España será la próxima Alemania, remachaba un informe matutino de Morgan Stanley hace escasos días. Y se quedó tan ancho. ¿Han bebido demasiada sangría estos analistas? ¿O es que aprenderemos el paso de la oca más rápido de lo que los propios germanos habían pensado?
El modelo económico alemán está basado en el pensamiento de la escuela de Friburgo. Concebido allá por los años 30, éste respeta el libre mercado, pero al mismo tiempo otorga al Estado un papel corrector. Y ello se traduce en un dirigismo estatal compartido con empresarios y sindicatos. Juntos deciden hacia dónde ponen rumbo.
No obstante, semejante grado de pactismo se antoja impensable en España. Al propio presidente de la CEOE se le ocurrió un día sugerir que se podía introducir a los sindicatos en los consejos de dirección, a imagen y semejanza del modelo alemán. Sin embargo, a Rosell le llovió un chaparrón de críticas… Nunca ha estado la patronal tan unida como frente a esta idea. “¿Cómo va a enseñarle un empresario español las cuentas a un sindicalista si no se las enseña ni a su mujer?”, comenta una fuente empresarial. Primer inconveniente serio.
La concertación social es básica en Alemania: aunque los salarios son altos, no suben; aunque el Estado del Bienestar es generoso, se ha reformado para que no aumente sus gastos.
Es decir, mientras que en España no se puede ni mentar la bicha, en Alemania hay un acuerdo tácito para que los costes del sistema no se eleven y sean sostenibles al margen de una coyuntura adversa. Esto se ha logrado a cambio de una promesa de los dirigentes a los sindicatos: que nunca se generará una inflación rampante que erosione la capacidad adquisitiva de los trabajadores.
Otro Estado del Bienestar
Al mismo tiempo, Berlín ha endurecido las condiciones de acceso a las ayudas de desempleo y ha flexibilizado el trabajo temporal y de los jóvenes, con el fin que haya más gente incorporada al mercado laboral y, por tanto, contribuyendo con impuestos.
Lejos de constituir una forma de abaratar costes, los mini-jobs son considerados en Alemania una vía para que los jóvenes puedan poner un pie en el mercado laboral. Están diseñados para que el joven se haga una carrera y, conforme se forma, gane más dinero.
Esto puede hacerse porque las compañías tudescas tienen más tamaño y están orientadas hacia actividades de un mayor valor añadido. Necesitan a los trabajadores formados y, tras haber invertido mucho en entrenarlos, no quieren soltarlos ni siquiera cuando hay un periodo de caída de la demanda.
Si la apertura a la inmigración supuso la gran reforma laboral española, los alemanes rebajaron significativamente sus costes salariales gracias a la ampliación europea a los países del Este. Sin elevar mucho su factura logística, trasladaron a éstos una parte de sus funciones más intensivas en mano de obra barata.
Sin embargo, las empresas españolas son más pequeñas y no precisan tanto capital humano. Ello implica que se observe con más resquemor cualquier intento de flexibilización, no vaya a ser que exista la tentación de usarlo como una forma de perpetuar la precarización. Con o sin razón, se percibe al empresario como un pirata. En definitiva, la desconfianza entre las patronales y los sindicatos representa un obstáculo para implantar en España algo parecido al modelo teutón.
Los alemanes ahorran como chinos
Alemania busca una evolución moderada de los precios por otro motivo aún más importante: su población envejece mucho y es consciente de que necesitará en el futuro unos ahorros que se verían muy mermados si se desmadrase la inflación.
Durante la bonanza, estos excedentes de capital fueron invertidos en la periferia europea buscando rentabilidades más altas. Alimentaron la burbuja y ahora tienen aquí capturados sus fondos. Han de asegurarse que recuperan su dinero y ello implica que quieran implantar unos usos y costumbres que les ofrezcan garantías, lo más parecido a los suyos. Pusieron el dinero para nuestras flamantes infraestructuras, pero no son tontos.
Este esquema germano huye de los estímulos fiscales y persigue la disciplina en las cuentas. Sólo se lo saltaron con motivo de la reunificación alemana, cuando se vieron obligados a absorber una economía tan improductiva como la de la Alemania Democrática. En España, todavía da la sensación de que algunos añoran la banca pública y la planificación quinquenal propia del comunismo, como si no hubieran tenido suficiente con las cajas. De hecho, los alemanes también están soportando el coste de sus Landesbanken y Sparkassen, el equivalente tudesco de las politizadas cajas.
