El fallecimiento de Antonio Barrera de Irimo merece nuestra consideración, primero para condolernos con su familia y segundo para realzar su condición de servidor público que, en tiempos muy difíciles, supo estar a la altura de las tareas que le fueron encomendadas. Procuró servir al Estado y a sus compatriotas, haciendo honor a su pertenencia a uno de los grandes cuerpos de la Administración Pública -inspector de Hacienda- y a su trayectoria como docente en la prestigiosa Universidad de Deusto. Al contrario que algunos de los personajes desaparecidos en fechas recientes, Barrera de Irimo no era icono de nada; si acaso, era ejemplo de cómo entender la gestión de la cosa pública, al servicio del interés general. Y esa es una de las cualidades que nos interesa resaltar en este tiempo marcado por la crisis institucional, y en este país corroído por la corrupción y la devaluación de lo público hasta extremos inimaginables, en esta España tan necesitada de gentes a la vez capacitadas y honradas como la persona que nos deja.
Barrera de Irimo llegó a ser Ministro de Hacienda en el Gobierno de Carrero Blanco y continuó siéndolo con Arias Navarro. Eran aquellos años, 1973/74, en los que agonizaba el régimen de Franco y la sociedad española se aprestaba a vivir, entre la inquietud y la ilusión, la salida de la dictadura. El franquismo estaba caducando, pero España contaba con unas clases medias vigorosas y una juventud preparada, dispuestas ambas a emprender la aventura de la libertad con el concurso de una economía medianamente desarrollada, aunque golpeada entonces por la primera crisis del petróleo de 1973. El personaje ahora desaparecido puso su grano de arena en la empresa de alumbrar un tiempo nuevo, bajo las premisas de la inteligencia y la eficacia que ya adornaron a algunos de sus ilustres predecesores, caso de Navarro Rubio y de Ullastres, que con el Plan de Estabilización de principios de los 60 abrieron la economía nacional, reforzaron el desarrollo industrial y oxigenaron la sociedad para hacerla más permeable a los vientos que llegaban de la Europa del Mercado Común.
Durante su corta estancia en el Ministerio de Hacienda, del que dimitió en octubre de 1974, mantuvo la senda de la liberalización económica. Liberalizar la expansión bancaria, rompiendo definitivamente el statu quo sectorial, supuso dotar a España, país de pequeñas y medianas empresas, del tejido crediticio necesario para asegurar su crecimiento. Recibió por ello las críticas de quienes veían amenazada su preeminencia y también de quienes pensaban que no había que dar por supuesta la prudencia de los gestores bancarios. Los hechos se encargarían de dar la razón a estos últimos, porque pocos años después la banca industrial, gran beneficiada de aquella liberalización, daría lugar a nuestra primera gran crisis bancaria. El resto de los actores, sin embargo, bancos comerciales y cajas de ahorros, crecieron y sirvieron con eficacia al conjunto de la economía nacional, lo que contribuyó decisivamente a atenuar el impacto de la desaparición de la banca industrial.
Don Antonio creía en el servicio público
Como gestor empresarial, el aludido demostró su alta cualificación al frente de una de las joyas de la empresa pública, la Compañía Telefónica Nacional de España. Barrera modernizó la empresa y la gestionó atendiendo al interés público y a las demandas de sus clientes. No se conformó con administrar un monopolio. Al contrario, lo hizo de manera que no se notara tal condición, de forma que sus acciones llegaran en su día a ser la referencia del ahorro de millones de familias españolas, lejos aún el vendaval del capitalismo financiero que tanto daño ha causado y tanta influencia ha ejercido, para mal, en las privatizaciones de años posteriores. Don Antonio creía en la libertad económica, pero también creía en el Estado y en el servicio público en un país que necesitaba de ambos para garantizar el desarrollo y la cohesión social.
Puso su talento y su experiencia al servicio de las instituciones a las que sirvió en tiempos difíciles, siempre dispuesto a facilitar el tránsito de España y de los españoles hacia horizontes mejores. Fue un profesional de enorme prestigio que sirvió a su país sin utilizar a su país para enriquecerse, porque nunca usó las instituciones a las que sirvió en beneficio propio. Desde luego un católico cabal, recto y honrado. ¡Casi nada: un español honrado!, además de un tipo de finísima inteligencia con quien era una delicia hablar antes de que el maldito mal le hiciera perder la razón en la niebla de la desmemoria. En estos tiempos en que de nuevo nos toca vivir una penosa agonía institucional y política, se echan en falta personas de la categoría profesional y moral de Don Antonio Barrera de Irimo. Descanse en paz.