Opinión

Burgos nos salvará

El Ayuntamiento de Burgos ha renunciado a las armas nucleares. En serio. En Estados Unidos tiene que haber corrido el desconsuelo

  • Daniel de la Rosa, alcalde de Burgos

Los de la mesa de al lado hablan a gritos, como es fama (injustificada) que hacemos siempre los españoles. Está claro que es por el exceso de alcohol, pero así no se puede conversar y, ya harto, decido seguir la máxima de San Lupo de Troyes: “Si no les puedes vencer, únete a ellos”. El que más molesta es un mocetón de aspecto algo obtuso que apoya sus afirmaciones con golpes en la mesa:

–Y en cuanto el capullo de Feijóo nos llame al Gobierno, lo primero que vamos a hacer es volver a poner en Nuevos Ministerios la estatua del caudillo.

Ahí me volví hacia él con mi mejor sonrisa:

–Perdone, ¿y eso para qué?

–¿Cómo dice?

–Disculpe que me meta en su conversación, que estamos oyendo todos, pero ¿para qué quieren ustedes hacer eso?

El tipo se queda un momento en suspenso, como pensándoselo, hasta que al final encuentra la respuesta genial:

Pa que se jodan.

Ahí está. Esa actitud, esa manera de ver la vida y la convivencia –no hay que hacer cosas para el bien de todos, ni siquiera por el propio beneficio, sino pa que se jodan los de enfrente– lleva reproduciéndose en la sociedad española más o menos desde cuando el motín de Esquilache. Es como una gripe que parece que se cura, pero no: al cabo de un tiempo vuelve, y lo hace con más fuerza. Su primer síntoma es la suspensión cautelar, por tiempo indefinido, del sentido del ridículo. Imaginen ustedes el descongojo que se iba a armar en España y en Europa si un día aparecen por el paseo de La Castellana las centurias de Abascal, con camisa azul y boinita roja (Rocío Monasterio iba a estar monísima, eso hay que admitirlo), para cantar el caralsol mientras una grúa y unos empleados municipales reponen allí la estatua de Franco a caballo. La leche. La rechifla se iba a oír hasta en la Antártida.

Hay ejemplos para parar un tren. Y lo primero que llama la atención es que esa chifladura, ese venirse arriba como si se produjese una súbita epidemia de pacharán, ese infantilismo grandilocuente, esa total pérdida de contacto con la realidad, no tienen nada que ver con colores o posiciones políticas: Nuestro Señor, en su infinita misericordia, repartió con exquisita equidad el don de hacer el gilipuertas tanto a las izquierdas como a las derechas, a los progres y a los fachas, a los del Madrí y a los del Barsa.

En 1873, durante la romántica locura de la primera república española, el pueblo de Jumilla (provincia de Murcia) decidió declararse independiente. Como lo oyen. No fueron los únicos, pero los jumillanos estaban particularmente inflamados de ardor patriótico. Y, quizá aventados por esos piques ancestrales que hay entre pueblos o ciudades (León con Oviedo, Oviedo con Gijón, Bilbao con San Sebastián, esas cosas) decidieron declararle la guerra a Murcia. Esta fue la proclama del Ayuntamiento, constituido en gobierno soberano:

“La nación de Jumilla desea estar en paz con todas las naciones extranjeras y, sobre todo, con la nación murciana, su vecina; pero si esta se atreve a desconocer nuestra autonomía y a traspasar nuestras fronteras, Jumilla se defenderá, como los héroes del Dos de Mayo, y triunfará en la demanda (…) y no dejará en Murcia piedra sobre piedra”. Ni Putin habría amenazado con tanta contundencia, no digan que no.

