En diciembre de 2011, la Casa Real apartó a Iñaki Urdangarin de los actos oficiales por su "comportamiento no ejemplar". Dos años y cuatro meses después, la ciudadanía española está a punto de elevar a los altares a un juez precisamente por todo lo contrario: por su rectitud a la hora de aplicar la ley. El titular del Juzgado de Instrucción número 3 de Palma de Mallorca, José Castro, dio ayer el paso que muy pocos -sólo los que le conocen bien- sabían que siempre estuvo dispuesto a dar... cuando hubiera indicios suficientes: la imputación de la infanta Cristina, la primera integrante de la Familia Real que sabrá cómo es por dentro un juzgado sin necesidad de ser invitada a un acto protocolario. El auto que dictó ayer es, de hecho, un compendio de la personalidad de un magistrado que quienes le conocen siempre lo han definido como trabajador, discreto y, sobre todo, sin más aspiraciones profesionales que la de aplicar la justicia.
A sus 67 años, José Castro -o Pepe, como le conocen sus amigos- lleva desde 1990 como juez de instrucción en Baleares... y sin ganas de cambiar en el poco tiempo en activo que le queda antes de jubilarse. Lo pudo hacer en el pasado, pero no quiso. Rechazó ascensos y nombramientos sólo por hacer el trabajo que más le gusta: ser el primer peldaño de esa larga y tortuosa escalera que es la Justicia española. Por eso, quienes le habian tratado desde hace tiempo sabían que no se iba a 'arrugar' por la relevancia del principal imputado en la causa, Iñaki Urdangarin. También que si llegaba el momento de mirar más hacia arriba no iba a tener problemas de tortícolis. Ha demostrado que para él no existen los pactos políticos cocinados en despachos ministeriales ni las razones de Estado para no aplicar la ley. Como explicaba en el auto de ayer, no hacer lo que ha hecho sería un "descrédito de la máxima de que la justicia es igual para todos".
Lo cierto es que experiencia en eso de mantener el pulso firme cuando toca firmar autos con personas de renombre entre los inculpados no le falta. Él fue quien instruyó en 1992 el llamado caso Calviá, uno de los primeros episodios de corrupción política que acabó con cargos electos en el banquillo y condenados. También se le debe a él que el expresidente balear Jaume Matas haya pasado por el mismo trance y que en su futuro se dibujen varios tragos de similar amargor. De hecho, el caso Nóos no es sino una derivación, una "pieza separada" como se denomina en terminos jurídicos, del Caso Palma Arena, que lleva desentrañando de hace años con una paciencia a prueba de presiones políticas.
En alguna ocasión se ha rumoreado, precisamente, que en el caso Urdangarín habría llamadas con 'indicaciones' por la identidad de los imputados, pero él siempre ha negado haberlas recibido. Tampoco las hubiera consentido. Hasta ahora ha demostrado que entiende la justicia como un servicio a los ciudadanos y, como tal, no dudó en plantear, junto al fiscal del caso, Pedro Horrach, casi 1.000 preguntas al "señor Urdangarin", al que tuvo durante 23 horas repartidas en dos jornadas sentado frente a él para qué explicase, entre otras cosas, dónde acabó el dinero público que consiguió de las Administraciones impresionadas por un aureola de 'yerno de'. Es cierto que algunos critican por "campechanos" sus autos, aunque él siempre ha dicho en privado -no ha concedido nunca entrevista ni hecho declaraciones a los periodistas- que los escritos judiciales tienen que ser comprensibles para el ciudadano medio siempre y cuando sean respetuosos con la literalidad de la ley. Otros critican sus intervenciones en los interrogatorios, donde no duda en mostrar su opinión sobre lo que está escuchando y recurrir a expresiones coloquiales.
Pese a estas críticas sobre las formas, emitidas siempre por gentes de togas y acusados malparados por sus decisiones, los neófitos en el mundo del derecho lo han convertido ya en un ídolo en un país en el que sobran los malos ejemplos y faltan, precisamente, modelos honestos a los que agarrarse para no perder la esperanza. Por eso, no debería extrañarnos que vuelva a producirse aquel aplauso espontáneo que le tributaron las personas con las que se cruzaba cuando iba a pie por las calles de Palma camino de su juzgado para interrogar por primera vez a Urdangarin. Aquela jornada día Castro dio, sin pretenderlo, el primer paso hacia el olimpo de los españoles. Aquel en el que sólo tienen cabida los 'comportamientos ejemplares'. El día 27 de abril puede afianzarse en él muy a pesar del Palacio de la Zarzuela.