¿Te acuerdas de esos parachoques de acero cromado que parecían sobrevivir a todo? En los años 70 y 80, eran el símbolo de resistencia de los automóviles. Hoy, sin embargo, han desaparecido, reemplazados por diseños integrados y materiales que se rayan con solo mirarlos. ¿Qué pasó con esos gigantes metálicos? La respuesta es una mezcla de seguridad, ecología y un giro radical en la filosofía del diseño.
De la armadura a la aerodinámica
Los parachoques clásicos, aquellos que sobresalían como estructuras independientes, cumplían una función simple: absorber golpes menores sin dañar la carrocería. Pero según datos de la European New Car Assessment Programme (Euro NCAP), la llegada de normas de seguridad más estrictas en los 90 cambió todo. Los fabricantes priorizaron la protección de ocupantes y peatones, lo que exigió rediseñar las zonas de impacto.
"Un parachoques tradicional, rígido y pesado, aumentaba el riesgo de lesiones en atropellos y transfería más fuerza al habitáculo en colisiones", explica David Ward, experto en seguridad vial de la FIA Foundation. Así nacieron los paragolpes integrados, hechos de plástico reforzado o composites, que absorben energía y se combinan con sistemas como sensores de estacionamiento o asistentes de frenada.
El peso de la eficiencia
La obsesión por reducir emisiones también enterró al acero. Según la Agencia Europea de Medio Ambiente, cada 100 kg menos en un vehículo equivalen a un ahorro de 0,3-0,5 litros de combustible cada 100 km. "Los parachoques modernos pesan hasta un 60% menos que los de los 80", confirma un informe de Bosch.
¿Nostalgia contra innovación?
Aunque añoremos esos "tanques" indestructibles, la tecnología ha ganado la batalla. Marcas como Volvo o Mercedes-Benz incluso desarrollan paragolpes con airbags externos para peatones. Eso sí, como ironiza el diseñador Frank Stephenson en Motor Trend: "Ahora, un roce en el parking te cuesta 500 euros… pero salva vidas".