Editorial

Emilio Botín, las dos caras de una misma moneda

   

  • Emilio Botín durante un acto del Santander

El fallecimiento de Emilio Botín es, sin duda, una de las noticias más importantes ocurridas en lo que llevamos de año, casi a la altura de la abdicación, el pasado mayo, del rey Juan Carlos I. No exageramos: el banquero cántabro ha sido uno de los grandes iconos de la realidad española de los últimos 30 años. Su trayectoria profesional, paralela a la del Banco Santander, no ha dejado a nadie indiferente, hasta el punto de haberse convertido en referencia universal del sistema bancario español. Para otros, entre los que nos contamos, era la representación genuina de esa oligarquía financiera que, aliada de la clase política, ha venido ejerciendo, la mayor parte de las veces en la sombra, un poder e influencia indiscutidos en España y no precisamente, o no siempre, para bien de los españoles. La cara del banquero y empresario de éxito, por un lado, no puede ocultar la cruz, por otro, de una trayectoria marcada por el uso y abuso de su poder en las alcobas de gobiernos e instituciones con el fin de solventar sus problemas por encima o al margen de la ley, hasta el punto de lograr, en determinados casos, la rendición de una Administración de Justicia capaz de alumbrar doctrinas ad hoc para salvarle del atolladero o del banquillo. Recuérdese la tristemente célebre “doctrina Botín” establecida con ocasión de las cesiones de crédito. 

Como sucesor de su padre, Emilio Botín-Sanz de Sautuola y López, férreo gestor de un banco familiar que a principio de los ochenta ocupaba su lugar entre la banca mediana española, Emilio Botín Ríos tuvo claro desde el principio que su papel nada tenía que ver con la aspiración de su progenitor a codearse con los grandes santones de la banca de entonces, los Garnica, Valls Taberner, Escámez, Ybarra…, gente que en aquellos años afrontaba la reordenación del mapa bancario después de la crisis de finales de los setenta –crisis que supuso la desaparición de alrededor de 50 bancos y la extinción de la banca industrial creada con el desarrollo económico de los sesenta-, sino que estaba llamado a dinamitar el “statu quo bancario” que se había mantenido incólume desde el final de la Guerra Civil. El entonces joven y agresivo Botín hizo añicos la entente cordiale mantenida durante décadas por esa estirpe de banqueros incapaz de darse cuenta de que España cambiaba a marchas forzadas, sus clases medias crecían y el tejido productivo se enriquecía con multitud de pequeñas y medianas empresas. 

Con su visión de la realidad española y el conocimiento de las debilidades de los titulares del poder público, Emilio acometió, en compañía de su hermano Jaime, la empresa de crear un gran banco comercial decidido a prestar atención especial a la banca minorista, por aquel entonces terreno casi exclusivo de unas pujantes cajas de ahorro. En esa carrera encontró el apoyo de los Gobiernos de Felipe González, que no dudaron en otorgar al Santander el preciado trofeo del Banesto de Mario Conde, intervenido en diciembre de 1993. La plica sin firma con la que el banquero ganó la subasta organizada por el Fondo de Garantía de Depósitos quedará para la historia como el más deslumbrante ejemplo de esa confusión entre lo público y lo privado que siempre ha presidido la vida española, fuente perversa de todo tipo de corrupciones. El control de Banesto marcó un antes y un después en la historia de Botín y el Santander, una época de crecimiento acelerado que se consolidó después, ya con Aznar en Moncloa, con la absorción disfrazada de fusión del Banco Central Hispano (BCH), una entidad producto a su vez de la fusión previa entre el Central de Alfonso Escámez y el Hispano Americano de José María Amusátegui, y que a su envidiable tesorería unía en la práctica la ausencia de patrón o amo concreto. 

El triste episodio de la herencia olvidada en Suiza 

Desde esa fortaleza en el mercado interior, el banquero santanderino acometió una espectacular apuesta internacional en Europa y América que ha llevado al Santander a convertirse en uno de los mayores bancos del mundo, un record congruente con la visión de los negocios de quien ha sido su hombre fuerte y con una estrategia de diversificación presente en el ideario de cualquier banquero que se precie. El resultado es que el negocio internacional representa hoy casi dos tercios del balance de un banco que, por otra parte, perdió dinero en el mercado español en 2012 y 2013 y que tal vez por eso se ha mantenido alejado de la última reestructuración de las Cajas –no ha adquirido ninguna entidad nacionalizada-, lo que pone de manifiesto que, a pesar de sus ditirambos a los Zapateros de turno, su percepción de la economía española no era tan favorable como predicaba. La rendición de los sucesivos Gobiernos al poder del banquero quedó en evidencia con el nada edificante caso, muy reciente en el tiempo, de la herencia “olvidada” en Suiza, nada menos que 2.000 millones de euros, por cuya tardía regularización la familia pagó al Fisco 200 millones sin que cupiera investigación adicional alguna. 

Un episodio cuyo valor emblemático como ejemplo de la servidumbre de nuestras instituciones al poder del dinero hace obligado un análisis serio del fallecido más allá del obituario al uso o la hagiografía apresurada. La figura del banquero de éxito, indiscutible en el caso de Botín, siempre estará unida a la del tycoon que pudo hacer mucho más, y mejor, por la salud democrática del país, simplemente usando su poder e influencia no para resolver sus problemas personales en el lado oscuro de la ley, sino para hacer caminar la política y la economía por sendas mucho más cercanas a los afanes de regeneración democrática que tantos millones de españoles ansían. Al margen de estas consideraciones no precisamente baladíes, el Santander es hoy el mayor conglomerado financiero de nuestro país, y la muerte repentina de su presidente deja un vacío cubierto apresuradamente por su hija, al más puro estilo de las viejas dinastías familiares. Ojalá el éxito acompañe la gestión de Ana Patricia Botín, en línea con los intereses de esa España moderna y democrática que desde aquí propugnamos. Descanse en paz Emilio Botín.

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