La pobre Isabel II es la que carga con la mala fama de promiscuos de los Borbones cuando sus descendientes, de Alfonso XII en adelante, no sólo la han igualado, sino superado en aventuras galantes y en hijos ilegítimos. La reina puede aducir en su descargo que quedó huérfana de padre a los tres años de edad (septiembre de 1833) y su madre, otra Borbón, María Cristina de Borbón-Dos Sicilias, contrajo matrimonio secreto con un guardia de corps a los tres meses escasos de fallecer el siniestro Fernando VII. El guardia, Agustín Múñoz, creado duque de Riánsares por su amada, le dio a la reina ocho hermanastros.
Aparte de este mal ejemplo, la reina tuvo una iniciación brusca en el amor. El político liberal Salustiano de Olózaga se jactó de haber violado a Isabel II, cuando tenía catorce años en un diván en el Palacio Real. El tal, que hoy sería considerado pederasta, tiene calle en Madrid suprimida en el franquismo y restaurada por el socialista Enrique Tierno Galván.
Su hijo, Alfonso XII, de quien su madre dijo que lo que tenía de Borbón le venía sólo por ella y no por su padre legal, el rey consorte Francisco de Asís Borbón y Borbón-Dos Sicilias, también tuvo numerosas amantes, presentadas muchas por el duque de Sesto, José Isidro Osorio. En su corta vida (nació en 1857 y murió en 1885, después de un reinado que no alcanzó los once años), casó dos veces, pero parece que su verdadero amor fue la cantante de opera Elena Sanz Martínez de Arrizala (nacida en Castellón en 1849 y fallecida en París en 1898), y presentada por la propia Isabel II, que se preocupaba de tal manera del bienestar de su hijo.
El rey tuvo dos hijos varones con ella, Alfonso y Fernando, nacidos respectivamente en 1880 y 1881, antes de que su segunda esposa, la austriaca María Cristina de Habsburgo-Lorena, diese a luz a Alfonso XIII, uno de los pocos reyes que lo fue desde su nacimiento.
Unos nueve millones de euros para los Sanz
¿Y cómo sabemos todo esto? Porque la familia secreta reclamó a Palacio un subsidio, al morir Alfonso XII sin testar, quien, como hacían los burgueses con las vedettes, había retirado a su amante de los escenarios. El abogado que se buscó doña Elena Sanz, que aparte de hermosa era muy lista, fue Nicolás Salmerón, uno de los cuatro presidentes de la efímera I República, tal como cuenta el historiador Ricardo de la Cierva en La otra vida de Alfonso XII. Como prueba, la cantante adujo que tenía varias cartas de amor del difunto dirigidas a ella y reconociendo su paternidad. Ante el chantaje, se llegó a un acuerdo en 1886 y Palacio desembolsó 750.000 pesetas, equivalentes, según Dela Cierva, a 1.500 millones de pesetas de 1995, y hoy 9 millones de euros. La familia, satisfecha, marchó a París.
Los hijos de Elena Sanz habían heredado de la familia de su padre el vicio del derroche, lo que unido a una mala administración por parte del financiero que gestionaba el capital y el cese en 1903 del subsidio enviado por Palacio, hizo que su tren de vida descarrilase. Y empezaron las reclamaciones a Palacio: no sólo dinero, sino, además, el reconocimiento del derecho a usar el apellido Borbón.
Como Palacio no aceptó las condiciones de estos parientes incómodos ni la mediación del político y abogado Melquíades Álvarez, los Sanz se presentaron en Madrid para plantear, por consejo de Salmerón, un pleito ante el Tribunal Supremo español. El juicio se celebró en la primavera de 1907. Y aquí el abogado de la familia real recurrió a toda la artillería legal, remontándose incluso a la Edad Media.
El letrado dio tres argumentos, expuestos por De la Cierva. Según las Leyes Toro, se podía reconocer a los hijos naturales (tenidos antes del matrimonio), pero los Sanz, al ser hijos extramatrimoniales de un rey, eran bastardos y quedaban al margen de esa posibilidad. El segundo argumento se repite un siglo más tarde para otros asuntos: la persona del rey es inviolable y por ello no puede tener más hijos que los que le nacen dentro del matrimonio. Es decir, los Alfonso y Fernando Sanz no existían porque la ley lo decía.
El abogado de Palacio empleó para un tercer argumento las Leyes de Partidas, donde se dice qué tipo de mujeres no pueden escoger los nobles y los de gran linaje como barraganas (mujer legítima pero de condición desigual), y son, entre otras, las juglaresas. Cantante de ópera, la pobre Elena Sanz caía en esa condición enunciada en el siglo XIII.
Deslumbrados por semejantes argumentos, la Sala Primera del Supremo falló en contra de los Sanz. Y éstos desaparecieron de la historia poco después.
Las cartas existen
Las cartas de Alfonso XII a Elena Sanz existen y hace unos años, en 2006, una octogenaria francesa, María Luisa Sanz de Limantour, residente en Marbella, se las mostró a la periodista Consuelo Font. El texto de una de ellas es el siguiente: “Idolatrada Elena: Cada minuto te quiero más y deseo verte, aunque esto es imposible en estos días. No tienes idea de los recuerdos que dejaste en mí. Cuenta conmigo para todo. No te he escrito por la falta material de tiempo. Dime si necesitas guita y cuánta. A los nenes un beso de tu Alfonso”.
Si en la época en que sólo había periódicos y cartas los secretos ya circulaban, en la de Internet y el ADN galopan desbocados.