Opinión

Una calamidad llamada Europa

La Eurozona ha resultado un proyecto demasiado ambicioso ya que, tras las crisis de 2008 ha traicionado el espíritu del Tratado de Maastricht

  • Banderas de la UE en la sede de la Comisión Europea en Bruselas. -

Es habitual poner el ejemplo del Egipto Antiguo para explicar por qué los humanos pasamos, tras miles de años, de una estructura de tribu a una de estado: la necesidad de agruparse en torno a un mando único para realizar grandes obras públicas para beneficio de la comunidad. En el caso egipcio fueron los canales creados para que las inundaciones periódicas provocadas en el Delta del Nilo no destrozaran cultivos y granjas, amén de asegurar la fertilidad a un conjunto de tierras lindantes con el desierto. Las tribus, cada una por su lado, no lo habrían conseguido. Ya en la Antigüedad se sabía que el tamaño importa y era necesario algo que uniera a los diferentes clanes; de ahí surgen los reyes, las religiones, las leyes (el mesopotámico código de Hammurabi, el primer código de normas del que tenemos constancia, es de hace unos 4 mil años) … es decir, el estado, y con él el nacionalismo. Ya entonces se intentaron crear estructuras por encima de esa concepción nacionalista, si bien en Occidente, sobre todo tras el fiasco de Alejandro Magno, que abarcó demasiado, sólo Roma tuvo un éxito real, que llegó a unir a diferentes pueblos muy alejados entre sí, y construir unas estructuras para ejercer una cierta soberanía. Su caída fue una muy mala noticia para la evolución tecnológica de Europa, no sólo por la fragmentación política, también por la caída del comercio.

Con medios más modernos que los romanos, España e Inglaterra consiguieron construir imperios de gran tamaño que duraron siglos pero acabaron cayendo de nuevo por tensiones nacionalistas y, resumiendo mucho, llegamos a la actualidad en la que hay hasta siete estados con más de 200 millones de habitantes, si bien la importancia económica y geopolítica se focaliza sobre todo en China, Estados Unidos y Rusia (el menos poblado, con unos 140 millones de habitantes, la mitad que Indonesia), al que se espera pronto se sume la India, que es el país con más población del mundo, rondando los 1.400 millones. Lo que parece claro es que un país pequeño y poco poblado no puede ejercer un liderazgo mundial, y hace décadas que en Europa algunos se dieron cuenta de ello y empezaron un proceso para tener más peso económico y geopolítico.

El caso de la ministra Ribera

La Eurozona ha resultado un proyecto demasiado ambicioso ya que, tras la crisis de 2008 y, sobre todo, tras la de la deuda soberana iniciada con el primer rescate a Grecia, ha traicionado el espíritu del Tratado de Maastricht de ser estrictos con las cuentas públicas. La UE fue una muy buena idea, y si no existiera habría que crear algo similar. Sin embargo, es evidente que su estructura es muy mejorable y que los políticos actuales no están por la labor de hacerlo. De hecho, no ha habido ni una sola consecuencia tras la desafección del Reino Unido, se han limitado a criticar el Brexit sin aprender nada para que otro país no haga lo mismo. Acabamos de ver el escaso entusiasmo que despiertan las elecciones al Parlamento Europeo donde tantos no se ven representados (al fin y al cabo todo lo importante se sigue decidiendo en las reuniones entre gobiernos) y en las que los partidos colocan a sus políticos descolgados, o en las que no asumen su escaño para no abandonar el cargo, como hizo la ministra Ribera.

La UE fue una muy buena idea, y si no existiera habría que crear algo similar. Sin embargo, es evidente que su estructura es muy mejorable y que los políticos actuales no están por la labor de hacerlo

Esta desafección hacia la UE es una buena noticia para nuestros rivales económicos y geopolíticos: ser patriota, ser nacionalista, no tiene por qué estar peleado con la idea de conseguir que Europa pueda tener una sola voz que pueda enfrentarse en relativa igualdad de condiciones con los Estados Unidos, China y Rusia. Lo que debemos es mejorar la UE, evitar las contiendas intestinas, los navajazos intracomunitarios.

Los grandes desafíos son planetarios: la revolución de la inteligencia artificial, el riesgo del cambio climático, la degradación ecológica del planeta, el posible fin de los combustibles fósiles, la sobrepoblación de algunas zonas que afecta a todas, el envejecimiento poblacional de los países más desarrollados que también influye a escala mundial, la caída de la productividad, los altos niveles de endeudamiento (ya entrando en temas estrictamente económicos) … etc. Si la pandemia no nos abrió los ojos sobre la imposibilidad de arreglar un problema de todos desde una postura común, no sé qué más hace falta.

La inevitable globalización

Guste o no, la globalización es un hecho: no se puede luchar contra la contaminación si los esfuerzos de Europa no tienen reflejo en China; no podemos aislarnos de la IA o las polémicas manipulaciones genéticas (si una tecnología existe, seguro que alguien acabará usándola) con normas que ignorarán nuestros rivales; no podemos renunciar a fuentes de energía sin alternativas como hace España con la energía nuclear, no podemos carecer de una política migratoria común que blinde las fronteras contra los indeseables y las abra a la juventud trabajadora que tanto necesita nuestro envejecido continente; no podemos ignorar las nuevas tecnologías y conformarnos con una economía de servicios sin apenas producción propia; y desde luego no podemos seguir viviendo de traer dinero del futuro vía deuda. El lema (que tiene más de un siglo aunque se lo han querido apropiar varias organizaciones) que reza “Piensa globalmente, actúa localmente“, tiene todo el sentido pero en la UE lo que hacemos es o lo primero sin lo segundo o lo segundo sin lo primero.

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