Comencemos por recordar lo obvio. Joe Biden pertenece al Partido Demócrata. Ello hará que, en principio, en cuestiones de política exterior actúe con mayor apertura que Donald Trump. Establecido el contexto más básico, pasemos a analizar tres elementos claves en la futura relación con China una vez que Biden tome posesión como 46º presidente de los EE.UU. el próximo 20 de enero.
El primer punto a resaltar es que China ya se ha convertido en un serio competidor de los EE.UU. Su tecnología tiende en la práctica a la misma calidad que la norteamericana, con una diferencia fundamental: es bastante más barata. Huawei a todos los efectos funciona como una analogía de Apple, pero la distancia en dólares entre sus dispositivos resulta abismal. En el terreno empresarial hay otro factor a tener en cuenta: la competencia desleal. Todas las empresas chinas, en realidad, son públicas. Si cualquier firma -Alibaba, Tencent, Xiaomi, etc.- entrase en pérdidas, el Estado automáticamente la cubriría. No están sujetas a los vaivenes del mercado. Las compañías occidentales compiten en desventaja.
Pekín, además, ha comprendido que la nación que alcance la superioridad tecnológica determinará el futuro global, pues tendrá el control sobre las herramientas que brindan la ventaja decisiva. La lucha soslaya la producción de acero y carbón y busca la superioridad en las tecnologías de la información y la comunicación. La competencia es feroz, similar a la carrera espacial del siglo XX. Un ejemplo: mientras comienza a expandirse la red 5G, China ya está trabajando en la futura red 6G para comercializarla en exclusiva en 2030; una comercialización que significaría el control de las autopistas de la información, incluido el acceso a los contenidos que circulan por ellas.
El temor a que China espíe masivamente a usuarios y empresas ha impulsado a EE.UU. a poner en marcha la Red Limpia, una iniciativa con la que solicita a países, operadores y proveedores que dejen fuera a empresas y patentes chinas. El pasado septiembre vimos la reacción del Gobierno chino. Con la Iniciativa Global Sobre Seguridad de Datos, Pekín anima a la confianza en la multilateralidad cuando “ciertos países individuales” están “intimidando” a terceros y “amenazando” a sus empresas, según palabras del ministro de Relaciones Exteriores, Wang Yi. El mundo podría quedar dividido en dos ámbitos de influencia tecnológica mutuamente excluyentes. La Unión Europea en breve publicará su propia Acta de Gobernanza de Datos.
Para lograr su superioridad en ambos terrenos el Partido Comunista de China (PCCh) ha puesto en marcha durante los últimos diez años un programa de alcance global cuya ambición tiene escasos precedentes
Pasemos al segundo punto. La competencia china no solo presiona en el plano tecnológico; también lo hace en los niveles comercial y militar. Para lograr su superioridad en ambos terrenos el Partido Comunista de China (PCCh) ha puesto en marcha durante los últimos diez años un programa geopolítico de alcance global cuya ambición tiene escasos precedentes: la Nueva Ruta de la Seda, Belt and Road Initiative, BRI, por sus siglas en inglés. El sistema consta de dos trazados geográficos, más una proyección en el ciberespacio. A nivel terrestre, avanza desde China a través de Asia central y Eurasia hasta llegar a España y el Atlántico. A nivel marítimo, se abre tanto hacia el Océano Pacífico como al Mar de la China Meridional, y por Suez alcanza el puerto portugués de Sinte. La Junta para el Progreso y Desarrollo de la BRI está encabezada por el vicepresidente chino y su presupuesto total supera los 800.000 millones de euros.
Del control comercial al control militar
La actual maniobra pekinesa es similar a la que en su día empleó el Imperio Británico: establecer en puntos geográficos estratégicos enclaves puestos al monopolístico servicio del Imperio; en este caso, a disposición de los cargueros de contenedores chinos. A ello se añade una Armada cada día más potente, que expande su radio de acción por el Índico. De ahí provienen las maniobras conjuntas que EE.UU. ha puesto en marcha con India, Japón, Australia y Francia —el país galo es una potencia indo-pacífica por sus islas de la Reunión y Nueva Caledonia—. El objetivo de estas maniobras es defender los espacios comerciales y políticos, salvaguardar las vías de tráfico y, en especial, el punto clave de todas las rutas indo-pacíficas: el estrecho de Malaka, por donde circula el 70% del tráfico marítimo mundial. El riesgo es que estas rutas acaben controladas por China.
Ahora bien, pocas realidades resultan totalmente unívocas en política exterior. Este mismo mes de noviembre, China acaba de firmar el mayor acuerdo de libre comercio del mundo junto con 14 países más del área indo-pacífica, es decir; Japón, Corea del Sur, Australia, Nueva Zelanda, Brunéi, Camboya, Filipinas, Indonesia, Laos, Malasia, Singapur, Tailandia y Vietnam. El tratado engloba un tercio de la economía mundial o, dicho de otra forma, un mercado de 2.300 millones de personas.
