Opinión

El gran timo del 78

Cuando se inició la era Sánchez, en la primavera de 2018, escribí donde me dejaron que aquello solo podía ser una reedición -magnificada por el auge del infotainment y la

  • El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el presidente del PP, Pablo Casado. -

Cuando se inició la era Sánchez, en la primavera de 2018, escribí donde me dejaron que aquello solo podía ser una reedición -magnificada por el auge del infotainment y la comunicación política, es decir, más chusca- del zapaterismo. Como decimos en Madrid, “de donde no hay no se puede sacar”; y, a falta de reformas -ahí Rajoy tiene su cuota de responsabilidad, claro-, de un modelo de crecimiento alternativo a la burbuja y/o la recepción de fondos europeos, y de algo tan elemental hace 10 años como una mayoría de gobierno pasable, la cosa no podía derivar más que en lo que ha derivado: el apogeo de la cháchara, hecho posible por una polarización que cierra el paso al elector entre los bloques de derecha e izquierda. Decirlo me costó el cabreo de no pocos amigos y, sobre todo, conocidos; algunos de los cuales me han ido dando la razón. Pero esto es obviamente lo de menos: en política es perfectamente posible, trivial incluso, tener razón y coger la puerta. Lo importante es que la coalición informal que desde 2010 o 2011 pedía reformas, o aclarar un tanto al menos el rumbo del país, bien que fueran cuatro gatos escribiendo blogs o en los márgenes de uno u otro partido político, bien que fuera a la postre con la boca pequeña, ya no existe; y no tiene visos de reeditarse.

Ya sabemos que nadie se apea del burro de la indexación, cuando por primera vez en tres décadas hablamos de inflación en tono amenazador

Acabamos de ver, esta misma semana, tres ejemplos de la irrelevancia de ese reformismo, hoy electoralmente penalizado; y, a la vez, de la situación terminal en ideas y praxis de los dos partidos fundamentales en el sistema de los últimos cuarenta años. Por un lado, sigue la confusión en torno a las pensiones: su cálculo, su actualización, cómo se van a financiar y qué nos exige en realidad la Unión Europea. Siendo como es, el problema número uno de los españoles. Resulta obsceno ver -como han visto estos ojitos hace solo un año- a las supuestas mejores cabezas de la partitocracia del 78 pontificando con el pecho hinchado sobre los plásticos en los océanos mientras en España sigue la subasta suicida de las pensiones, que reventará el Estado -el de bienestar también, claro- mucho antes que las pajitas de los refrescos en el Yangtsé. De momento ya sabemos que nadie se apea del burro de la indexación, cuando por primera vez en tres décadas hablamos de inflación en tono amenazador, y que las ideas más novedosas pasan por cargar el muerto a los impuestos sobre el trabajo en un país con un paro estructural por encima del 15%.

El chiste no acaba ahí. Por lo que se refiere a la calidad institucional, acabamos de asistir a la renovación de instituciones más vergonzosa de la reciente historia democrática; que ya es decir. La izquierda ha conseguido durante la última semana, con su bien engrasada maquinaria mediático-cultural, que nos fijemos ante todo en el impresentable candidato Arnaldo; pero la responsabilidad de una propuesta vergonzosa, política en el peor sentido, corrupta in pectore, está mancomunada entre PP, PSOE y Podemos. Lo más descorazonador es intuir que, en las circunstancias actuales, arremeter contra este chalaneo probablemente no solo no dé un voto, sino que lo reste por hablar de cosas que no tocan.

El gran timo de las pensiones asegura, salvo una corrección salvaje del rumbo -la versión optimista dice que Bruselas, ente salvífico, la propiciará- su desfondamiento

El estrambote ha sido la más que anunciada aparición, en una encuesta dudosa, de la fantasmagórica plataforma de la España interior. Hace ahora dos años recreé una suerte de ruta del Cid derrotado desde Burgos a la costa valenciana, y en cada parada se podía intuir el signo de los tiempos, que hoy ya tiene nombres. También lo dejé escrito. Ahora debatimos alegremente si se trata de una falsa bandera socialista o, por el contrario, del enésimo falseamiento rural-conservador del sistema electoral. Argumentos hay para las dos versiones, sobre todo la primera: la tendencia de quien hoy entra en política es abrazar la farola del “sentido común de la época”, que es el que es -y si no, que se lo pregunten a Revilla, al PNV, o a ese Teruel Existe que, se supone, existe. Pero se trata al cabo de una discusión trivial, pues lo sustancial del asunto es la definitiva conversión de nuestra Cámara Baja en un órgano ratificador y en una subasta. Un caro juguete que hace investiduras y presupuestos cada tantos años -tampoco hay que pasarse- pivotando sobre minorías con un inusitado poder de negociación y sin más interés que el particular.

Hay más ejemplos del agotamiento de este “régimen del 78”, de la monarquía al sustrato sociológico, pero sería ocioso detenerse. Por sí solo, el gran timo de las pensiones asegura, salvo una corrección salvaje del rumbo -la versión optimista dice que Bruselas, ente salvífico, la propiciará- su desfondamiento. La decreciente calidad institucional da otra pista de dónde estaríamos fuera de la Unión, por mucho que las élites continentales se esfuercen en hacernos pasar vergüenza con su seguidismo de las modas ideológicas. La eclosión -¡que florezcan cien flores!- del sistema de partidos señala simplemente una efusión de criaturas oportunistas que crecen, y hacen bien, de un cuerpo muerto.

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