En Cataluña está sonando el timbre que avisa a los actores “¡A escena!”. El acto final del procesismo está a punto de comenzar y el público desconoce quién es el asesino y quien la víctima. Lo más significativo es que los actores tampoco lo saben.
Señales de aviso
A Quim Torra le han perdido el respeto los suyos. Lo tildan de “fill de puta”, “cobarde”, “vividor” y otras lindezas aquellos con los que él intenta desesperadamente congraciarse. Hablamos de los radicales, los CDR, los mismos a quienes el President daba alas y patente de corso ayer mismo, con las consecuencias de todos sabidas. En el cintillo del programa Més324 de ayer por la noche los tuits de separatistas indignados no paraban. Ni les cuento cuando entrevistaron al presidente del parlamento catalán Roger Torrent. Incluso la mayoría de comentaristas presentes en el estudio – cabe señalar que siempre llevan a cuatro de los más cafeteros y un constitucionalista para que lo vapuleen entre todos - llegaron a recriminarle que no hubiera utilizado ni una sola vez la palabra república. Así están, contando palabras mientras afilan puñales, Esquerra contra cupaires, PDeCAT contra Crida, ANC contra el Govern. Es un todos contra todos en el que el más torpe se quedará sin silla cuando la música cese, que cesará. Ni que decir tiene que los tuits a los que hacía mención abundaban en más de lo mismo, en ese tú me has traicionado, no, has sido tú, incluyendo algún aislado grito a la unidad y a la sensatez. Eso es pedir peras al olmo en el terreno del separatismo, que no reconoce obediencia más que a su propia sinrazón. Hasta ahora parecía ser la sinrazón colectiva, pero a partir de los últimos sucesos podemos decir que cada facción separata apelará a la suya propia. Es el separatismo del separatismo y entre separatistas.
Porque una parte del movimiento estelado, y no menor, se siente engañada, estafada, utilizada por quienes les prometieron una república fácilmente asumible, sin costes sociales o económicos y rápida, muy rápida. Son aquellos que se quedaron de pasta de boniato cuando hace un año Puigdemont proclamó la república para, inmediatamente, dejarla en suspenso. Es lógico que ahora digan que no quieren oír ni hablar de pactos o componendas, porque les dijeron que los reyes iban a traerles todo lo que pidieran y al final ha resultado que los reyes eran Sánchez, Iceta y Marlaska.
Una parte del movimiento estelado se siente engañada por quienes les prometieron una república fácilmente asumible, sin costes sociales o económicos y rápida
El separatismo está tan dividido en su seno como la sociedad catalana lo está en su conjunto. Hay una parte que entiende que hay que frenar, porque no puedes pasarte la vida tensando una cuerda que, cuando se rompe, acaba en Estremera o en Bélgica. Es el separatismo, curiosamente, defendido por Oriol Junqueras desde su celda, o a lo mejor es precisamente por eso. Va a ser difícil llegar a alguna conclusión mínimamente lógica cuando se analice el rol de Esquerra en toda esta crisis. En teoría, tras el 1-O, Puigdemont quería ir a elecciones, aconsejado por el lehendakari Urkullu, y fue precisamente la gente de junqueras, con Rovira y Rufián a la cabeza, quienes presionaron para que el por entonces presidente catalán se echara al monte. Ahora, por aquello de que en política nunca existen las certezas, lo republicanos asumen un rol más conciliador, mientras que el fugado se ha arropado en la bandera del radicalismo.
Y ahí reside el otro bando, el de los separatistas que no desean – o no pueden – apearse de un tren que se precipita a toda velocidad hacia el precipicio.
Cuando chocan dos extremismos en un mismo movimiento
Los partidarios del extremismo en política parecen crecer cada día más, y no lo digo solamente por los separatistas. Es fácil caer en ese pozo, solo es preciso carecer de escrúpulos y de cultura. Añado que también es muy útil no saber nada de historia, especialmente de la más reciente. Tanto España como Europa nos ofrecen muchos, casi demasiados, ejemplos de lo que les pasa a los pueblos que confían su futuro a personas que bien más pendientes de su ego y de machacar al contrario que de construir un país mejor.
