Opinión

Oltra, Montero, Armengol y las que habitan en Omelas

Omelas es un lugar idílico donde se celebra el placer y la alegría. Una sociedad sin esclavos, monarquías ni ejércitos… con una población pacífica en la que no hay crímenes

Omelas es un lugar idílico donde se celebra el placer y la alegría. Una sociedad sin esclavos, monarquías ni ejércitos… con una población pacífica en la que no hay crímenes ni guerras. Tampoco pobreza ni penurias. Todos allí son sabios: comprenden que la felicidad se basa en la discriminación de "lo que es necesario, de lo que no es ni necesario ni destructivo y de lo que es destructivo".

En esa ciudad de "cuento de hadas" (que usted puede imaginar con todos los lujos), los solsticios de verano se ensalzan con gloriosos festivales. En realidad, cada año, en Omelas, "la victoria que celebran es la de la vida".

Pero Omelas guarda un secreto. Un secreto detestable, aborrecible, execrable…asqueroso. No todo puede ser perfecto.

Encerrado en un calabozo de un edificio público se encuentra, en condiciones infrahumanas, un niño. Podría ser una niña. "Aparenta unos seis años, pero tiene casi diez". Va desnudo. "Las nalgas y muslos son una masa de dolorosas llagas pues continuamente está sentado sobre su propio excremento". Grita de vez en cuando "por favor, sáquenme de aquí".

La abominable miseria

Todos saben que existe. A los ciudadanos se les cuenta esta verdad cuando tienen edad suficiente. Algunos van a verlo, otros se contentan con saber que el niño está. Y, aunque inicialmente escandalizados, en última instancia, la mayoría cede a la injusticia a cambio de la felicidad. Entienden que ese niño sufriente tiene que permanecer así, escondido. Les va mucho en ello. "La abundancia de sus cosechas o el esplendor de su cielo dependen por completo de la abominable miseria de infante".

Nadie habla. Como mucho, ante el horror, algunos abandonan silenciosamente la ciudad y nadie sabe a dónde van. El resto prefiere seguir callando.

Hemos conocido esta semana que, gracias a la petición de amparo de dos ciudadanos, el Parlamento Europeo indagará los abusos sexuales a menores tuteladas en Baleares. Ya saben: Irene Montero (en el Gobierno nacional) y Francina Armengol (en el balear) se niegan a levantar las alfombras ante uno los mayores horrores en materia social desde la Transición. Lean lo publicado en prensa sobre la presión ejercida por parte del Govern a una menor prostituida para que abortara.

El la última sentencia se indica que la Administración puede no haber sido suficientemente diligente a la hora de proteger a la víctima, a la que ni siquiera se creyó en un primer momento

También el Parlamento Europeo investigará los abusos cometidos en Valencia, que no se quedan atrás. En la última sentencia del Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana (esa que ratifica la condena de cinco años de cárcel al ex marido de Oltra), se cuestiona la actuación de la Conselleria de la vicepresidenta. En concreto, se indica que la Administración puede no haber sido suficientemente diligente a la hora de proteger a la víctima, a la que ni siquiera se creyó en un primer momento. Un hecho no menor habida cuenta que, desde 2020, hay contabilizados (oficialmente) 211 casos de abusos a menores en la Comunitat.

Pero a los políticos del arco mediterráneo, como a los habitantes de Omelas, les encanta celebrar solsticios con gloriosos festivales. Miren el congreso del PSPV. Miren la convocatoria paralela del acto de Teatro Olympia, con Mónica Oltra, Yolanda Díaz, Ada Colau y Mónica García. Eventos montados, como en la ciudad de Ursula K. LeGuin, para celebrar su gloria "y la victoria de la vida". Los políticos autodenominados del progreso son todos sabios, como los habitantes de "la ciudad soñada". Recuerden: "La abundancia de sus cosechas o el esplendor de su cielo dependen por completo de la abominable miseria de infante". Las de "la política horizontal, más amable, menos fálica" (como dice Oltra) comprenden que SU felicidad se basa en la discriminación de "lo que es necesario, de lo que no es ni necesario ni destructivo y de lo que es destructivo". Y hablar de una sociedad que permite la tortura a sus menores lo es.

LeGuin lo expresa de maravilla. En sus manos está "cambiar todo el bienestar y la armonía de cada vida de Omelas por esa sola y pequeña rehabilitación: acabar con su felicidad a cambio de la posibilidad de hacer feliz a uno".

Pero, como dice la autora, eso sería, "por supuesto, reconocer la culpa, admitir el delito". Como en Omelas, en España no va a pasar.

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