El Barça ha vivido una de las semanas más duras en su historia reciente. El 10 de abril, sobre las once de la noche, el conjunto azulgrana certificó su victoria por 2-3 en la ida de los cuartos de final ante el PSG en el Parque de los Príncipes.
El inesperado, pero merecido triunfo de las huestes de Xavi Hernández trastocó por completo el imaginario culé, que acudía al cruce ante los parisinos con más morriña que esperanza.
El fútbol es un deporte caprichoso, la línea que separa el hastío de la ilusión es tan fina como la cal que separó el gol legal no concedido a Lamine Yamal en el Bernabéu. Con o sin tecnología, la precariedad institucional del Fútbol Club Barcelona ha quedado patente en esta serie de resultados dispares en Europa y la competición doméstica.
La temporada 2023/2024 será recordada por los aficionados azulgranas como una huida hacia delante a todos los niveles. Todo comenzó en el mes de mayo, cuando dos activos fundamentales de la cúpula directiva, Jordi Cruyff y Mateu Alemany, anunciaron su salida. Alemany, sin embargo, reculó unos meses, hasta agosto, cuando entonces sí abandonó el Barça en detrimento de un 'Deco' que ya le había comido todo el terreno.
Ambas despedidas fueron dolorosas, pues el hijo del mito había hecho un gran trabajo a nivel interno, pero la de Alemany fue una baja demasiado sensible. Ideólogo de la gran revolución en el Barça, Mateu reestructuró una plantilla deficiente con decenas de salarios desorbitados. Poco a poco, la limpieza se concretó, llegando al mercado veraniego de 2022, cuando el Barcelona, palancas mediante, armó un equipo competitivo que ganó la Liga de calle y la Supercopa de España en Riad.
Un equipo, el Barça, cuyo martirio no termina en los despachos, sino que se extiende al banquillo. Ahí está Xavi Hernández, el mito que vino poniendo dinero de su bolsillo desde Qatar para sacar al equipo de sus amores del pozo de resultados donde se encontraba.
Tras dos años y medio al frente del primer equipo, aún no sabemos cuál es el plan de juego de Xavi Hernández. El Barça ganó la Liga con solvencia, sí, eso es indiscutible, pero aferrados a una solidez defensiva impropia del estilo predicado, y en cuya caducidad vendrían las costuras del conjunto culé.
Esta temporada 23/24, los partidos brillantes del Barcelona se cuentan con una mano. Hubo más actuaciones resolutivas que notables, pues las escasas goleadas han llegado ante rivales de una entidad menor como el Betis o el Antwerp belga. Con todo y con eso, el Barça fue incapaz de aguantar el ritmo liguero de Real Madrid y Girona, que pugnaron un trimestre por el liderazgo, hasta que la energía abandonó a los de Míchel fuera de Montilivi. Este desgaste provocó el anuncio de Xavi, quien confirmó que dejaría de ser entrenador del Barça a final de temporada, incapaz de sobreponerse al entorno mediático y a levantar anímicamente al equipo.
La fase de grupos en Europa fue de aprobado raspado. Con un grupo fácil, donde coexistió con Porto, el citado Antwerp y el exiliado Shakhtar Donetsk, los de Xavi fueron incapaces de ganar lejos de Montjuic más que en do Dragão y pidiendo la hora. En octavos esperaba un Nápoles venido a menos desde la conquista del scudetto en primavera.
Una muy buena primera media hora en el encuentro de vuelta en Barcelona fue suficiente para volver a la frontera de los cuartos de final, horizonte inexplorado por la entidad desde 2020, cuando el Bayern venció en la burbuja de Lisboa por 2-8 a los de Quique Setién. Cuatro años de ridículos superados con el gol de Andreas Christensen en París.
Barça, de la fe al martirio
Con la temporada en jaque mate tras la eliminación copera ante Athletic Club en San Mamés, en las oficinas del Campo Nou comenzaron con el casting de entrenadores. De entre las pocas opciones que las arcas del club podían costear, destacan Rafael Márquez, técnico del Barça B, y Hansi Flick, exentrenador del Bayern de Múnich y campeón de todo en 2020.
Fíjense ustedes la tristeza de campaña que se estaba quedando, que el objetivo prioritario se fijó en asegurar una plaza de Champions, ni siquiera pelearle al Girona el segundo puesto y su lugar en la Supercopa de España del año que viene. Pero bueno, se ganó al Nápoles y el equipo desde el adiós televisado de Xavi espabiló, gracias en parte a la vuelta de Ter Stegen, ya que el desempeño de Iñaki Peña bajo palos fue como poco irrisorio.
El culé, especialmente el originario de Cataluña, vive en una burbuja de pesimismo y autoengaño bastante fuerte. No es nuevo, va la forma de ser. Bastó un buen partido ante el PSG para desatar el optimismo de una forma atroz. Tal fue el placebo provocado por la victoria, que desde la prensa afín al club se empezó a filtrar que Laporta quería la continuidad de Xavi, y que este no la vería con malos ojos después de todo.
Un escándalo y una falta de palabra brutal. Pero como no hay nadie a los mandos, pues todo da igual. Si Xavi salía vivo de la vuelta de cuartos y el clásico, todo era posible. Araujo, sin embargo, tenía otra opinión. Su acción de cadete sobre Barcola con dos goles de margen en la eliminatoria voltearon un cruce que pintaba bien. Un futbolista, el charrúa, que aún por encima de su fallo, tuvo el mal gusto de afear a İlkay Gündoğan sus palabras tras la derrota 1-4 ante el PSG. Un ambiente sano, que se diría en el argot.
Quedaba la puntilla, y esa se la dieron entre Jude Bellingham y Soto Grado. El inglés, con su enésimo gol en el añadido de la temporada, y el colegiado de Candeleda con su infame actuación arbitral. A la pésima gestión de las dos ventajas (0-1 y 1-2) se sumó el gol fantasma no concedido a Lamine Yamal y un penalti de Camavinga al extremo español en la primera parte.
De estar en semis y peleando por la Liga (en la imaginación de muchos) a la cruda realidad: temporada en blanco y con el ridículo de querer convencer a Xavi de que se quede. Un técnico al que nunca quiso Laporta, especialmente tras la derrota ante el Villarreal, que removió todo.
Además, el presidente nos tenía reservado una actuación más. Se grabó un bochornoso vídeo a cámara exigiendo todas las imágenes del clásico, de lo contrario, pediría la repetición del encuentro.
Lo hizo en castellano, claro, aludiendo que ya se han repetido "encuentros de ámbito europeo" sin especificar más. No tuvo ni el detalle de hacerse el nudo de la corbata de forma correcta, amén de hablar como si estuviera en un pub con amigos. En fin, un despropósito absoluto.
La 'bomba' explotó el miércoles por la noche, cuando los medios catalanes contaron que Xavi había repensado su decisión, continuando en la entidad hasta junio de 2025, fecha de finalización de su contrato. De este modo, se completaba el mayor ridículo en la historia reciente. El Barça no tiene quien lo guíe, pero tiene un grupo de jóvenes promesas que por lo menos generan ilusión, que ya es bastante en estos tiempos de pena.