La profecía se había cumplido. Corría otoño de 2018, los 'chalecos amarillos' se echaban a las calles contra la subida del precio del diésel y Jean-Luc Mélenchon, líder de la Francia Insumisa, celebraba una revuelta que encarnaba la “revolución ciudadana” sobre la que había teorizado en su libro L’ére du peuple (La era del pueblo). Tras semanas de dudas por el apoyo de los 'chalecos' a una rebaja fiscal, la izquierda francesa mostraba interés en el movimiento y respaldaba sin tapujos las protestas. A la Francia Insumisa se sumó poco después el resto de formaciones progresistas, con el objetivo de capitalizar un descontento social cuya imagen aún no se había visto empañada por la violencia.
La estrategia parecía pan comido. Las principales reivindicaciones de los ‘chalecos’ -recuperar el Impuesto sobre la Fortuna (ISF), aumentar el salario mínimo, celebrar un referéndum de iniciativa ciudadana…- giraban en torno a la justicia social y potenciar la participación democrática. Para la Francia Insumisa (el equivalente de Podemos en el país vecino) resultaba además esencial seducir al electorado que se identificaba con los ‘chalecos amarillos’ si quería alcanzar el 25% de votos y acariciar el poder. Sin embargo, tres meses después del levantamiento de los ‘chalecos amarillos’ el error de cálculo de la izquierda se hizo evidente: los sondeos no mostraban avances de las fuerzas progresistas y la Francia Insumisa sufría incluso un retroceso considerable en las encuestas.
Dicho error, según los politólogos franceses, consistió en interpretar las reivindicaciones de los ‘chalecos’ como valores de izquierdas. El movimiento –transversal desde el punto de vista ideológico- no consideraba a la izquierda como defensora de la justicia social y huía de un término que en Francia se vincula irremediablemente a la decadencia del Partido Socialista (PS) en la era Hollande, cuyo mandato terminó con una popularidad del presidente extremadamente baja (y de la izquierda en general). Ahora, de cara a las presidenciales de abril y bajo la batuta de Anne Hidalgo, el PS se arriesga a quedar por debajo del 5% necesario para recuperar los costes de campaña.
Hace años que Francia gira a la derecha. Hasta el punto de que la izquierda, fragmentada y huérfana de ideas, corre el riesgo de desaparecer del panorama político ahora que se asoma al abismo de la irrelevancia en las presidenciales. Ni siquiera sus candidatos mejor situados (Mélenchon y el líder ecologista Yannick Jadot) superan el 10% de intención de voto, lo que les sitúa a años luz de Emmanuel Macron (20-25%) y de los candidatos de derechas. Y en este relato del descenso a los infiernos juega un papel destacado la historia de como una política de ultraderecha, Marine Le Pen, logró seducir al voto obrero.
Le Pen centró su mensaje en la inmigración, el proteccionismo, el nacionalismo francés y la salida de la Unión Europea en medio de la decadencia de los actores tradicionales
Ya antes de las revueltas de los 'chalecos amarillos', la líder de Agrupación Nacional se había erigido como candidata favorita de los obreros. Un amplio estudio del electorado francés de cara a las presidenciales de 2017 mostraba que Le Pen (por aquel entonces Frente Nacional) era la candidata favorita entre los trabajadores, con un 43% de apoyo frente al 17% de Emmanuel Macron o el 15,5% que obtenía Jean-Luc Mélenchon. Más aún, la suma de todos los candidatos de izquierdas no superaba el 30%, según aquel estudio de Ipsos. Tras construir un discurso político en el eje abajo-arriba en plena crisis económica, Le Pen surgía como gran beneficiada del declive del Partido Socialista mientras Mélenchon era incapaz de atraer a estos votantes desencantados.
¿Cómo lo logró? Tras modernizar la imagen y el discurso del partido de su padre, centró su mensaje en la inmigración, el proteccionismo, el nacionalismo francés y la salida de la Unión Europea. Y, en medio de la decadencia de los actores tradicionales, supo capitalizar el rechazo que generaban en determinadas sectores de la población cuestiones como, por ejemplo, la ley del matrimonio homosexual. Después, ante el avance de su formación, las grandes partidos introdujeron en la agenda política los postulados del Frente Nacional y dieron a la formación de ultraderecha la legitimación que necesitaba.
Ahora, sin apoyo de los electores pero sobrada de candidatos, sin haber sabido capitalizar las protestas contra la gestión de Macron como tampoco supo hacerlo con la revuelta de los ‘chalecos amarillos’, la izquierda francesa debe resolver una cuestión clave para su futuro: lanzarse a las presidenciales en solitario -una auténtica ruleta rusa- o formar un frente común. Por el momento, la propuesta de Anne Hidalgo para formar una candidatura conjunta cayó en diciembre en saco roto. El Partido Socialista ha sido superado ya por la extrema izquierda de Francia Insumisa, los de Melechon obtienen un 9% de intención de voto, lo que les convierte en la fuerza de izquierda mejor situada en los sondeos... pero solo en el quinto partido de Francia.