Mariano Rajoy bate récords. Es el primer presidente del Gobierno de España derribado por una moción de censura. Nadie más ha celebrado un adiós político con una borrachera casi televisada. Durante sus 14 años al frente del PP se produjeron y destaparon innumerables casos de corrupción. Es el único jefe del Ejecutivo nacional que permitió la celebración de dos referéndums de autodeterminación en Cataluña. Y ahora también es el primer político que, tras todo lo anterior, aparece ante la opinión pública como un hombre maravilloso, casi impoluto.
Estos días Rajoy, que gasta esa imagen de estar de vuelta de todo, anda en una ronda mediática para presentar su libro, que se titula Una España mejor. Con un par de puros y el Marca al lado. Está en su derecho, por supuesto, a escribir y a pasearse por los platós, y también resulta lógico que todos los programas televisivos, El Hormiguero incluido, quieran entrevistar al personaje. Está habiendo y habrá entrevistas más y menos amables en función del formato o del medio en cuestión. He escuchado, visto y leído varias de esas entrevistas. La conclusión es que estamos asistiendo a un deplorable blanqueamiento del personaje en cuestión.
Más allá de la corrupción
Cualquiera que lea esto del "blanqueamiento" pensará que me refiero a la corrupción. Nada de eso. En las entrevistas que ya son pasado se le ha preguntado y sin duda en las venideras se le volverá a preguntar por la Gürtel, por la propia moción de censura -sí, sabemos que fue una excusa oportunista y audaz de un Sánchez que vivía boqueante y se encaramó al poder- o por su relación con el tesorero Bárcenas -"Luis, sé fuerte"-. Así, con esas preguntas que se corresponden a capítulos de su libro, se blanquea a Rajoy.
En estos asuntos mediáticos suele ocurrir, como por cierto ocurre en la vida en general, que lo más evidente es lo menos importante. Hay que mirar por encima de los titulares notorios y hurgar en rincones más oscuros. Por poner un ejemplo de esta misma semana, lo raro o perverso no es que Endesa compre la portada de los periódicos de papel el día en que se inicia la cumbre del clima en Madrid, lo raro o perverso es qué asuntos logran silenciar Endesa y otras empresas del Ibex gracias a esa publicidad.
Su relación con los medios
Con Rajoy sucede algo parecido. Sí, le preguntan por la corrupción del PP o por su responsabilidad en la nefasta gestión de la crisis de Cataluña, pero no le preguntan por su verdadera relación con los medios de comunicación. Su aversión a las entrevistas o su amor al plasma son igualmente lo de menos y recurrir ahora a ello sería propio de un parvulario. Su naturaleza mediática va más allá.
Ni en El Hormiguero ni en ningún otro lugar donde coloque su trasero estos días Rajoy va a escuchar preguntas sobre su descarado asalto a Televisión Española, sobre su presunta participación en el despido de directores de periódicos, sobre su responsabilidad -o la de sus principales colaboradoras, tanto da- en la elección (y la consiguiente marginación) de tertulianos en televisiones públicas y privadas, sobre sus impagables y permanentes favores al duopolio televisivo o sobre su boicot directo o indirecto a periodistas o medios incómodos.
El expresidente del Gobierno está de moda. Su célebre retranca, su humor sarcástico y sus reflejos dialécticos son exaltados ahora mucho más que cuando gobernaba. En su descargo es necesario reconocer que, visto el lamentable panorama político que nos ofrece el sanchismo, hasta los que más abominábamos del marianismo hemos llegado a echarlo de menos. Aquello de los que otros vendrán que bueno te harán, ya saben. Pero las contradicciones o trapacerías de Sánchez no convierten a Rajoy en un estadista. Ni tampoco en un simple señor divertido de Pontevedra.
Sin haber roto un plato
El principal error que se suele cometer con los políticos es subestimarlos. El segundo error, hermano del anterior, es caricaturizarlos. Y el tercer error, definitivo, llega cuando se mueren y consiste en endiosarlos, como vimos con Rubalcaba. Todo ello contribuye a blanquearlos. En el caso que nos ocupa, ayuda el aspecto físico, porque Rajoy tiene cara de no haber roto un plato en su vida y despierta, sería injusto negarlo, cierta compasión, como si en el fondo fuera una buena persona cuyas nocivas decisiones hubieran nacido sobrevenidas, como empujadas por el destino.
Sin embargo, Rajoy fue (es y ojalá sea por muchos años) un político profesional. Un hombre de poder que en virtud de sus cargos tomó muchas decisiones, que implicaron utilizar todos los resortes imaginables en beneficio de su partido y perpetuar los peores vicios del bipartidismo. En su gestión habrá grandes aciertos y enormes errores que no corresponde analizar aquí. Pero al menos en el ámbito mediático no fue ese hombre maravilloso e impoluto que las televisiones blanquean estos días.