Opinión

Los Borbones a los tiburones: el Rey vuelve a jugársela en un discurso

Tres años después de que Felipe VI devolviera la confianza a cientos de miles de catalanes y de españoles que se veían abandonados en plena sedición, le toca una nueva prueba de fuego rodeado por su padre, un coro de militares nostálgicos y por quienes le atacaron entonces, sentados en el Consejo de Ministros

  • El Rey, Felipe VI

Felipe VI vuelve a tener que jugársela en otro discurso tres años después de aquél con el que empezó todo. Con su padre acorralado por tres causas judiciales (Corinna y la Meca, los fondos en Jersey y las tarjetas black sin declarar a Hacienda) y varias decenas de ancianos militares añorando las asonadas, el Rey tendrá que hablar ante las cámaras –de TV, no las otras- para confirmar que millones de españoles se volvieron 'felipistas' hace tres años y dos meses cuando recibieron como un soplo de energía su discurso en pleno intento de sedición por parte de Puigdemont y los suyos.

Aquel 3 de octubre, Felipe VI pronunció su, hasta entonces, discurso más importante en medio de la dejación de funciones de un Gobierno paralizado por la estrategia del percebe de Mariano Rajoy –agarrarse a la roca durante años a esperar que pase la ola- y la torpeza de un general amarrado a su silla del CNI y de una vicepresidenta que parecía la más lista de la clase y acabó su carrera política representada por un bolso abandonado en un escaño presidencial tras ser incapaces, ambos, de impedir que se plantaran las urnas el 1-O.

Esa noche de hace tres años, Felipe VI no se anduvo con paños calientes para dirigirse “directamente a todos los españoles” y denunciar “la pretensión final de la Generalitat de que sea proclamada -ilegalmente-la independencia de Cataluña”.

Tuvo un claro mensaje para los catalanes constitucionalistas, que se sentían acosados en la calle y abandonados por el Gobierno central: “A quienes así lo sienten, les digo que no están solos, ni lo estarán; que tienen todo el apoyo y la solidaridad del resto de los españoles, y la garantía absoluta de nuestro Estado de Derecho en la defensa de su libertad y de sus derechos”. Finalmente, culminó sus palabras “dirigidas a todo el pueblo español, para subrayar una vez más el firme compromiso de la Corona con la Constitución y con la democracia, mi entrega al entendimiento y la concordia entre españoles, y mi compromiso como Rey con la unidad y la permanencia de España”.

El 3-O, con un discurso que irritó a los hoy socios del PSOE y a quienes se sientan con él en el Consejo de Ministros, dio esperanzas a los catalanes y españoles que se sentían abandonados por un Gobierno central en plena dejación de funciones"

Ese día, Felipe VI –que ya había apartado a su hermana Cristina de la Familia Real y que había decidido poner tierra de por medio con los desmanes de su padre- dio un salto decisivo para que los españoles dejaran de ser 'juancarlistas' y pasaran a sentirse 'felipistas'. Porque aquí, ya lo sabemos, los monárquicos convencidos caben en un autobús.

El discurso del Rey posibilitó, cuatro días después, la mayor manifestación constitucionalista en las calles de Barcelona. Cientos de miles de catalanes que habían estado rumiando su miedo y su abandono, se sintieron impelidos a salir a la calle. Efectivamente, su Rey les había dejado claro que no estaban solos. Y perdieron el miedo. El resto, ya es historia (aunque se quiera reescribir con indultos y reformas de delitos).

Pero de los polvos de aquel discurso vienen muchos de los lodos de hoy. Mientras PP y Ciudadanos alababan la determinación de Felipe VI y el PSOE callaba –apenas Susana Díaz fue meridianamente clara en su apoyo al discurso- los que hoy apoyan al Gobierno de Pedro Sánchez mostraban su estupefacción por las palabras del Monarca.

Urkullu se mostraba “perplejo”; Ortúzar, el presidente del PNV, su “tremenda decepción”; Otegi -el que quiere venir a Madrid a tumbar la transición- pregonaba que "Felipe VI ha ejercido hoy como un digno heredero del régimen. Atado y bien atado". Gabriel Rufián, en fin, daba muestras una vez más de su ingenio tuitero: “FeliPPe VI”.

El discurso del Rey había escocido y mucho entre los aliados hoy del Gobierno. Pero también entre quienes hoy se sientan en el Consejo de Ministros junto a Sánchez. El vicepresidente Pablo Iglesias afirmaba que “como presidente de un grupo parlamentario que representa a más de cinco millones de españoles, le digo al Rey no votado: no en nuestro nombre”. El ministro Alberto Garzón llamaba a Felipe VI “frontón que alimenta la tensión”. La ministra y pareja del vicepresidente, Irene Montero, la misma que cuatro años antes proclamaba en las redes que “los recortes serían con guillotina” y “los Borbones a los tiburones”, acusaba al Monarca de “comprometerse con el PP pero no con España ni con la democracia”.

A Felipe VI, muchos –entre ellos quienes integran y apoyan este Gobierno Frankenstein- no le perdonan aquella intervención ¿Quién de este Gobierno le supervisará un discurso que tiene que contar con la luz verde del Ejecutivo? Esperemos, al menos, que no sea el vicepresidente"

Han pasado tres años y Felipe VI se la vuelve a jugar. Con la gran diferencia de que los que le atacaron por su discurso están en hoy en La Moncloa o sostienen con sus votos al Gobierno de Pedro Sánchez. Al comportamiento indecoroso en la vejez de su padre –aquello de “lo siento mucho, me he equivocado, no volverá a ocurrir” parece un mal chiste que se pierde en la noche de los tiempos y un sarcasmo, si se empeña en regresar ahora para terminar de comprometer a su hijo- se suma una causa general contra el Ejército aireada convenientemente desde parte del propio Gobierno a partir de un chat de generales jubilados.

A Felipe VI, muchos –entre ellos quienes integran y apoyan este Gobierno Frankenstein- no le perdonan aquella intervención que devolvió la esperanza a muchos cientos de miles de catalanes y de españoles. El próximo 24 volverá a jugársela. ¿Quién de este Gobierno le supervisará un discurso que tiene que contar con la luz verde del Ejecutivo? Seguro que no será Margarita Robles. Esperemos, al menos, que no sea el vicepresidente.

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