Florentino presentó a Danilo advirtiendo: "Lo querían los mejores de Europa y está aquí". Hoy acumula un puñado de actuaciones desastrosas, entre las que cuenta su partido ante el Wolfsburgo, en Anoeta (donde perdió 21 balones) y ahora añade este del Pizjuán con gol en propia puerta y esa sensación de que el apocalípsis está a punto de ocurrir y llegará por su lateral.
Entre Cruyff y Panenka
Cuando el Pizjuán volvía a oler a azufre, Asensio se disfrazó de Bale y recorrió 70 metros para anotar el gol del empate y sellar la eliminatoria. Adiós al galope, a la locura, a la ruleta rusa, al vértigo... 50 minutos duró el acongojo de este Real Madrid señorial que desfila mejor que trota. El Sevilla besó la lona, pero se levantó rápido y Jovetic se estrenó como sevillista 90 segundos después. Sin embargo, la orilla quedaba demasiado lejos para los locales (tres goles). Ni con Danilo...
Con este panorama, Sampaoli se arrancó a torear de salón con una variante en su pizarra digna de Cruyff. Colocó a Sarabia, delantero reconvertido a carrilero, de central marcador. Un pájaro disparando a las escopetas. Más madera. Solo quedaba en juego el pedigrí de romper la racha del Real Madrid de Zidane (39 partidos invictos). Y la osadía pareció tener premio con un tanto de Iborra en la boca de gol.
Desde abril no caían los de Zidane. Parecía que el Real Madrid sucumbiría ante el chandalismo ilustrado de Sampaoli y su pizarra indescifrable. Y llegó otro brindis desmonterado: un gol de Sergio Ramos de penalti a lo Panenka, desafiando a los ultras sevillistas y pidiendo disculpas al resto del público. Con los cronistas finiquitando la racha blanca Benzema se ganó la última oreja de la faena con una arrancada en eslalom en el descuento para igualar el marcador. Este Real Madrid es perezoso, pero indómito. Y por eso no perdió en una Sevilla que tiene un olor especial, el del azufre de la caldera del Pizjuán.