El relato proclamado desde el feminismo oficial, el que se dicta desde medios verificadores de la verdad de izquierdas, como Newtral, presenta un escenario en el que las interrupciones voluntarias del embarazo tienen difícil acceso en España. Con 100.000 abortos al año en nuestro país, no parece que sea real dicho escenario.
Sin embargo, las causas que esgrimen para sustentar dicha realidad ficticia se reducen al derecho fundamental a la objeción de conciencia de los médicos no especializados en abortos, sino en nacimientos y el consentimiento informado a la embarazada. Respecto de este último, la Ley 2/2010 de salud sexual y reproductiva, más conocida como 'ley de plazos', (14 semanas actualmente), establece la obligación de informar a la mujer con carácter previo a realizar un aborto sobre las ayudas de las que sería beneficiaria en caso de que siguiese adelante con el embarazo (información sobre otras posibles opciones), y la necesidad de un periodo de tres días de reflexión. “Nos imponen reflexionar y nos imponen que nos informemos” –denuncia el feminismo. Un “¡muera la inteligencia!” hubiese sido más pudoroso. Ante una decisión irreversible con consecuencias sobre la salud mental imprevisibles, quieren que no conozcas qué ayuda tienes, qué opciones hay y que no reflexiones. Que no seas libre e independiente en tu toma de decisiones, sino que tengas una servidumbre ciega a su lúgubre causa.
En aquel tiempo, se reivindicaba que dejasen de ser tratadas como menores de edad, que fuesen adultas, independientes, libres y emancipadas capaces de tomar sus propias decisiones
Hubo un tiempo en el que el feminismo no había subordinado la salud y los intereses de las mujeres a una agenda política izquierdista. En aquel tiempo se reivindicaba que dejasen de ser tratadas como menores de edad, que fuesen adultas, independientes, libres y emancipadas capaces de tomar sus propias decisiones. Para ello es imprescindible que la mujer tenga acceso a la información y a las oportunidades. Lo contrario es una vulneración de nuestros derechos.
"El feminismo es tener opción", reza de forma acertada alguna pancarta. Pero si ante un embarazo no deseado el aborto es la única que se presenta, y a la vista de la elevada cifra que se practican, realmente así lo es, presentar otras opciones que tengan en cuenta la vulnerabilidad de cada situación es lo más feminista que se puede hacer. A pesar de ello, toda opción a ayudar a la mujer a tomar una decisión es tildada de tardofranquista por parte de un feminismo precipitado por el acantilado de la razón. Como la Fundación Madrina, que tiene un programa de ayuda integral a mujeres embarazadas en situación de vulnerabilidad con pisos de acogida, donde el bebé tiene todo lo necesario mientras que la madre entra en un programa de formación e inserción laboral.
Pero el aborto no es síntoma de modernidad sino de fracaso de un Estado desarrollado que se denomina Social en la Constitución, en el que una mujer se somete a él por motivos económicos y laborales. Alrededor de un 30%. Es inadmisible que no sea una prioridad de “los Presupuestos más sociales de la historia” atender esta realidad social de las mujeres que, si tuviesen acceso a una ayuda económica efectiva y directa, y no a través de deducciones fiscales en una renta que muchas veces ni cobran, seguirían adelante con el embarazo sin tener que pasar por un trauma doloroso. Por eso el aborto ha de ser la última opción, porque puede truncar (de distinta forma) al menos dos vidas. No sólo quienes residen en áticos de lujo con vistas al Parque de El Retiro, a pesar de no ser médicas, deberían tener la opción de poder ser madres sin caer en la pobreza. Sobre medidas a la natalidad, que las consideran racistas y excluyentes (el proceso mental desquiciado por el que las denominan así es porque supuestamente se necesitaría menos inmigración), hablé aquí.
Ante un drama, algo que nadie niega que sea el aborto, es necesario poner en el centro de las medidas a quienes son más vulnerables, que no son las mujeres informadas, normalmente mayores de 35 años y con recursos que voluntariamente acceden a él y que tienen la madurez suficiente como para tener clara su decisión, sino a las mujeres que, si contasen con algún tipo de apoyo, tanto social como económico, sin tener que dejar los estudios ni verse abocadas a la pobreza, jamás se someterían a él.