Manuel Chaves Nogales, el célebre periodista y escritor andaluz, ya barajaba en los años 30 la posibilidad de que la política prohibiera la tauromaquia en España. El país se encontraba en la víspera del estallido de la Guerra Civil, y Chaves Nogales escribía su reconocida biografía del torero Juan Belmonte. Casi un siglo después, en Canarias y Cataluña se cumplió su temor, a través de campañas centradas en el animalismo y pagadas con dinero público, sin que la lidia y sus defensores pudieran salvarse de la embestida.
Ahora se cumplen 10 años de la última corrida en la Ciudad Condal, cuando un apoteósico José Tomás salió en hombros de La Monumental. En esa tarde del 26 de septiembre de 2011 lo acompañaban José Mora y Serafín Marín, este último alumno en la Escuela Taurina de Cataluña. Enrique Guillén, director de dicha escuela, recuerda cómo con otros 300 aficionados llevaron a los diestros hasta el hotel donde se alojaban: “Fue un funeral, una tarde muy triste”.
De aquella época permanece tan solo la escuela. Su director ha accedido hablar en este reportaje, mientras que muchos otros aficionados catalanes prefieren llevar su pasión en silencio, para evitar señalamientos en una tierra que, pese a haber sido la única ciudad del mundo con tres plazas de toros, ahora borra todo rastro de esta tradición.
“Aquí los verdaderos animalistas somos nosotros”, lanza Guillén, para recordar que su escuela sobrevive sin subvenciones ni ayudas públicas. De las tres plazas que había en Barcelona, solo resiste La Monumental. Las Arenas se ha convertido en un centro comercial con 12 salas de cine. Y donde se emplazaba la plaza Torín de la Barceloneta, ahora hay la sede central de Gas Natural Fenosa.
“Diferenciarse de España”
“Llevamos 22 años en la escuela”, relata Guillén. Por ella han pasado más de 200 alumnos, y seis de ellos, incluido Serafín Marín, llegaron a ser matadores de toros. “Hemos tirado adelante con lucha y sacrificio”. También -añade- con las donaciones de José Tomás, quien siempre tuvo un idilio con Barcelona y, en especial, con La Monumental, su plaza talismán. En la actualidad tienen siete alumnos, dos de ellas chicas muy jóvenes con ganas de aprender los valores del arte de la lidia y, con un poco de suerte, poder dedicarse a ello.
El director de la escuela taurina no esconde que debido a la prohibición de la tauromaquia decretada por el Parlament en julio de 2010 la escuela empezó una travesía por el desierto. El posterior auge del movimiento nacionalista tampoco ha contribuido a reforzar una práctica que ahora se asimila a España, pese a sus raíces mediterráneas: “Lo prohibieron para diferenciarse de España”, asegura.
Freud hablaba del ‘narcisismo de las pequeñas diferencias’ para explicar la necesidad que a veces tienen algunos pueblos, sociedades, religiones o etnias de distinguirse de quienes, en realidad, más se asemejan. El oficialismo catalán ha querido desterrar los toros de Cataluña, y aunque el Tribunal Constitucional declaró inconstitucional el veto de la Generalitat, no parece probable que las corridas regresen alguna vez a Cataluña: “Eso fue la primera prueba de la manifestación independentista. Vieron que no pasaba nada, que luchaban contra una gente muy civilizada y luego se atrevieron a ir más allá, con todo las fechorías que han hecho”, resume Guillén.
“Esa tarde había un ambiente extraño”
Contra este olvido arquitectónico y la ofensiva institucional, permanece la literatura, porque la tinta de los libros no se derriba: Eduardo Mendoza, en La ciudad de los prodigios, ya relata ese “cortejo vistoso” de los toros de lidia por el centro de Barcelona y que tanto entusiasmaba a los transeúntes. Y en la memoria colectiva sigue viva esa faena de Tomás de hace una década.
Luís Buzón es un médico madrileño que viajó hasta Barcelona para asistir a la última corrida. “Esa tarde había un ambiente extraño. Los aficionados que fuimos hasta Barcelona teníamos la absoluta certeza que aquello no era sino una batallita dentro de toda la partida política de Cataluña, como el tiempo ha venido a demostrar”.
Buzón asistió a la casi totalidad de festejos desde la reaparición de Tomás en Barcelona en 2007, y previamente a ello, "a todas sus tardes en Madrid”, incluso cruzando el charco, en Méjico. Aquel último domingo de toros en Cataluña presenció la corrida en el tendido en compañía de Antonio, el maestro sastre de la legendaria sastrería de Toreros Fermín, quien vestía, como de costumbre, a Tomás en aquella tarde de toros: “José Tomás iba vestido de tristeza y oro, envuelto con manta de esperanza. Jamás lo había visto vestido así. Fue una metáfora de lo que sucedió aquella tarde”.
La impostura de los políticos
“Se juntaron el movimiento animalista y los independentistas. Se produjo un espectáculo infame fruto de una decisión sectaria y dictatorial. Uno podría pensar que fue una gran victoria del animalismo, pero no había ni 100 personas congregadas, fue una jugada política”, insiste.
Como Guillén, también Buzón es “extremadamente pesimista” con la posibilidad de que los toros vuelvan a Cataluña: “Sería un ejercicio de libertad tan apabullante que es imposible que suceda vista la deriva que ha tomado Cataluña”.
El 28 de julio de 2010 el Parlament aprobó prohibir las corridas a partir de 2012. La votación salió adelante por un margen de 13 votos (68 votos favorables, 55 en contra y nueve abstenciones). Después de meses de enconadas discusiones sobre si la tauromaquia es un arte o una tortura, si los correbous también deberían prohibirse como las corridas o de referencias a la catalanidad de esta tradición, la Cámara catalana optaba por su prohibición. CiU, ERC e ICV-EUiA apoyaron la prohibición, mientras que PP y Ciudadanos se opusieron. El PSC dio libertad de voto a sus diputados.
En esa última faena en La Monumental, sin embargo, algunos políticos de CiU fueron a la plaza, luciendo una chapa en la solapa a favor de una “Cataluña taurina”, pese a que su partido apoyó su prohibición. Muchos de los aficionados ven en ello el inicio de lo que ha sido el procés.