Quizá por las prisas, olvidó Trujillo añadir a la lista de ciudades que habría que devolver a Marruecos las plazas inicuamente ocupadas de Almería, Málaga, Granada, Jaén, Sevilla y por ahí

Hace unos días, la exministra socialista de la Vivienda María Antonia Trujillo reclamaba (y no es la primera vez) la “devolución” a Marruecos de Ceuta, Melilla y las islas Chafarinas. Ignoraba quizá la señora ministra, casada por cierto con un marroquí, que Ceuta y Melilla pertenecen a España desde los tiempos de Felipe IV, varios siglos antes de que por la zona existiese algo ni remotamente parecido a lo que hoy es el reino de Marruecos. Y, quizá por las prisas, olvidó la ex-celentísima señora añadir a la lista de ciudades que habría que devolver a Marruecos las plazas inicuamente ocupadas de Almería, Málaga, Granada, Jaén, Sevilla y por ahí seguido hasta Toledo, que figuran todas en el mapa del “gran Marruecos” que el rey Hassan II tenía en su despacho de Rabat.

No consta que los ilustres ediles ingiriesen en cantidades particularmente llamativas licor de orujo de miel de la acreditada marca Casajús, típico de la ciudad

Hace también unos días, el Ayuntamiento de Burgos ha renunciado a las armas nucleares. En serio. En Estados Unidos tiene que haber corrido el desconsuelo: se tenía a Burgos por un aliado firme, pero se ve que tienen sus diferencias. Francia, Reino Unido, Israel, India y Pakistán tienen motivos para preocuparse, pero Putin y Kim Jong-un se frotarán las manos, seguro: es el momento de aumentar la presión sobre Occidente, ahora que Burgos renuncia a su temible arsenal nuclear. La moción municipal fue presentada por el PSOE y apoyada por Podemos y por Ciudadanos; el PP se abstuvo y Vox votó en contra; es decir, que los chicos de Abascal y García-Gallardo (que es de allí, de Burgos) pretenden mantener los silos con los misiles de los cuales está erizada la provincia, cualquiera puede verlo si se sube a las torres de la catedral. No consta que en la sesión municipal los ilustres ediles, que al parecer no tienen demasiado trabajo, ingiriesen en cantidades particularmente llamativas licor de orujo de miel de la acreditada marca Casajús, típico de la ciudad. Y delicioso.

Pero estamos salvados, oh pacifistas del mundo: marchemos francamente, y yo el primero, por la senda burgalesa del desarme nuclear. Vayamos jubilosos. Juntos como hermanos. No nos moverán. Burgalesa, burgalesa, manojito de claveles. Vamos, lo que haga falta.

Juan Eslava Galán recoge en su libro De la alpargata al Seiscientos la iniciativa de aquella comisión de patrióticos meapilas que, en 1957, propuso al Papa que nombrase cardenal a Franco. Y lo decían completamente en serio. Argumentaban que si se había hecho lo mismo con Mazarino, el duque de Lerma o Fernando de Austria, que tampoco eran curas, ¿por qué no con Franco, “que tanto y tanto ha hecho por la Santa Iglesia”?

Si los demás juntan más votos que tú, ¿cómo vas a gobernar, muchacho? A no ser que dotes al alcalde de más poderes que el zar de Rusia

Menos mal que el pobre Pío XII estaba ya muy viejecito y veía visiones, y quizá ni se enteró de aquello. Pero habría que haber visto a aquel hombre vestido con la capa magna roja de doce metros y la birreta, como el cardenal Cañizares. Los dos medían más o menos lo mismo: tan mal, tan mal, no podía quedar.

En fin: que de patochadas, ridiculeces y ganas de incordiar (Jumilla über alles, que habrían dicho ellos) tenemos nuestra historia llena. Y de brindis al sol. Cuatro veces me he visto el vídeo de la solemne propuesta de Núñez Feijóo para que, tras las elecciones municipales, gobierne en los Ayuntamientos la lista más votada, y sigo sin entenderlo. Si los demás juntan más votos que tú, ¿cómo vas a gobernar, muchacho? A no ser que dotes al alcalde de más poderes que el zar de Rusia, lo cual es cargarse la democracia. Pero bueno, dicho queda y, si cuela, cuela…

Huy, es tarde; les dejo, voy a buscar dónde hay que firmar para apoyar la tan ansiada desnuclearización de Burgos. De las armas químicas de Medina de Rioseco ya hablamos, si eso, otro día. Quizá cuando los abascalitos vuelvan a poner la estatua en La Castellana. Anda, que…

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