Hace algo más de tres meses expliqué cómo a mi juicio la bolsa no temía a la inflación. Efectivamente, la inflación está más alta que entonces, ha subido incluso más de lo esperado (el actual nivel de IPC en España es el más alto en 29 años, y el mayor en 31 en los Estados Unidos), hay hasta un consenso en que la temporalidad de la que hablaban nuestras autoridades políticas y económicas, durará más de lo que pregonaban y, sin embargo, la bolsa no ha dejado de subir. Como lleva pasando con muchos hechos inauditos (como las emisiones de deuda en negativo) de los últimos años provocados por la actual política monetaria, es algo que no encaja con lo que podíamos saber los que estábamos en los mercados antes de 2009. Por suerte, los “dinosaurios” hemos tenido años para aprender de las nuevas circunstancias, encajen o no en nuestros esquemas. Por desgracia, algunos no lo han hecho, y no comprenden que ahora mismo el éxito o fracaso de una inversión en bolsa, materias primas, renta fija… incluso me atrevería a decir que también en criptomonedas, depende, sobre todo, de saber interpretar las decisiones de los bancos centrales y saber medir las consecuencias de sus decisiones. Y no de los datos macroeconómicos.
Puede resultar triste para cualquier estudiante de Economía o de Empresariales el comprobar cómo lo que le puedan contar sobre cómo medir el valor de una empresa se corresponda tan poco con su capitalización bursátil actual. Cualquiera que mire las cuentas de, por ejemplo, Tesla sabe que el valor de sus acciones se mantiene en sus actuales niveles por dos motivos: fe y liquidez abundante propiciada por los bancos centrales. Lo de la fe me recuerda demasiado a la que tenía la gente en Mario Conde antes de descubrirse el agujero en las cuentas de Banesto, o en la que tuvo unos años después en Terra, o en la que tuvieron hace dos semanas con el cripto meme Squid, basado en la serie del Juego del Calamar de Netflix y que resultó una estafa. Y no lo digo porque crea que sea malo tener fe en Tesla, lo digo porque la fe es algo que, en inversiones, por desgracia se puede perder muy rápido. Y eso hace que cuando una cotización se mantiene por la fe, yo, que quizás soy demasiado prudente o simplemente prudente a secas, deje de creer en ella. El otro argumento es la liquidez, y contra eso no hay discusión: es un argumento muy poderoso que lleva muchos años dando la razón a los alcistas, y que explica que, con todos los problemas que hay actualmente en el mundo, el MSCI World, o índice que intenta medir las bolsas mundiales, esté en máximos históricos.
¿Entonces la inflación ya no es negativa para la bolsa como lo ha sido siempre? Mi respuesta es que la inflación es malísima para la economía: reduce nuestra capacidad adquisitiva y, por tanto, acabará reduciendo el consumo y con ello los beneficios empresariales y los ingresos tributarios por lo que perjudicará tanto a las cuentas privadas como a las públicas. Además, es un drama social grave porque a quien más perjudica es a los más pobres. Y es lógico pensar que acabará afectando a las bolsas pero, como ya avisamos en agosto, no de momento. En el fondo no es tan complicado el proceso: según sube la inflación pero no los tipos de interés, más negativos son los tipos de interés reales. Y, por tanto, más dinero perdemos no invirtiendo, dejando el dinero quieto. Así, crece el apetito hacia los activos. Esta semana se han visto máximos históricos en la bolsa francesa, alemana, Wall Street, de la capitalización global de las criptomonedas (incluyendo por supuesto a las dos principales: bitcoin y ethereum), máximos de varios meses del precio del oro…
Como ninguna gran empresa ha reducido sus previsiones para el año, la fe en que el cuarto trimestre sea también positivo no decae y si es un error tener esa fe, no lo sabremos hasta finales de enero/comienzos de febrero
Y es que, además, los resultados de las empresas del tercer trimestre han sido bastante buenos. No tanto en España, pero tampoco es que bursátilmente tengamos mucho peso mundial (la bolsa española pondera un 0,60% en la suma de todos los mercados de valores del mundo, siendo la número 21, justo por debajo de Italia y Dinamarca). Como ninguna gran empresa ha reducido sus previsiones para el año, la fe en que el cuarto trimestre sea también positivo no decae y si es un error tener esa fe, no lo sabremos hasta finales de enero/comienzos de febrero. Sí que es cierto que en algunos países ya se están dando pasos para reducir los estímulos de los bancos centrales y, por tanto, el factor de la liquidez se reduce. Por ejemplo, la Fed que en octubre compró 120.000 millones de dólares de activos (80 mil en bonos del Tesoro y 40 mil en deuda ligada a hipotecas), en noviembre comprará 70 mil y 35 mil. Por supuesto es un descenso, pero aún es una gota en medio del océano de liquidez que, además, seguirá aumentando, aunque en menor proporción, durante meses. Y no olvidemos que coincide en el tiempo con la aprobación de un multimillonario Plan de Infraestructuras ideado por el gobierno de Biden, que inundará de dinero público a muchas empresas del sector, creando empleo, y por tanto nuevos ingresos a las familias, a costa de un déficit presupuestario enorme que, de momento, no parece preocupar a nadie.
Y en Europa el BCE, cuyas compras extraordinarias por la pandemia (PEPP) acaban en marzo, no tiene planes de acabar con el programa anterior prepandemia, e incluso puede que en diciembre anuncie otro para que no se produzca lo que llaman el “efecto acantilado” que puede suceder en marzo al acabarse de golpe el PEPP. En cualquier caso, se reduce el ritmo al que inyectan liquidez, pero siguen inyectando más y más. Esto alimenta tanto a la inflación como a la especulación, y es por eso que lo mismo aún vemos subidas de la bolsa con IPCs altísimos. Además, a pesar de que los actuales niveles –especialmente en Wall Street- den vértigo, los próximos dos meses son estacionalmente muy alcistas. Puede que dentro de un año veamos desde abajo las cotizaciones actuales pero, para mí, eso a día de hoy es largo plazo.