Hablamos mucho de las puertas giratorias, ese artefacto que describe cómo la clase política mantiene su nivel económico, incluso lo multiplica, lanzándose a seguir la huella que dejaron sus inclinaciones por el poder y el dinero, sobre todo el dinero. Algo así como rentabilizar las habilidades para hacer futuros socios. Siempre tendré en mente el caso Carlos Solchaga a quien conocí como asesor de la UGT de Vizcaya y que logró el no va más en el arte giróvago de las finanzas; llegó a usar a su propia esposa en el ramo de la intermediación y no se olvidó de pasar por el grupo Prisa-El País para hacer de su puerta giratoria casi una imitación de Fred Astaire en Cantando bajo la lluvia. Mientras para los demás llovía sobre mojado en plena crisis, a él le caían los beneficios con músicas de fondo. Un caso emblemático, casi un paradigma de los alucinantes años 80 que ahora llaman de “la movida”. Ja, qué graciosos los chicos de Malasaña; de la nada al estrellato.
Las puertas de hoy no giran, se desplazan. Son correderas. Permiten pasar de una habitación a otra sin mojarse, ni tener que bailar. Tres actores de gran formato, tres, han accedido a otra actividad con tan sólo correr las hojas de madera acristalada. Ayer vicepresidentes de Gobierno, hoy tertulianos impertérritos. ¿Cómo se explica que simultáneamente se desplacen del poder ministerial a la butaca de un estudio de grabación? Nadie les pregunta nada, lo hacen con un gesto impasible.
Ayer sillón en La Moncloa, hoy el mundo de las ondas. Pablo Iglesias marcó el camino; le siguieron Carmen Calvo y José Luis Ábalos. Tengo la impresión de que al personal se le da una higa este tránsito, como si le pareciera la cosa más normal del mundo, quizá porque se trata del ajeno mundo del poder mediático. Sería difícil encontrar un motivo para recordarlos por su función política pero sus palabras, profusas y retóricas, han dejado un reguero en las hemerotecas.
Las puertas de hoy no giran, se desplazan. Son correderas. Permiten pasar de una habitación a otra sin mojarse, ni tener que bailar
Nos equivocaremos si lo valoramos como premios de consolación. Todo lo más exigen el canapé del psicoanalista. No pueden pasar sin sentar doctrina, es posible, pero si hay algo poco doctrinario es una tertulia mediática. Allí cada cual va a decir lo que se le ocurre y cuanto más ocurrente sea mayor será el eco de sus simplezas. Son expertos, o al menos los contratarán por eso. Pero ¿en qué son expertos Iglesias, Calvo y Ábalos? ¿En las profecías? ¿En su papel subsidiario en el gobierno de Pedro Sánchez? Lo dudo, porque lo único interesante a mi entender sería contar escenas escabrosas de los Consejos de Ministros, pero eso lo tienen prohibido por ley.
Lo que más me sorprende es que nadie se sorprenda, ni pida explicaciones, ni siquiera se indigne por ese uso fraudulento de unos conocimientos que les concedió el poder y que estoy seguro que ese mismo poder les ayuda a continuar. Nunca morder la mano que te ha dado de comer, si es que quieres seguir comiendo bien. Estábamos ya habituados al tránsito de los actores de Hollywood a la política -Ronald Reagan marcó época-, lo que es nuevo y quizá hasta una señal del tiempo está en que los políticos se convirtieran en actores a tiempo completo.
¿Una nueva vida o una nueva profesión? Ni lo uno ni lo otro; son sombras del pasado y llama la atención que la cantera de la derecha hispana sea tan parca en mediáticos, mitad porque los mediáticos son tan pocos que algunos ejercen de políticos o quizá porque la mayoría tiene aspecto viejuno y se les ha pasado la época para las puertas correderas; se mantienen aún en las puertas giratorias. ¿Alguien se imagina a Mariano Rajoy de tertuliano televisivo? Se aburrirían las ovejas.
La exigencia de los guiones políticos pasa por ser un intérprete eficaz. No que sea bueno, que esa es tarea que requiere talento y aprendizaje, basta que sea eficaz. Es decir, que encandile a los suyos e indigne a los adversarios. En ese ramo partimos de una larga estela de políticos encantadores de serpientes; también de paletos. Desde la Transición hemos visto actuaciones estelares, Adolfo Suárez, Felipe González, Rodríguez Zapatero el preferido de Disney.
Un lío que facilita acercarnos a lo evidente, lo inmediato. ¿Quién ha distribuido los papeles de este engendro escénico del que sale el Tribunal Constitucional? No sólo hay torpeza sino ofensa
Aznar era inclasificable fuera de cierto aire a lo Martínez Soria. Ahora se ha democratizado el ramo, aunque deberíamos establecer que esa especie está degenerando tanto que hasta Bono pasa por hombre de Estado y Pujol de Metternich, el implacable conseguidor. Un lío que facilita acercarnos a lo evidente, lo inmediato. ¿Quién ha distribuido los papeles de este engendro escénico del que sale el Tribunal Constitucional? No sólo hay torpeza sino ofensa.
Se ofende a quienes aún creen que los Reyes Magos vienen de Oriente, cuando la verdad es al revés como demostró nuestro emérito yendo a vivir en Abu Dabi y llevándose de paso los regalos. La engañifa del Tribunal Constitucional es una patochada de mafiosillos que han deteriorado la imagen del supuesto guardián de la Constitución hasta límites que rondan el terrorismo de Estado. Por principio se trata de renovar el Tribunal y lo que hacen es pasarlo por la escombrera. No me creo una palabra de que haya dos mirlos blancos y dos grajos negros; cuando alguien participa en una componenda así no hay buenos y malos si no adictos y perversos.
Tengo hacia los jueces en general una cierta prevención que viene de la experiencia. La primera vez que me senté en el banquillo fue en 1978, “por desacato”, y me ayudó al castigo el comportamiento canalla de un magistrado canario que luego llegaría a Fiscal General del Estado, Eligio Hernández. De entonces acá no voy a entrar en detalles porque son historia y más mía que de los lectores. Pero me cabe una pregunta ciudadana: ¿el juez Arnaldo no tiene el puntillo de retirarse para dignidad de su gremio y de la Constitución? Doy por ausente la suya.
De todos modos el asunto deja muchos flecos, entre otros selecciono la humorada del portavoz de Podemos, el abogado Jaume Asens, que bendijo el trágala “tapándose la nariz”, lo que le ha valido inmerecidas consideraciones. Con toda probabilidad este trepador incandescente no sabrá que esa idea de la pinza en la nariz fue el recurso que inventó el periodista italiano Indro Montanelli, un conservador ilustrado, para orientar el voto hacia la corrupta Democracia Cristiana. Uno se pregunta desde cuándo estos aspirantes a los cielos del poder empezaron a taparse la nariz para no olerse a sí mismos.