No se puede estar en misa y repicando. Esta locución proverbial de nuestro rico idioma, el español, se le puede aplicar a Donald Trump y su idea de comercio. Lo que es imposible es imposible. Estados Unidos debe elegir. O que el dólar sea la moneda reserva internacional, o asumir un déficit comercial crónico. Es imposible ser moneda reserva y tener un superávit en la balanza comercial. Detrás del comportamiento bravucón de Donald Trump se esconde el declive de los Estados Unidos, que aún no ha asumido que estamos en un mundo multipolar. Es imposible que los desplantes a los que ha sometido a los principales líderes políticos europeos los pueda aplicar a Vladimir Putin o Xin Jinping. La argucia y dureza de Putin; y la paciencia y sabiduría de Jinping lo hacen inverosímil.
Pero, ¿por qué hemos llegado a esta situación?; ¿qué hay detrás de los distintos amagos de guerra comercial por parte de Donal Trump? El extravagante y extraordinario James Montier, en colaboración con Philip Pilkington, de la Kingston University, en su exquisita pieza, “The Deep Causes of Secular Stagnation and the Rise of Populism”, detalla dos de los pilares básicos de esa forma de gobernanza denominada Neoliberalismo que nos ponen en antecedentes históricos. Por un lado, el aumento en la globalización de los flujos de personas, capital, y comercio. Por otro, la búsqueda de mercados laborales flexibles con la disrupción de sindicatos y trabajadores. Los supuestos e hipótesis detrás de ambos pilares, falsos. Las contradicciones y las quimeras del Neoliberalismo terminaron en una auténtica huida hacia adelante: el mayor ciclo de deuda de nuestra historia. Además de sostener una expansión artificial de la demanda, que sorteaba en realidad la caída de la tasa de ganancia del capital, permitían, sobre todo, la financiación de un gigantesco proceso de acumulación y adquisición de riquezas por todo el globo a favor de las grandes multinacionales y capitales.
Estados Unidos no quiere ni oír hablar de la idea de que el dólar abandone el papel de moneda reserva ya que tendría problemas de refinanciación de su deuda
En una primera fase, se compensó el vaciamiento de la economía, bajos salarios y el aumento del subempleo, a través del crédito y la deuda, que se convirtieron en la solución para estimular la demanda y la tasa de retorno del capital. Mientras duró, los beneficios empresariales se multiplicaron, a la vez que se deprimían los salarios. Una vez que el colateral que alimentaba esa deuda estalla, entramos en una recesión de balances privados iniciándose la Gran Recesión.
La Gran Recesión y La Ley de Thirlwall
Para compensar el desapalancamiento del sector privado, que llevó a la Gran Recesión, Occidente -y muy especialmente Estados Unidos- buscó desesperadamente que los estímulos para la demanda doméstica procedieran de las exportaciones. Pero para ello se necesita un mayor gasto agregado de las economías emergentes que puedan crecer más vía componentes autónomos. Sin embargo, el cambio de un modelo exportador a otro más equilibrado no está exento de problemas, que se lo digan a China. Y además había otra barrera: los países BRIC, alguno de los cuales, como Brasil, en las últimas tres décadas se habían visto sometidos a políticas monetarias y fiscales muy restrictivas por parte de los organismos internacionales, se mostraban perplejos ante los desequilibrios galopantes de Estados Unidos, y reclamaban una nueva moneda reserva supranacional que superara al dólar, con el fin de balancear el mundo. Por el contrario, Estados Unidos no quiere ni oír hablar de la idea de abandonar el papel del dólar como moneda reserva, ya que tendría problemas de refinanciación de su deuda, salvo que impulsara quitas de deuda privada o utilizara la Reserva Federal para financiar al Tesoro.
Lo que quizá pretenda Trump con sus disparates sea que sus otrora aliados, entre ellos los europeos, sigan financiando a la economía estadounidense
Si aplicamos la “Ley de Thirlwall”, que nos da la tasa de crecimiento máxima atendiendo a la restricción de la balanza de pagos de un país, se observa cómo Estados Unidos presenta unas tasas de crecimiento netamente superiores a las pronosticadas por dicha ley, merced al inmenso déficit comercial que los demás países aceptan financiar, comprando masiva, y quizás irracionalmente, bonos y letras del Tesoro estadounidense. Eso sólo lo posibilita el hecho de que el dólar sea la moneda reserva internacional.
La paradoja de Robert Triffin
En realidad, lo que subyace de este análisis, es que nos encontramos inmersos en una vieja paradoja: el dilema de Robert Triffin. Si Estados Unidos deja de tener déficit por cuenta corriente, consecuencia de un proceso de desapalancamiento, la comunidad internacional perdería su principal fuente de reservas, produciéndose problemas de liquidez, entrando en una espiral contractiva. Sin embargo, un excesivo déficit por cuenta corriente erosionaría el valor del dólar de manera que no se aceptaría como moneda reserva.
La solución de Triffin al dilema fue la creación los DEG (derechos especiales de giro) del FMI, que no supusieran contraer ninguna deuda por ningún país. Constituyen una demanda potencial sobre las monedas libremente utilizables de los miembros del FMI, y son definidos en términos de una cesta de monedas formada por el dólar, el euro, el yen y la libra. En el fondo son créditos que las naciones con excedentes comerciales pueden emitir sobre los países con déficit. No cumplieron su objetivo y rara vez son utilizados.
La opción de crear una nueva moneda reserva supranacional cuenta con la oposición frontal de Estados Unidos y Reino Unido. Por lo tanto, la solución más razonable, que ya se ha iniciado, pero que se irá extendiendo a lo largo del tiempo, pasa por reducir la dependencia del dólar y los bonos del Tesoro estadounidense, y complementarlos con otros activos de reserva. El proceso ya está en marcha y hace especialmente vulnerable a la economía norteamericana. Y quizás sea ello lo que está detrás de las bravuconadas de Donald Trump, el presionar a sus otrora aliados, entre ellos los europeos, para que sigan financiando a la economía estadounidense.