Los acuerdos a múltiples bandas entre sus distintos firmantes podrían resultar beneficiosos en la medida en que abran las puertas del inmenso mercado interno del gigante asiático
El hecho cierto —por tamaño de población y músculo industrial— es que la mayor parte de las exportaciones dentro de este grupo de los quince saldrán de China; ello no es óbice para que cada nación, a su vez, mantenga acuerdos exportadores con el gigante asiático. Los acuerdos a múltiples bandas entre sus distintos firmantes podrían resultar beneficiosos en la medida en que abran las puertas del inmenso mercado interno del gigante asiático. Por ejemplo, Japón quizás encuentre una nueva salida para sus coches. Quizás. La puerta de acceso china, al principio, resultará estrecha y muy condicionada, pero más adelante, en el futuro, podría irse abriendo. Con esta baza en mente juegan todos los firmantes, y China lo sabe.
Joe Biden es plenamente consciente de que la BRI en cualquier momento podría caer bajo el control completo de China. En favor de estas sospechas juega que los puertos del BRI —puertos que, por cierto, suelen construirse con financiación china—, de la misma manera que sirven a buques comerciales, también podrían permitir el atraque de submarinos. La intención que en este sentido cabría suponer a la próxima Administración estadounidense será el reforzamiento de los lazos militares, diplomáticos y comerciales con Japón, Australia, India, Tailandia, Nueva Zelanda y Francia para mantener en el área indo-pacífica un reparto de fuerzas e intereses que equilibre la cercana hegemonía de China.
Entremos ahora en el tercer punto. La voluntad del régimen chino es presentar su sistema de partido único como alternativa a la cultura política occidental, de corte democrático. Con su éxito económico busca alcanzar una vitola de legitimidad mundial: la de ejercer una suerte de despotismo ilustrado del siglo XXI. Pero hay un campo en el que esta dictadura comunista continúa siendo tradicional: trabaja con planes quinquenales. La meta consiste en superar a EE. UU. en PIB para el año 2049, primer centenario de la llegada de PCCh al poder. Siendo realistas, todo parece indicar que podría alcanzar este objetivo antes. Una descripción más detallada del plan político subyacente al expansionismo económico chino puede leerse pulsando en el siguiente enlace.
Primer puesto mundial
De lo expuesto emerge una interesante cuestión de fondo: la dictadura china no solo es un competidor comercial de Occidente, sino también un adversario político y militar. Joe Biden no podrá quedarse de brazos cruzados, porque la inercia natural de la dinámica se inclina hacia el lado chino y porque el consenso entre demócratas y republicanos en este terreno es total. Si Biden no actúa por idealismo democrático, entonces actuará por interés geopolítico —a nadie le agrada ceder el puesto de primera potencia mundial—. Así pues, Biden ante China tendrá que aplicar políticas asertivas, no meramente reactivas. De lo contrario, EE.UU. a medio plazo podría verse sobrepasado en los frentes principales.
Hasta aquí la enumeración de tres aspectos sobre la política de Joe Biden que señalaba al comienzo del artículo. Me gustaría añadir como cierre un cuarto punto, en este caso de carácter netamente chino. El PCCh celebró el pasado octubre el congreso de su décimo noveno Comité Central, del que han salido doce prioridades. Ahorraré al lector la enumeración completa. Basta señalar los tres principales ejes: el núcleo fundamental del crecimiento económico chino aún estará más focalizado en I+D+i (semiconductores, 5G, 6G y computación cuántica), priorizará su mercado interno y apostará por la total modernización del Ejército Popular de Liberación para que en 2027 esté completamente renovado.
Apertura económica
¿Qué estrategia emana del congreso del PCCh? Una vez adquiridos los conocimientos y el rédito de capitales de Occidente —conocimientos y réditos extraídos de las deslocalizaciones industriales realizadas en el gigante asiático durante los últimos treinta años—, ahora busca la plena autonomía operativa para, acto seguido, alcanzar el primer puesto mundial.
La competencia de la dictadura china en los frentes económico, militar y tecnológico es una realidad. Sin duda, cabe destacar que su tutelada apertura económica en determinadas zonas del inmenso territorio —hablamos del tercer país más grande del mundo, tras Rusia y Canadá— ha sacado de la pobreza extrema en una generación a más de 700 millones de sus habitantes y creado una clase media de más de 300 millones de personas. Pero, si uno tomara asiento el próximo 20 de enero en el Despacho Oval, convendría que fuera teniendo un plan.