El paciente germano
Tras la reunificación, Alemania se adjudicó el título de enfermo de Europa y se vio forzada a aplicar las reformas que ahora la hacen casi inmune a los vaivenes de la Gran Recesión. Pero para hacerlas más digeribles, a modo de contraprestación, los políticos teutones aumentaron el gasto social... y quebraron el Tratado de Maastricht. Lo demás, cómo abrieron la Caja de Pandora, es ya historia.
Respecto a los ingresos tributarios, en Alemania son altos pero estables. En España, en cambio, abundan las empresas pequeñas y el gasto del Estado está en parte deslegitimado de tanto despilfarro, por lo que enseguida una porción de la actividad se desplaza hacia la economía sumergida y provoca que los ingresos sean tan bajos como los de Estados Unidos, aproximadamente un 33 por ciento del PIB en 2011, por debajo incluso de Grecia. Y así resulta difícil mantener un Estado del Bienestar de estándares casi europeos.
Las cuentas saneadas y la fortaleza industrial de Berlín le permiten financiarse a unos tipos bajísimos. Y ahí radica el que quizá sea el principal problema de fondo de España: la economía crece menos de los que cuesta financiar su deuda, una cosa absolutamente insostenible a largo plazo y que pone en cuestión la estrategia de la devaluación competitiva. ¿Cómo vamos a pagar un endeudamiento creciente con sueldos cada vez más bajos?
Jarabe de palo
Sin embargo, está surtiendo efecto. Irlanda ya comienza a salir del agujero. Y hay cifras que apuntan que España marcha a duras penas, pero ganando centímetro a centímetro. Estamos recuperando parte de la competitividad perdida, se mida por el parámetro que se mida.
Y los empresarios españoles están haciendo eso sin crédito y, por consiguiente, sin inversión. En cuanto el PIB repunte un poco fuera, las exportaciones españolas tirarán aún más. Y, como sería lógico, precisarán de la inversión para mantener el ritmo de ventas. Según el último informe de BBVA Research, tan pronto la inversión se ponga al mismo nivel que las exportaciones, disfrutaremos de un efecto arrastre que reanimará la economía, siempre que acompañe una prima de riesgo más baja y, por lo tanto, una financiación más barata.
No obstante, el crecimiento del sector exterior se está haciendo en unos productos y servicios que, muchas veces, no tienen por qué ser precisamente los mismos que comercializan los germanos. Aunque competimos en la fabricación de vehículos, también contamos con nuestros sectores particulares en los que presentamos una ventaja competitiva como el turismo, el residencial o el agroalimentario… Incluso estamos vendiendo calzado en China. Por supuesto, esto no nos brinda la celebrada competitividad alemana intensiva en inversión, la clave de su robustez exportadora. Pero al menos es un comienzo.
El clima inversor
Quizás, dado el buen clima español, el objetivo debería reorientarse hacia una California o Florida de Europa, que atrae el talento o los jubilados por su calidad de vida.
En cualquier caso, siempre habrá que crear unas condiciones más propicias. Entre ellas, la reforma de la educación resulta esencial. Como hemos mencionado, los alemanes destacan, sobre todo, por su formación en el trabajo.
Sin embargo, este modelo germanizante también ofrece varias dudas. Porque ¿pueden todos los países europeos encontrarse en la parte alta de la cadena de valor añadido? Lo cual lleva a otra cuestión planteada legítimamente por los economistas de corte anglosajón: ¿podemos todos ahorrar como Alemania y China hasta el punto en que el consumo escasee? ¿A quién venderán entonces estos alemanes?
En conclusión, el cambio en España ha comenzado, pero llevará años culminarlo. Los individuos, y en general el sector privado, son los que primero han empezado a adaptarse al vendaval. Pero incluso así surgen demasiados interrogantes respecto el ámbito público: ¿puede España aprovechar esta crisis y convertirse en un país competitivo mientras una ministra alemana nos siga dando ejemplo de cómo se puede dimitir incluso por plagiar una tesis hace años? Aquí, en cambio, la titular española relacionada con una trama corrupta se resiste a soltar la cartera y, para colmo, se escuda tras el feminismo. Hete ahí que no todo va a ser deslomar a los españolitos de a pie para competir contra los alemanes y tirar de un país con un 26 por ciento de paro. También hace falta la calidad institucional.