Hubo una época en que la palabra “trucha” remitía, para todos los españoles honrados, a ese pez de aguas dulces de la simpática familia salmónida al que se le metía un pedazo de jamón en sus entretelas. Es verdad que el invento del jamón lo he visto siempre como algo forzado, un matrimonio celebrado sin libertad alguna pero lo cierto es que cotiza entre los artistas de la gastronomía.
Hoy, desgraciadamente, y a la vista de cómo anda el patio, hay que recuperar otros significados, en especial el que remite a “trujamán” o “perillán”. Es decir, a la persona astuta de la que ningún ser humano prudente y temeroso de Dios debe fiarse.
Se trata del mañero, que viene de maña, del amigo de la martingala, de la triquiñuela ominosa, de ese sujeto que habla y camela al personal usando un lenguaje retórico, progre, vacuo, babilónico y macarrónico pero que, desnudado de las hipérboles, nos quiere llevar a su huerto de desvergüenza hipocritona.
Enmascarar trapacerías
Precisamente se llama “salto de trucha” al que practican los volteadores que, usando hábilmente el cuerpo, son capaces de dar la vuelta entera en el aire.
Este “salto” es el exacto equivalente del “cambio de opinión” que alegan los presidentes “truchos” de gobierno para enmascarar sus infames trapacerías y esas mentiras que encadenan como buñuelos rellenos de una crema corrompida.
Es el pillo, que conoce las modalidades de pillín, pilluelo, pillete y pillastrón. Todos ellos tipos viscosos que huelen a picardía y a deslealtad.
Este “salto” es el exacto equivalente del “cambio de opinión” que alegan los presidentes “truchos” de gobierno para enmascarar sus infames trapacerías y esas mentiras que encadenan como buñuelos rellenos de una crema corrompida
O el truchimán, ese sujeto que tiene con los escrúpulos una relación burlona y lejana, como íntimo que es de los abismos del mal.
Los figurones pintorescos a los que ahora se llaman “influencers” son trujamanes, solo que dicho en inglés. Abramos un programa informativo de TVE y encontraremos a ese trujamán en estado puro o mezclado con el buhonero que vocea su hatillo de quincalla.
Lo más penoso es que degradan las tertulias que han pasado de ser esos lugares con olor a sudor y a humo de tabaco pastoreados por Valle Inclán o don Miguel de Unamuno, a ser el epicentro del bufón que cobra del partido político a tanto la patraña.
Ese pez candoroso
Es decir, la chapuza y el cambalache más la baratija de la palabrería como festín del progresismo mentiroso y arcaico.
Se comprenderá que lamentemos esta tergiversación de la palabra “trucha” y añoremos su uso ligado al pez candoroso que, según el libro de cocina de doña Emilia Pardo Bazán, ha de comerse respetando las tres “f”: frita, fría y fresca.
O que evoquemos el estimulante quinteto “La trucha” de Franz Schubert.
Hagamos un corte de mangas al empoderado “trucho” y farsante.