Isabel Celaá, Bilbao, 69 años, licenciada en Filosofía por las universidades de Deusto y Valladolid, cuatro décadas en la política, ha sido jefa de Gabinete, viceconsejera, diputada, vicepresidenta primera del Parlamento Vasco, consejera de Educación y ministra de Educación y portavoz del Gobierno español.
Aterrizó en la silla eléctrica de los viernes con voz trémula, apocadita, titubeante. “Sean buenos conmigo que soy nueva”, mendigó a los periodistas en su primera aparición. No dio una, en efecto. Le bailaban los adjetivos, se perdía en las subordinadas, erraba con los subjuntivos y hasta enredaba a las adversativas con las copulativas en una orgía infernal. Para colmo, le concedía la palabra a quien no debía. Conclusión: Sánchez la había colocado en el frontispicio gubernamental, en primera línea de fuego, para ejercer de pim, pam, pum. Celaá, con su frágil estampa de maestra rural, ejercería del ‘payaso de las bofetadas’, que diría León Felipe, y dejarían a los demás en paz.
Aterrizó en la silla eléctrica de los viernes con voz trémula, apocadita. “Sean buenos conmigo que soy nueva”, mendigó a los periodistas. No dio una, en efecto
Poco a poco fue puliendo su confianza, que no su prosa. Miguel Ángel Oliver, astuto periodista, director de Comunicación de la casa, le ayudaba en el pastoreo de la grey informativa en el turno de preguntas. A ver, Efe. Ahora, ‘El País’. Venga, TV3. Frases cortas. Explicaciones, las justas. Ni una contrarréplica. Nada de debate. Más suelta de lengua, esculpió una frase antológica con la que pasará a la historia: “Son bombas de alta precisión que no se van a equivocar matando yemeníes”. Le había dejado Margarita (Robles) un terreno minado y casi le estalla en la cabeza. Sobrevivió.
Rosario de despropósitos
Miraba a su alrededor y se agrandaba. Ganaba en prestancia y apostura. Se maquillaba con arte y vestía mejor. Uno tras otro, sus compañeros del Consejo iban sucumbiendo en insondables zanjas. El fisco de Huerta, el máster de Montón, las concertinas de Marlaska, los chalets de Duque, el Villarejo de Delgado e incluso el doctorado del propio presidente. Estaba rodeada de torpes y gañanes. Ella, la pobrecita de Bilbao, la pan sin sal de provincias, la de la lengua de estropajo y la gramática por estrenar, era mucho mejor que algunos de sus colegas, tan pretenciosos y astronautas, tan heroicos y brillantes, tan listos y bien plantaos.
Se vino arriba, se sacudió la modestia y sacó esa Celaá que, quienes la conocen por el ‘Botxo’, saben que lleva dentro. Apareció entonces la auténtica Celaá, de mirada torva y palabra displicente. Una mezcla entre Maléfica y Cruela de Vil. Empezó a responder con desplantes, a contestar con arrogancia, a refugiarse en el desdén cuando se sentía acorralada. Se vuelven elocuentes cuando se ven asediados. Si Íñigo Méndez de Vigo ejercía un dandismo victoriano, Celaá transmutó en una de las malvadas de Disney.
Se nos ha aparecido la auténtica Celaá, de mirada torva y palabra displicente, una mezcla de Maléfica y Cruela de Vil que responde con desplantes y se refugia en el desdén
Hasta que llegó Carmen Calvo, con su propuesta de ‘ley mordaza’, una apelación a arrinconar a los medios hostiles y a silenciar a las voces críticas. Celaá tomó nota. Se subió al carro y lo que hasta entonces era mera displicencia se tansformó en indisimulada afrenta. En inmarcesible entrevista en la SER, la portavoz desveló su verdadera faz. Incapaz de atajar el descrédito, casi naufragio, del Gobierno, optó por el ataque. Acusó a algunos medios de ‘exquisitos’, de abrazarse a las “fake news que estorban la verdad periodística” y de lanzar “preguntas condenatorias cual sentencia de tribunales” que, lógicamente, “no se pueden consentir”. Se sumó así al carro de su vicepresidenta y de su compañero Ábalos. “La libertad de expresión no lo resiste todo”. La guerra está servida. La vieja historia. Si los periodistas no se autorregulan, luego vienen los gobiernos. El de Sánchez ya ha enseñado la patita. “Esto no se puede consentir”, es la nueva política informativa de Moncloa.
En apenas cien días, la portavoz Celaá, ha pasado de una candorosa ingenuidad a una inflexible severidad rayana en la arrogancia. De su afable torpeza inicial a una firmeza ‘granítica bien engrasada’, diría ella. Se ha hecho con los mandos de la propaganda gubernamental. Los hechos no existen, tan sólo las interpretaciones. Este viernes, ante la próxima pregunta impertinente de algún periodista despistado, la portavoz, como la reina de Corazones de Alicia, quizás responda: “¡Que le corten la cabeza!”. A ver quién rechista.