Nuevo viernes de promesas desde la tómbola del consejo de ministros tras otra semana convulsa, dramatizada por las cifras de paro que el jueves dejó el rastro de una EPA atroz, otra más, capaz de describir mejor que mil relatos las desgracias de esta crisis sin fin. Tratar de vender un dato positivo, un rayo de esperanza, es empresa condenada hoy al fracaso del hastío, de la profunda desesperanza que cinco años y pico de crisis ha instalado en el almario de millones de españoles, desánimo entreverado por esos chispazos de rabia contenida que algunas minorías han querido y quieren imponer en torno al Congreso de los Diputados. Y, sin embargo, en esta misma semana conocimos, vía Banco de España, el comportamiento del PIB en el primer trimestre del año, un dato (-0,5%) que muestra una desaceleración del ritmo de caída de la economía, desde el -0,8% registrado en el último trimestre de 2012.
Contra viento y marea de esas devastadoras cifras de paro, la luz al final del túnel de 2013 sigue estando ahí, de modo que a finales de año/principios del próximo el PIB podría volver a registrar un crecimiento de unas modestísimas, insignificantes décimas, y ello a pesar de la montaña de incertidumbres que se yerguen en el horizonte, algunas de las cuales están relacionadas con el comportamiento de la economía de nuestros principales socios europeos, aunque las más importantes tienen que ver con nosotros mismos, con nuestra capacidad para renacer de las cenizas y con el patriotismo cívico del Gobierno para cumplir con su obligación. Instalados en pleno valle de la crisis, estamos viviendo un segundo trimestre clave, un tiempo decisivo que debe marcar el devenir de la economía española hacia una suave recuperación –la velocidad, la fuerza de la misma, ya es otro cantar- o hacia un horizonte a la portuguesa de años de estancamiento. Todo eso nos jugamos ahora mismo.
Pasar del 7% de déficit a un teórico 6% a finales de 2013 se antoja misión imposible, a menos que el Gobierno acometa esas reformas de calado de las que no quiere ni oír hablar
Desde diciembre de 2011, cuando Mariano Rajoy se hizo con el timón de la nave, hemos dicho aquí que la salida de la crisis dependía y sigue dependiendo de nosotros mismos, básicamente de la capacidad de este Gobierno para hacer de forma cabal la labor de saneamiento de un país acostumbrado a gastar cada año del orden de 70.000 millones más de los que ingresa vía impuestos. Y para que el Gobierno hiciera el trabajo y acometiera los ajustes correspondientes, los españoles le dieron la mayoría absoluta con un mandato explícito de someter al enfermo a la cirugía capaz de atajar el mal de raíz y sacarnos cuanto antes de la crisis, aceptando para ello los sacrificios pertinentes a condición de que estuvieran equitativamente repartidos. Hay que decir enseguida que es casi imposible toparse con un experto dispuesto a admitir que el Gobierno ha estado a la altura del reto, aunque, en honor a la verdad, haya que reconocer a don Mariano el mérito de no haber cedido a las presiones de quienes reclamaban, casi urgían, el rescate del país.
La realidad es que el Ejecutivo se ha mostrado –desde los infaustos primeros meses de 2012 perdidos por culpa de las elecciones andaluzas- lento, medroso y dubitativo, de modo que, en el mejor de los casos, el trabajo está a medio hacer, no obstante lo cual el PP está pagando un altísimo precio en términos de imagen y de intención de voto. No son pocos, por contra, los que piensan que la falta de voluntad política del Gabinete para terminar el trabajo iniciado y sobre todo para acometer las reformas estructurales capaces de reducir drásticamente el gasto público se ha convertido en la más seria amenaza que hoy se yergue para la salida definitiva de la crisis. Toda una terrible paradoja. El Ejecutivo ha hecho un esfuerzo considerable reduciendo el déficit público del 9% al 7% este año (más de 20.000 millones de euros) –no tiene sentido incluir las ayudas bancarias en ese guarismo, en tanto en cuanto no es un gasto recurrente y como tal desaparecerá en la contabilidad este ejercicio-, pero pasar de ese 7% a un teórico 6% a finales de 2013 se antoja misión imposible, a menos que el Gobierno esté dispuesto a acometer esas reformas de calado de las que, no nos engañemos, no quiere ni oír hablar.
¿Olvidarse de las reformas de fondo para siempre?
Es la estructura de ese ajuste lo preocupante, porque ha estado basado más en el aumento de la recaudación vía impuestos que en la reducción estructural del gasto, ello por no aludir a la trampa en el solitario que el año pasado supuso adelantar ingresos a cuenta y embalsar pagos –truco con el que habrá que pechar este año- lo que levanta serios interrogantes sobre la capacidad del Ejecutivo para consolidar esos ajustes fiscales en el tiempo, teniendo en cuenta, además, que será necesario atender incrementos del gasto, tal que la paga extra de los funcionarios que el año pasado desapareció por Decreto. Esta es la incógnita que trae de cabeza a los expertos y que el Ejecutivo parece incapaz de despejar: ¿Cómo va usted a alcanzar la meta del 3% de déficit sobre PIB en 2016 –según supimos el viernes- sin haber acometido esas reformas de fondo en el tamaño de nuestro Estado del Bienestar capaces de reducir el gasto público corriente?
