Solo 22 afortunados podrán cenar cada día en una plataforma instalada a 50 metros de altura, con todas las medidas de seguridad, sobre las aguas del gran canal. Los cocineros Renato Piccolotto y Roberto se alternarán para ofrecer un menú de altura. La cena cuesta 250 euros y si no tenemos suficiente presupuesto, siempre podemos tomar el aperitivo por unos módicos 50 euros, que no es tan barato, porque dura 30 minutos.
Por encima de este tipo de extravagancias, dignas de un lugar tan especial, el Cipriani es uno de esos hoteles en que lo que hay que dormir una vez en la vida. Sólo así se entiende la emoción de poder desayunar con George Clooney en la mesa de enfrente mientras te regala una de sus mejores sonrisas.
Este lugar guarda la magia de los sitios diferentes. Desde que en 1956 el comendador Giusseppe Cipriani reuniese a unos amigos en las esta zona de Venecia para construir un hotel, el lugar ha mantenido toda su magia. Su sueño era levantar un refugio cerca de la Plaza de San Marcos pero sin los problemas de bullicio y exceso de turistas que la ciudad tenía (y sigue teniendo). Entre sus amigos se encontraban las hijas del Conde de Iveagh, herederas de la fortuna Guinness, y Lady Briget Ness, que sería socia del proyecto.
Sólo dos años fueron necesarios para transformar el edificio en unos de los mejores hoteles del mundo. Un renacimiento de la hostelería en el más clásico estilo italiano. Cuentan que los árboles del jardín se plantaron la misma mañana de la inauguración.
Hoy esos jardines son de los lugares más cotizados de toda la ciudad. Desde mismo modo, la figura de Cipriani se recupera cada día, tanto desde el legendario Harry’s Bar, local del que también fue propietario, como desde uno de los platos más emblemáticos de la cocina italiana, el carpaccio.
Aunque su origen no está totalmente claro, parece ser que el carpaccio fue invención de Cipriani. A una de sus clientes, Amalia Nani Mocenigo, se le recomendó tomar carne cruda y debido a la semejanza con los colores que pintaba el pintor Vittore Carpaccio, el plato recibió ese nombre. Tomarlo en uno de sus restaurantes con esa luz de anochecer que sólo tiene esta ciudad es una buena opción, tanto en el cielo como en la tierra, pero siempre rodeado de agua. Aquí no hay ni ‘celebrities’ ni ‘clientes VIP’, en el Cipriani hay gente que quiere disfrutar de otra forma de viajar.