Cuando alguien acostumbrado a tener siempre razón y a pronunciar la última palabra -José María Aznar sin ir más lejos-, dice algo en Valladolid y a las 48 horas se ve obligado a aclarar en la Cope lo que dijo, es que, o ha cambiado de criterio, imposible en este señor, o ha visto negro sobre blanco sus manifestaciones y, algo preocupado, recurre a la aclaración, a la matización, porque equivocarse, lo que se dice equivocarse, este señor no se equivoca.
En realidad, creo que sus dardos contra Pablo Casado han importado más a las tertulias que a su partido. Uno tiene la impresión de que sus palabras cada vez se atienden menos en una formación que ya no está para recibir lecciones de quien gobernó ocho años con luces y sombras, y terminó su mandato con los zapatos encima de una mesa y al lado de Bush y, de paso, entregando el Gobierno de España a José Luis Rodríguez Zapatero. ¿O no se acuerda este señor tan desmemoriado de aquella desgracia que hasta hoy dura?
Utiliza el verbo ruborizar con una tranquilidad que incomoda a tantos que sienten eso, rubor puro y duro, de aquella forma de apoyar esa infame guerra llena de mentiras. Que alguien que nos aseguró por activa y pasiva que Irak tenía armas de destrucción masiva, esté por ahí dando consejos sin haber ofrecido una disculpa todavía, es lo que de verdad ruboriza.
Se aburre y va a su bola
Me pregunto, por la costumbre de preguntar nada más, a qué ha ido Aznar a Valladolid. ¿A buscar votos para el PP? No. A fortalecer a Mañueco. Tampoco. De hecho, el dirigente castellanoleonés ha quedado tras la visita más ensombrecido de lo ya estaba. ¿Habrá ido a respaldar el liderazgo reformista de Pablo Casado? Ni por pienso, que diría don Quijote. ¿Entonces a qué ha ido? Metafísica pura.
Me responde alguien que en su tiempo fue un destacado diputado del PP: "Se aburre. Le gusta dar titulares. Y va a su bola". Y yo me lo creo a duras penas. Aznar no quiere ser el jarrón chino en el que se convierten los expresidentes porque su ego rompe el jarrón, cualquier jarrón. Y hasta una tinaja de Colmenar. No tiene la humildad de quien observa, toma nota y habla después con discreción con quien tiene que hablar. No me digan que lo que dijo en la Cúpula del Milenio de Valladolid no se lo puede decir a Casado tomando un café. Pero claro, si llama a Casado y le cuenta lo que afirmó en el mitin, sus palabras no llegan a los periódicos y mucho menos a las tertulias.
Adriana Lastra le compra la mercancía
Lo imagino feliz, completo, observando cómo sus exégetas de uno y otro lado interpretan sus reflexiones, siempre versátiles, conjeturales y adversativas. Ese juego le gusta, y da una idea cierta de lo poco que le importan las cosas que no pivotan a su alrededor. Pero la soberbia siempre tiene como resultado una conclusión que, tarde o temprano, invita al ridículo y al empequeñecimiento: su mercancía la ha comprado Adriana Lastra. A ese nivel ha llegado su argumentario. Barato, barato presidente Aznar.
De ahí no ha pasado el discurso. ¿O es un relato? Me repito, me repito amigo lector, pero es que no consigo entender a qué fue a Valladolid, aunque tengo la seguridad de que quienes mejor lo han entendido y agradecido son aquellos que guardan silencio: Vox. Ni una palabra sobre la falta de liderazgo que Aznar le recrimina a Casado. Cuando el adversario -¿o es el enemigo?- se está equivocando conviene no distraerlo. Vale. No hay que almacenar mucha ciencia política para dar la razón a Napoleón.
Astucia, chulería soberbia
Que a estas alturas el expresidente diga que se ruboriza por repetir que él apoya a Pablo Casado; que desea que sea presidente de España, y que semejante deseo no estuviera claro desde que Casado llegó a la presidencia del PP, es lo que debería ruborizar a Casado, un bienintencionado político que no ha sabido responder a la andanada de Valladolid más que con un tímido "yo soy un reformista". Va a ser verdad que a Casado le falta astucia, chulería y soberbia y le sobran formas, educación y templanza. Y, por lo mismo, le falta voluntad y decisión para decirle a Aznar que si el tono de sus intervenciones es el de Valladolid, mejor que se dé una vuelta por la Plaza Mayor y se tome un vino en La Criolla. Le pasa a Aznar lo que Voltaire escribió de Mazzarino, el sucesor de Richelieu, que era preciso conocerlo muy bien “para pintar su carácter, para decir qué punto de coraje o debilidad afectaba a su espíritu, si era prudente o era falso”.
Integrar no es sumar
Si la matraca aznarista es construir e integrar a quien este fin de semana se ha hecho fotos sonriendo con la ultraderecha europea, entonces el mensaje de Casado resulta claro y, aunque muchos no lo crean, esperanzador. La integración no es lo mismo que la suma. Para integrar dos partes han de parecerse. Para sumar basta con juntar una pera con una patata. Y ese felizmente es el parecido del PP de Casado y el partido de Abascal. Qué sospechoso es que hable de integración quien pretendió integrar al PNV de Arzallus y a la Convergencia de Pujol con los resultados conocidos, pero tan poco recordados. Definitivamente tenemos en España un problema con la memoria.
Con la colectiva, la democrática y la personal. Por una cuestión de edad -y de no querer olvidar- muchos recordamos que este juego pactista con los nacionalistas viene de atrás. De cuando Felipe González, sí. Y de cuando José María Aznar no se ruborizaba hablando catalán en la intimidad, cediendo competencias del Estado, y hasta la sede de Génova para que Arzallus diera una feliz rueda de prensa en la que anunció pactos con el PP para que el ruborizado señor fuera presidente.
Antes, Pujol había asegurado delante de un grupo de periodistas que le iba a dar al Partido Popular la vuelta como si fuera un calcetín, y hasta tal punto fue así, que terminó poniendo y quitando presidente del PP catalán.
A la búsqueda de un referente
Asegura Aznar que muchos se agarran a los populismos porque no tienen un referente fuerte en el que confiar. Yo no lo creo, pero sí que sus palabras e intervenciones van en esa dirección, en que cada vez cueste más confiar en Pablo Casado. No le hace ningún favor por mucho que se matice en una entrevista radiofónica.
Cuando se ha vivido tanto, y los matices sumados a los errores son abundantes, un poco de humildad es recomendable. Y si la humildad resulta imposible, entonces el silencio. Y si el silencio le es insoportable, por lo menos que no lo anuncien en los carteles. Qué feliz debe estar Mañueco. Y qué tranquilo Santiago Abascal. Por lo demás, soy incapaz de imaginar cómo ha de estar Pablo Casado viendo, leyendo y escuchando lo mucho que le quiere Aznar. Con y sin rubor.