El pasado día 9, en Ámsterdam, el Consejo de Gobierno del Banco Central Europeo (BCE) decidió “poner fin a las compras netas de activos en el marco de nuestro programa APP a partir del 1 de julio de 2022”, aunque aseguró que seguiría reinvirtiendo íntegramente el principal de los valores adquiridos en el marco del programa APP que vayan venciendo, “durante un periodo prolongado tras la fecha en que comience a subir los tipos de interés oficiales del BCE y, en todo caso, durante el tiempo que sea necesario para mantener unas condiciones de amplia liquidez y una orientación adecuada de la política monetaria”.
En esa misma reunión, la institución monetaria que preside Christine Lagarde adelantó ya que tenía previsto subir los tipos de interés oficiales del BCE 25 puntos básicos, hasta el 0,25%, “en nuestra reunión de política monetaria de julio” y abrió la posibilidad de una nueva subida en septiembre.
A la bolsa no le sentó muy bien ninguna de las decisiones, aunque ambas estaban descontadas por el mercado. En cuatro sesiones, las que van entre el 9 y 14 de junio, el Ibex se dejó 776 puntos de su cotización, el equivalente al 8,78%. Tuvieron que ser la Reserva Federal, con una subida histórica del precio del dinero (+0,75%), y el BCE, con una puntualización a su comentario del día 9, los que devolvieran la ¿tranquilidad? a las bolsas.
Aunque en la inflación está la razón de ser de estas medidas, la realidad es que el balance del Eurosistema (el BCE y los bancos centrales de los países que comparten la moneda única) ha estado “engordando” de manera controlada durante los catorce años que separan la quiebra de Lehman Brtothers, la mecha que encendió la crisis financiera internacional en 2008, y la pandemia del coronavirus.
Dicen los expertos que una economía no puede vivir permanentemente asistida por su banco central y el BCE así lo ha entendido por fin, con unos años de retraso en relación con Estados Unidos. Cuando en el mes de julio el BCE ponga fin a las compras, el activo total del Eurosistema se acercará a los nueve billones de euros, una cifra seis veces superior a la que tenía en septiembre de 2008: 1,518 billones de euros.
Una economía no puede vivir permanentemente asistida por su banco central y el BCE así lo ha entendido por fin, con unos años de retraso en relación con EEUU
Las dos partidas principales del activo total de Eurosistema son los “valores emitidos en euros por residentes en la zona euro” y “los préstamos en euros concedidos a entidades de crédito de la Eurozona en relación con operaciones de política monetaria”. El primer epígrafe está integrado por aquellos títulos de deuda pública, bonos de empresas, titulizaciones, cédulas o pagarés de empresa bajo los diferentes programas de compra de la Quantitative Easing, que arrancó en marzo de 2015 con la compra de 3.200 millones en bonos.
Según el último balance de situación del Eurosistema, el saldo a 10 de junio pasado en este apartado asciende a 5.121.141 millones de euros. Cuando Mario Draghi estaba al frente del BCE y decidió regalar el dinero (tipo de interés al 0%) el montante de los valores comprados por el banco central de la Eurozona ascendía a 1.301463 millones de euros, casi cuatro veces menos. En 2008, a 111.284 millones.
Ingresos por intereses del BCE
Para el BCE y cada uno de los bancos centrales de los países del euro la compra de estos activos ha supuesto unos ingresos notables en forma de intereses. El Banco de España ingresó en 2021 por intereses un total de 7.240 millones de euros, que en términos netos se redujeron a 4.369 millones, para unas ganancias en el ejercicio de 1.785 millones. Para el BCE, los intereses alcanzaron en 2021 una cifra de 1.728 millones.
La segunda partida más relevante del balance del Eurosistema recoge los préstamos que realiza periódicamente el BCE a las entidades financieras para dotarlo de liquidez. Se trata de préstamos a una semana, varios meses o años (las famosas TLTRO). En el balance aparecen en este apartado 2.199.296 millones de euros, cuando en marzo de 2016 apenas había 517.576 millones y en 2008, 487.311 millones.
Estos dos capítulos representan hoy el 83% de los activos totales del Eurosistema. En 2008, apenas eran el 39,4% y en 2012, en julio, cuando la crisis de la deuda soberana en España e Italia amenazaba con acabar con la moneda única, el 58%.
Otro dato que da idea del volumen que ha alcanzado el sistema de bancos centrales de los países de la Eurozona es el peso que ha tomado en relación con el PIB de la región. Cuando el BCE inició su andadura, sus activos representaban alrededor del 10% del Producto Interior Bruto de la zona económica del euro. En 2008, ya con una crisis de por medio, subió al 16%. En 2012, cuando España e Italia bordearon el rescate con primas de riesgo que rozaron lo 750 puntos básicos, el Eurosistema siguió engordando hasta suponer el 31,63% del PIB. Con los datos del balance de este mes de junio y el PIB de 2021 de la Eurozona (12,269 millones de euros), se puede apreciar que hoy representa el 72% del PIB.
El problema, como dice el economista Javier Santacruz, es que “ el actual volumen de deuda que atesora el BCE y los demás bancos centrales no se puede sacar a los mercados de golpe”. Así lo interpretaron entre los días 9 y 14 de este mismo, con descensos importantes en sus principales índices bursátiles, lo que obligó al BCE a puntualizar que habría apoyos asimétricos. Bajo este eufemismo se esconde la posibilidad de seguir asistiendo a España e Italia si sus primas de riesgo se disparan.
Lo normal es que es que el BCE vaya poniendo en el mercado entre 400.000 y 500.000 millones de euros anuales a medida que se vayan amortizando las emisiones compradas, “para evitar que el mercado de deuda se quede seco y así se pueden colocar nuevas emisiones, como va a ser el caso de España”, añade Santacruz. Y es que es mucho más difícil realizar lo que en la jerga financiera se denominan “operaciones de esterilización de masa monetaria”, que comprar valores emitidos por residentes en la zona euro en épocas de recesión.