Opinión

Viaje a ninguna parte

El independentismo bucea rencorosamente en el pasado pero ni se asoma al futuro

  • Concentración en apoyo a la moción para la autonomía para León en la Diputación de León EFE/J. Casares

Por fin el PSOE leonés parece haber puesto pie en pared y sus portavoces parecen dar ahora por superada la minicrisis secesionista al proclamar que el partido “no irá a ninguna parte”. Mejor. Ahí tienen otro aplazamiento de un tema recurrente como es el separatismo leonés en cuya posible nómina tratan de hacerse un hueco, desde siempre, los “sin partidos” del antiguo Reino. Alguien (Miquel Giménez) ha recordado aquí mismo una experiencia vivida años atrás cuando él y yo, entre otros, íbamos en la troupe de Luis del Olmo a concelebrar en el Bierzo las mañanas de Protagonistas. En la carretera habíamos visto ya estupefactos las solemnes pintadas que, dirigidas imaginariamente al mundo exterior, reclamaban “Fredoom for Lion” o rezaban “Viva el Bierzo independiente”, como si aquellas españolísimas tierras no fueran entonces lo que siempre habían sido sino las indefensas víctimas de algún escondido sátrapa. Giménez ha recordado que, ante ese abismal vacío del sentido simbólico, él propuso, sin éxito, el botillo como seña de la identidad berciana. Por mi parte recuerdo haber sugerido, también sin éxito, que la pulsión separatista no es actual ni pretérita sino perpetua, y que el negocio –como se ha demostrado desde Córcega a Cataluña-- no es la independencia sino el independentismo. ¿Qué sería del caudillo forajido y de la tropa actual si no fuera así?

¿León fuera de España, un cantón leonés libre, al fin, del mito nacional y de la presunta rapacidad de Valladolid? Calculen el previsible resultado

El pasado nos enseña claramente que el hombre, cualquier hombre, necesita para vivir encaramarse sobre un buco, y que la culpa de sus desdichas suele atribuirse al vecino. ¡España ens roba! o “la causa de nuestra postración ha de buscarse en Valladolid”, lo mismo da: por ahí debe de andar la culpa del sentimiento cantonalista que sigue incordiando aquí y allá como una incómoda hijuela del primer republicanismo y quién sabe si se remontará, río arriba del genoma, hasta el enigma neardental. Quizá deba a eso mismo su rara supervivencia y puede que ello explique que un partido de Estado como el irreconocible PSOE sanchista viera en principio legítima la propuesta leonesa de sedición que ha surgido en medio de la que está cayendo. El independentismo bucea rencorosamente en el pasado pero ni se asoma al futuro. ¿León fuera de España, un cantón leonés libre, al fin, del mito nacional y de la presunta rapacidad de Valladolid? Calculen el previsible resultado.

Quien haya seguido la evolución de nuestra historiografía sabe que, en los últimos decenios, la generalizada censura a la demencial aventura que acabó con la todavía romántica Primera República, ha ido dejando sitio a una visión más favorable del disparate, según la cual aquel desgalgadero cantonalista no sería lo que fue sino una búsqueda sensata de la modernización política prometida por la revolución Gloriosa. No es posible negar que el federalismo (léanse las razones expuestas desde Pi y Margal a Trujillo pasando por Hennessy) es una idea atractiva y resistente pero tal vez inviable en España, donde no ha sido posible nunca plantearlo desconectado de la mítica extremista. El PSOE mismo fue siempre, no se olvide, un partido federalista limitado por la razón de Estado, es decir, inmunizado por la experiencia frente a la seducción de las sirenas del terruño. Y la verdad es que, por más que los padres constituyentes trataran de disimular la realidad, resulta enojoso no ver en el actual Estado de las Autonomías un modelo cuasifederal. Es más, el desarrollo que, con el tiempo, ha ido conformando este batiburrillo, descubre en la crítica situación actual la inevitable consecuencia de un modelo que, más allá de la discreta autonomía, tiende sin remedio a la radical solución federalista y…republicana.

Ya sólo falta la traca final, la impostada imagen de Pavía cabalgando en el Congreso y la Armada bombardeando Cartagena

A ver quién le pone a ese gato el imprescindible cascabel después de que el TC, despreciando al TS,  haya absuelto por las bravas a los golpistas catalanes, y cuando los aberchales, animados por la coyuntura, proponen ya sin disimulo su anhelada fractura de España. Lo que no se vivía entre nosotros desde los tiempos de Roque Barcia y “La Flaca” resurge amparado por la impunidad que ha abonado la autocracia sanchista. Porque sin apenas darnos cuenta, y fomentada (además de financiada)  por la tolerancia gubernamental, ha ido recuperándose el vetusto ideal del Estado construido “de abajo a arriba”, sin aguardar siquiera el amparo constitucional, que hasta a Pi le resultaba inquietante en su tiempo. Ya sólo falta la traca final, la impostada imagen de Pavía cabalgando en el Congreso y la Armada bombardeando Cartagena. El episodio que ha supuesto el sanchismo, a pesar de su indigencia ética y política, ha significado nada menos que el paso desde el ingenuo comunalismo a una suicida democracia directa. Una pesadilla de la que no se sabe cómo despertaremos. ¡Y pensar que acaso todo se podría haber evitado de haber tomado en serio la ironía que Sender dedicó a “Mister Witt en la cantón”!

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