No hay horizonte de crecimiento sin abordar reformas del Estado de Bienestar hasta un cambio en el sistema tributario, pasando por una liberalización del mercado de bienes y servicios
Al socaire de esa nueva línea de opinión que clama por una vuelta a las políticas de estímulo abjurando del ajuste puro y duro, hace semanas que Bruselas había comunicado sotto voce al Gobierno su disposición a conceder a nuestro país dos años más para corregir su desequilibrio presupuestario. A cambio, le pidió que hiciera público un plan de reformas capaces de justificar ese “gesto” y de asegurar que será capaz de alcanzar el objetivo propuesto en el plazo previsto. Lo anunció Luis de Guindos el viernes tras el consejo de ministros. Lo que pocos esperaban es que el tope para 2013 quedara establecido en un más que cómodo 6,3% (frente al 4,5% inicialmente previsto), lo que literalmente salva la vida a este Gobierno en tanto en cuanto le evita tener que acometer un ajuste extra cercano a los 19.000 millones. A tenor de lo cual, la tarea pendiente para este curso es de apenas 7 décimas, que se quedan en 5 si tenemos en cuenta las 2 que hay que descontar de las devoluciones fiscales ya contabilizadas por Eurostat que, por importe de 2.500 millones, se pagaron en enero con cargo al ejercicio de 2012. En total, un compromiso de unos 5.000 millones.
Fue lo más llamativo del recuento de tareas pendientes que, para satisfacer a Bruselas, el Gobierno realizó el viernes y que, como era de temer, quedó en poco más que nada. Mucho ruido y pocas nueces. Lo sorprendente es que, si echamos la vista atrás, el Ejecutivo prácticamente no ha movido pieza en los meses que llevamos de año. Mecido por los ecos del enfrentamiento que mantienen los titulares de Economía y de Hacienda, y por la capacidad de ensimismamiento del propio presidente, en Moncloa parecen darse por satisfechos con el casi milagroso comportamiento de nuestra prima de riesgo –asunto achacable en gran parte a la decisión del Banco del Japón de sacar a relucir la manguera de los yenes-, un milagro que es si mismo encierra un riesgo notable, una trampa saducea para España, ya que viene a conectar con la tendencia natural de este Gobierno de conservadores de provincias y socialdemócratas emboscados según la cual no hay mal que cien años dure, porque el tiempo lo cura todo y no es preciso arriesgarse con la adopción de más medidas impopulares.
Un poco de suerte no es suficiente
Todo es cuestión de un poco de suerte. Un poco de suerte para que la prima se coloque en los 200 puntos y podamos empezar a financiarnos a precios muy razonables; un poco de suerte para que Alemania, incluso Francia, empiecen a crecer con fuerza y por tanto ayuden a tirar de nuestras exportaciones; un poco de suerte para que siga entrando capital extranjero, asunto de vital importancia… Un poco de suerte para que “esto” empiece a tirar en verano con la ayuda del turismo, para que se anime el consumo, para que la reforma laboral empiece a dar frutos… Un poco de suerte, en suma, para salir del atolladero del déficit por la vía del aumento de los ingresos fiscales, la quimera del oro, sin necesidad de tener que arremangarnos con decisiones difíciles, vía reforma estructural del gasto público.
En contra de la opinión de una amplia mayoría de medios, no es nuestra obligación "matar" a Rajoy. Sí lo es forzarle a cumplir con su obligación
Es difícil, sin embargo, que esa quimera funcione sin que el Ejecutivo haga los deberes y cumpla de forma cabal con su obligación. La necesidad de esas reformas es incuestionable, puesto que, aun en el caso de que España empezara a crecer tímidamente a principios del año próximo, ese crecimiento sería raquítico, insignificante en términos de creación de empleo, de no acometerse esos cambios de fondo. Dicho de otra forma: no hay horizonte posible de crecimiento sostenido para España sin abordar esa panoplia de reformas que van desde el redimensionamiento de nuestro Estado del Bienestar –el que podamos financiar sin deuda externa- hasta un cambio drástico en nuestro sistema tributario, pasando por una liberalización efectiva del mercado de bienes y servicios, entre otras muchas cosas. Todo ello por no aludir a ese otro tipo de decisiones, de enorme calado político, que tiene que ver con la regeneración democrática de nuestras instituciones, asunto del que nuestra clase político-financiera no quiere ni oír hablar.
Tiempos duros, en efecto, desesperanzados como nunca por culpa de esos 6 millones y pico de parados, pero tiempo también para la esperanza. No podemos renunciar a la esperanza. En algo hay que estar de acuerdo con De Guindos: a pesar de esa EPA desastrosa, España no está hoy peor que hace tres, seis o nueve meses. Al contrario, está bastante mejor, y lo está porque en el fondo del túnel es posible divisar esa tímida luz que antes no se percibía. Como es obligado en tiempo de zozobra, regresemos a los principios, el primero de los cuales es reconocer que la salida de la crisis puede estar a la vuelta de la esquina si el Gobierno de España cumple de una vez con su deber. En contra de la opinión de una amplia mayoría de medios, no es nuestra obligación “matar” a Mariano Rajoy Brey [la ausencia de publicidad institucional y la antipatía congénita del personaje, incapaz de dorar la píldora a tanto estadista de la pluma como pulula por ahí, tienen mucho que ver con ese subliminal empeño]. Sí lo es, en cambio, forzarle a hacer los deberes y a cumplir con su obligación. En ello estamos.