Recordaremos este mes como uno de los más impresionantes de nuestra vida, si no el que más. Para los que hemos vivido mucho, porque nunca nos habíamos encontrado en la situación de desamparo y ausencia de alternativas como la que estamos sufriendo. Para los que apenas se despiertan a lo que les dijeron que era vivir, formarse y prepararse para la selva de la edad adulta, porque de ir a la caza de oportunidades han venido a caer en el papel de animalillos en una fronda donde ni entienden nada ni les dan la oportunidad de aprender algo que no sea el miedo.
Antaño siempre quedaba la aventura de echar a correr e instalarse en otro sitio, pero ya no hay lugares donde huir porque el miedo de los demás ha limitado casi hasta el infinito el poder largarse. Somos objeto de peligro para la mayoría de países de nuestro entorno y abocados a una autarquía del padecimiento, cada cual protege lo suyo y evita el riesgo. Y si el paisaje de fronteras afuera no ofrece lo que se dice oportunidades sino desdén y desprecio ante la posibilidad de que esa gente del sur, nosotros, ayer ensoberbecida de juegos olímpicos, fútbol y grandes avenidas, esos, los mismos que rechazaban con gestos de cristiano viejo a los recién llegados turistas del norte, ahora se les arrugan los arrestos y huyen de mirarse en el espejo narcisista en el que les hicieron creer y adoptaron como seña identitaria, que ya hay que ser idiota, clasista y malcriado. Atrapados en nuestras propias mentiras y las grandilocuencias de viejos hidalgos, algo que por otra parte no saben ni lo que es ni lo que significó en nuestra pobre historia. Esa que siempre acaba mal, como auguraba el poeta Gil de Biedma.
O sea que no queda otra opción que encerrarnos en nosotros mismos. ¿Y de qué echamos mano? Convertidos en vasallos del gobierno más cínico desde que murió aquel viejo déspota, queda el desierto del miedo. Si hay una expresión adaptada al mundo que nos ha tocado vivir, en España “comerse el marrón” ha conseguido convertirse en eslogan nacional. Nadie asume responsabilidades, y así se consiente que los jefes se vayan de vacaciones sin que apenas nadie se arriesgue a denunciarlo como abandono, desprecio y huida. Todos los que tienen una responsabilidad en el múltiple desastre en que estamos metidos huyen. Huye el rey emérito, huye el presidente del Gobierno, huyen los ministros -hay algunos que llevan desaparecidos desde que los nombraron y tras cobrar su primer salario de cuerpo presente-. Huyen o se esconden, lo que viene a ser lo mismo, el millar de asesores, huyen los que banalizaron lo que se venía encima, encargados de preverlo porque por eso y no por otra cosa reciben su soldada. Los ciudadanos también huirían, pero no saben hacia dónde, fuera de la escapada a la segunda residencia y a avistar desde las rejas de su casa la marea que lo amenaza todo. Sin comerlo ni beberlo, abducidos a la obediencia y el silencio, les ha tocado “comerse el marrón”, por abandono de cualquier autoridad que asuma su parte de responsabilidad en el desaguisado. Porque no se trata sólo del coronavirus, siendo éste la espoleta que lo ha hecho saltar todo, sino de un virus social que ha infectado nuestra sociedad de una manera insólita, como la enfermedad.
La sanidad pública ha quebrado y se atrinchera ante lo que pueda llegar a tenor de las alarmas de los benévolos: por muy mal que vaya no será como en marzo. Pálido consuelo para ingenuos creyentes"
Por más que los manipuladores traten de ensalzar las virtudes del mundo sanitario, que las hay, estamos atrofiados por las arrogancias. ¿Qué se habrá hecho de aquel desvergonzado que sacaba pecho asegurando que teníamos la mejor sanidad pública, un modelo para el mundo? Pues miren ustedes por donde ahora es presidente del Gobierno y ni pestañea de tanto mentir y reírse de nosotros, porque en el fondo se descojona de nuestra candidez y eso aseguran que es bueno para la salud del que lo disfruta.
Este agosto de 2020 es un compendio de irresponsabilidades e insensateces. La sanidad pública ha quebrado y se atrinchera ante lo que pueda llegar a tenor de las alarmas de los benévolos: por muy mal que vaya no será como en marzo. Pálido consuelo para ingenuos creyentes. La cima de la desfachatez ha consistido en trasladar a las comunidades autónomas la declaración del estado de alarma; una suerte de trampa que llevaría a poner fronteras entre regiones. También una añagaza para tapar bocas porque en definitiva sería el gobierno quien dictaminara. Siguiendo el modelo Sánchez, los demás ejercerían de cómplices. Todo menos asumir algo en el fondo y en la forma, que es lo que se llama gobernar. Frente al riesgo, la bicicleta.
Fíjense en las muletillas verbales que impregnan el lenguaje social y político. Una de ellas es “preocupante”. Da lo mismo que sea una desgracia o una torpeza o un error. La respuesta de los portavoces oficiales siempre resulta la misma: es preocupante. Para llegar a tal grado de profundización no hace falta ni despeinarse. En España hoy todo es preocupante, pero no es lo mismo que sea preocupante para nosotros a que sea preocupante para ellos. Para nosotros es como prepararnos para el golpetazo que nos van a dar e ir haciéndonos una idea, pero para ellos únicamente es preocupante lo que puede hacer peligrar su situación de impunidad.
No olvidaremos este agosto de 2020. Nos anuncia lo que vendrá"
La otra expresión que de tanto repetirla por la autoridad incompetente se nos ha hecho coloquial: “Se está trabajando”. Todo lo que no han hecho, ni siquiera lo que piensan hacer por ausencia de autoridad e ideas, se reduce a “se está trabajando”. ¿Quiénes lo trabajan? ¿También son falsos anónimos como el grupo de expertos sanitarios, o es que cuando trabajan no se puede hablar, como los creyentes en las iglesias? Que los ministerios, los ministros, los asesores “estén trabajando” es lo menos que pueden hacer, porque el simple hecho de su presencia revierte en su salario, pero ese “se está trabajando” tiene algo de la ambigüedad de no saber nada y asegurar una hipótesis, la única factible: que haya alguien dedicado al asunto; el que lo trabaja.
Cuando escuché al presidente Sánchez en sede parlamentaria hacer de oráculo de Delfos y exclamar varias veces, con énfasis: “No vamos a permitir la pandemia de la covid”…me hice a la idea de ser un sanitario preparándose para el colapso hospitalario. Con la ironía que nos permite el calor sólo cabe pensar que esta gente que nos gobierna, todos, “se están trabajando” un desastre sin paliativos. No olvidaremos este agosto de 2020. Nos anuncia lo que vendrá.