Editorial

Una respuesta sólida de la Eurozona para salvar al euro

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Entre vergonzoso y patético cabe calificar el silencio mantenido ayer por Alemania y el Banco Central Europeo (BCE) tras el despiadado ataque sufrido por España en los mercados, ello sin olvidar el descorazonador mensaje de falta de unidad que el mutis de la Eurozona transmite. Asedio tan cruel como planificado al milímetro, pues hasta el más lego en la materia sabe que, de tener éxito el derrumbe español, el ejército atacante dirigirá, a continuación sus baterías contra Italia, un país que también ayer sufrió de lo lindo y no está en mejor situación que el nuestro, ello de acuerdo con la famosa teoría del dominó. Tiene razón el ministro de Economía, Luis de Guindos, cuando sostiene en privado que esta es una guerra contra el euro que se está librando en suelo español.

Lo asombroso es contemplar a la Unión Monetaria inerme, incapaz siquiera de articular un mensaje común, como fatalmente predispuesta a rendir las banderas de un proyecto de integración que no es solo monetaria, en el que siguen creyendo millones de personas en el viejo continente. El caso concreto del BCE es particularmente sangrante: no sólo no es capaz de actuar como apagafuegos en lances tan convulsos, sino que se dedica a enviar recados a través del Financial Times, pues no cabe explicar de otro modo la ‘casual’ información aparecida ayer en ese medio, adelantando mensajes a un Gobierno de España que, por supuesto, no había presentado ningún plan para financiar el rescate de Bankia, entre otras cosas porque tal plan todavía no existe.

Es evidente que la reforma del sistema financiero español precisa de ayuda externa, dada la importancia del agujero descubierto y el que se adivina. Ante la desbandada de la inversión extranjera, el Tesoro está emitiendo entre las entidades españolas con dinero obtenido en la barra libre de liquidez del BCE, hasta el punto de que en cada nueva subasta, superada a duras penas, cae el saldo de inversores no residentes sobre la anterior. En tales circunstancias, es prácticamente imposible que nuestra banca pueda asumir sobrecoste alguno para rescatar a Bankia, salvo que reciba inyecciones del BCE. Esa es la dura realidad actual. Hacen falta apoyos de fuera y hacen falta ya.

Los errores cometidos en el pasado reciente han sido muchos, pero no todos son imputables a España. Ahí están frescos en el recuerdo los años en que la Eurozona mantuvo unos tipos de interés artificialmente bajos porque le convenían a Alemania. Con ese dinero barato se emborrachó nuestra economía y se generaron no pocos de los desequilibrios que han llevado al euro al punto de tensión máxima actual. España es uno más de los países que sufren los efectos de la metástasis, pero no es el foco de un mal que es global.

Alemania y su responsabilidad histórica

Urge dotar, por ello, a la moneda única de una hoja de ruta para los próximos años y hacerlo ya. Sin abandonar los criterios de ortodoxia y buenas prácticas, y avanzando en mecanismos de integración fiscal, política económica común, sistemas de solidaridad y, seguramente también, cesiones adicionales de soberanía por parte de los Estados. Que el euro se encuentra ante una encrucijada de dimensión histórica no es ningún secreto: o se avanza en el proceso de integración europea, o se abandona y se acepta la derrota a manos de quienes siempre vieron en la moneda común un player capaz de cambiar las viejas reglas de Poder a uno y otro lado del Atlántico. Lo evidente es que no es posible mantener esta agonía por más tiempo.

Queda mucho por hacer en España. Dejando de lado la banca, que es mucho dejar, hay reformas urgentes en liberalización de sectores económicos, en gasto sanitario, en diseño territorial y en tantos otros que no admiten demora. El Gobierno debe hacer las reformas, completar el trabajo iniciado y hacerlo cuanto antes, con total determinación. Para hacerlo posible, es evidente que nuestra economía precisa del apoyo de nuestros socios en la Eurozona para resolver las tensiones de liquidez que esos cambios traen aparejados durante al menos el próximo año y medio. El Gobierno Rajoy reclama que esa ayuda no lleve implícito el estigma de la intervención y no le falta razón en ello. Al fin y al cabo, y como ayer se podía leer en algunos foros financieros internacionales, “la crisis bancaria española no deja de ser un “test de stress” para el euro”.

Dicho lo cual, la pregunta es obligada ante los silencios cómplices de ayer: ¿Hacia dónde se dirige la moneda única? ¿Qué pretende Alemania, apretando hasta el punto de asfixia a los países periféricos? La responsabilidad alemana con lo que está ocurriendo es innegable. Responsabilidad histórica, como tantas veces ocurriera desde la guerra franco prusiana. Para el españolito de a pie, lo malo de esta situación no es sólo un Ibex a la baja, una prima de riesgo insostenible o una nacionalización de Bankia, los grandes temas que inundan los medios de comunicación. Lo peor es el drama de los millones de parados que asolan nuestras familias y que van a ir en aumento en España y en otros países. Ese es el meollo de la cuestión. El euro debe dar una respuesta sostenible al modelo de sociedad actual.

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