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La audiencia que se la cogía con papel de fumar en la España absurda

Es un ciudadano de los que encienden el televisor a primera hora de la mañana para ver un programa dedicado a los animales de compañía y sus circunstancias. Lo que

  • Francisco Ibáñez, Mortadelo y Filemón.

Es un ciudadano de los que encienden el televisor a primera hora de la mañana para ver un programa dedicado a los animales de compañía y sus circunstancias. Lo que observa le indigna y, entonces, escribe una reclamación. “Un hombre explica con lenguaje inadecuado y gestos a la presentadora cómo debe introducir un dedo en orificio del reptil (...). Contenido innecesario y feo para ver por los niños. Es muy desagradable”.

También sufrió un sofoco otro espectador que comprobó que una película de Mortadelo y Filemón incluía figuras femeninas un tanto exageradas. “Salen muñecas con el busto muy pronunciado”, se quejó. Debe ser una experiencia horrible salir a pasear con ese condicionamiento y comprobar que el mundo real, voluptuoso a veces, tampoco es apto para la infancia.

Es tiempo de quejas y de reseñas; y algunas llaman la atención, como las de una estación de servicio de la N-601 sobre la que sus usuarios escribieron, en Google: “Sirve gasolina”; o “tiene lo de todas”. O la del viajero que fue a Copenhague y afirmó, sobre la famosa Sirenita: “De lo único que tienes ganas es de llorar de la pena que da”. Debieron esculpirla con una amplia sonrisa, del mismo modo que a Ofelia, de Mortadelo y Filemón, con una 90 de sostén como máximo.

También sería positivo que alguien controlara los exabruptos de los personajes infantiles que otrora causaban admiración, pero que resultan irrespetuosos en ocasiones. Sucedió que el canal Clan emitió hace un tiempo un episodio de La abeja Maya de infausto recuerdo para algún padre. “No me parece adecuado que en un episodio (…), emitido un domingo a las 9 de la mañana, se oiga un insulto (…). Si no podemos "fiarnos" de los contenidos de ciertos programas... es un problema para los padres.”

Todas estas quejas -a las que ha tenido acceso este periódico- llegaron alguna vez al buzón de TVInfancia, es decir, al de la entidad que vela porque los contenidos de las televisiones no afecten al normal desarrollo emocional de los menores, a la que están adscritas de forma voluntaria las grandes cadenas de la TDT.

Facilidad para ofenderse

Pide opiniones y siéntate a esperar que aparezca el primero que las ofrezca con la saña necesaria para confeccionar un traje a medida. Pese a que esto es bien sabido, resulta sorprendente la capacidad de los espectadores para indignarse por aspectos como el busto de un personaje de ficción o un tratamiento veterinario. O, como transmite otra queja, porque el gato animado Doraemon inventa un artilugio con el que se puede intercambiar la mente de un chico y una chica. Cuando eso sucede, la muchacha piensa: “Es más divertido ser un hombre”. Entonces, a alguien le hierve la sangre en el salón de su casa y redacta una queja.

Bien es cierto que las televisiones generalistas privadas -y no digamos las públicas- son sujetos habituales de críticas, pero también hay que tener en cuenta que se exponen de forma voluntaria a los juicios de sus espectadores. La Ley General Audiovisual -próximamente reformada- también les impone múltiples normas acerca de los contenidos que pueden o no mostrar a sus espectadores. Algunas, propias de ese tipo de legislador que se pirra por controlar los usos y costumbres de cada hogar. Del estilo de Alberto Garzón, quien ahora quiere restringir la publicidad de la bollería industrial.

Convendría preguntarse por la efectividad de esta normativa, máxime si se tiene en cuenta la facilidad con la que cualquier niño -pese a los controles parentales- puede acceder a contenido violento, sexual u ofensivo en internet. Y en el propio televisor de su casa, por cierto.

Convendría preguntarse por la efectividad de esta normativa, máxime si se tiene en cuenta la facilidad con la que cualquier niño -pese a los controles parentales- puede acceder a contenido violento, sexual u ofensivo en internet.

El debate que plantea este asunto sería demasiado amplio, pues obligaría a cuestionar el papel que las autoridades se arrogan sobre las vidas de los individuos; el de la verdadera dimensión que deberían tener los Estados o el de los derechos y obligaciones de los licenciatarios de TDT, que hacen uso de un bien público, como es el espectro radioeléctrico.

Pero desde el punto de vista de los contenidos, parece ridículo que la normativa restrinja formas de publicidad que son habituales en los productos importados. O que los programadores de los grandes canales de la TDT deban realizar su trabajo con un enorme plano sobre su mesa para acordarse de los programas que pueden y no pueden emitir a según qué hora mientras, en Halloween, cientos de chavales portaban casacas y máscaras de los personajes de El juego del calamar (Netflix). Los cuales, armados con pistolas y fusiles, hacen de las suyas en los nueve capítulos de la serie.

Está claro que no todos los padres tienen la misma capacidad de ofenderse ni todos se la cogen con papel de fumar, pero lo mismo convendría terminar con esta anomalía en la ley audiovisual. Y, bueno..., explicar a la población que no hace falta perder el tiempo subrayando que en las gasolineras ponen gasolina o analizando los sentimientos de una estatua copenhaguesa. Qué cosas pasan en el mundo de hoy.

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