Los separatistas que ahora estarían encantados de que una máquina del tiempo los llevase de vuelta al 2002. Cualquier cosa que borrase el lamentable episodio que ha supuesto para Cataluña estos años de procesismo barato, de mentira sobre mentira, de chulería de matón de billares. Creyeron ser Bolívar cuando no llegaban ni a la categoría de Mortadelo. Hay mucho orgullo mal digerido entre aquellos que piensan como solución volver al autonomismo con una excusa cualquiera y dejar pasar el tiempo hasta que se presente otra oportunidad. Decía el general Escobar que las guerras hay que saber perderlas, pero a estos, incluso siendo ahora los “moderados” y lo escribo entre comillas a propósito, les resulta poco menos que físicamente imposible aceptar que metieron la para hasta el corvejón.
No son capaces de efectuar la menor autocrítica, por descontado, ni de decirles ni que sea a los suyos que los engañaron, que, engañándolos, se engañaron a ellos mismos, que se dejaron llevar por una locura impropia de quien detenta alguna responsabilidad pública. Deberían pedir perdón a mucha gente, también y no en menor grado al conjunto de los españoles porque el problema en Cataluña es y ha sido siempre también el problema del conjunto de la nación.
No son capaces de efectuar la menor autocrítica, por descontado, ni de decirles ni que sea a los suyos que los engañaron
Pero ir a Puigdemont, a Eduard Pujol, a Elisenda Paluzie o a Torra a hablarles de la bondad del término medio es similar a intentar razonar acerca del misticismo de la Santa de Ávila con Kim Jong Un.
Una de las razones por las que creo que basan su inmovilismo y su cerrazón ante nada que no sea su punto de vista, radica en que se mueven solo en su pequeño y reducido mundo y no conciben nada fuera del mismo. Para ellos todos nuestros hijos son de los CDR, todas las abuelitas son de la ANC, todos vemos TV3 y todos pensamos que Jordi Pujol fue, al fin y al cabo, un buen President de la Generalitat. Ya no es que abominen de la discrepancia, es que, para esta gente, no seguir su ideología les resulta totalmente inconcebible, de ahí que nos califiquen como bestias, como monstruos, como seres malignos que escapan a los parámetros de la humanidad. Un arañazo en un CDR es motivo de investigación por parte de la ONU, pero que le partan la nariz a alguien que no comparte su fe es algo trivial, incluso deseable. Somos subhumanos porque su mitomanía, al no entender que podamos ser como ellos pensando diferente, ha de etiquetarnos con adjetivos que nos sitúen fuera de su mundo, de su sociedad. Es decir, de su raza.
De ahí que podamos inferir algo que no por viejo y sabido hay que dejar de pregonar: el separatismo es racista. En TV3 discutían el otro día acerca del término etnicista y un tertuliano se mostró furibundamente en contra de tal cosa. Se equivoca. Hay etnicismo en ese campo y más en el de quienes no desean o el triunfo o el hundimiento. ¿Podríamos decir, entonces, que el separatismo se halla fracturado entre supremacistas y no supremacistas? No. Tampoco lo está entre posibilistas y utópicos, si afinamos el lápiz. Es algo más complejo y a la vez más humano. El separatismo se divide entre quienes están en la cárcel y quienes dan lecciones desde la comodidad personal; entre quienes se pasaron años creyendo un mantra y quienes los soltaban a sabiendas de que eran embustes colosales. Se divide entre quienes no llegan a final de mes y quienes tienen el bolsillo próvido, entre comisionistas y trabajadores, en fin, añadan ustedes tantas subdivisiones como quieran, porque todas son incluibles.
El telón se levantará dentro de poco y veremos aún muchas convulsiones en escena, y víctimas, y elecciones, y alianzas impensables, pero esta es una obra que no tiene un solo autor, sino muchos, y tampoco carece de personajes ni, si me apuran, de algún apuntador que, desde la lejanía, intenta que la trama finalice de acorde con sus deseos. A día de hoy, lo único seguro es que, de tanto separar, han acabado separados incluso entre ellos. Tomen asiento, porque el telón empieza a levantarse.