Teodoro García Egea, al que le supongo buenas lecturas, conocerá lo que escribió Dostoievski sobre las ideas, razonando que en una habitación miserable solo pueden producirse ideas miserables. Ese calificativo viene de molde, siendo piadosos. Lo que se le ha hecho a Ayuso, con la aquiescencia, complicidad y colaboración de Pablo Casado, el gran ausente de la jornada, es miserable, es pura rabieta de burócrata de partido, es un a ver quién manda aquí y, sobre todo, es la barbaridad más grande vista los últimos tiempos en política. Viniendo de haber ganado en Castilla y León, por no hablar de Madrid, con Sánchez en horas bajas y el PP subiendo en las encuestas organizar semejante bochorno solo se le ocurre al que asó la manteca. Dicen los cafeteros populares que todo es culpa de Miguel Ángel Rodríguez, el ángel malo de Ayuso, que solo sabe sembrar cizaña. Miren, déjense de consejas de vieja. De entrada, no concibo nada más estulto y machista que negarle a la presidenta de Madrid el mérito propio por haber llegado a donde está. Ya puedes tener a todo un spin doctor como MAR o a un Casado que, según Egea, le ha dado todo a Ayuso, que como no valgas vales te quedas de secretario general. Punto.
Ayuso se reclama desacomplejadamente liberal. Sus triunfos se deben a saber llamarle al comunismo, comunismo, a decirle a la gente que o eso, o la libertad, a patearse las calles de verdad y no en paseíllos taurinos organizados por un subalterno en el que solo te ves con los cuatro que te van a dar la razón. El desprecio que experimentan ante la gente de ideas el gang de los burócratas de partido ha estallado de forma violentísima. A Ayuso se la acusa de nada, porque pruebas no hay, salvo un contrato legal; a Ayuso se la envuelve en una historia macarrónica de investigaciones y detectives porque desde Moncloa a Casado le dicen que ande con ojo con Ayuso; a Ayuso se la injuria porque pretende dirigir el partido en la autonomía en la que se ha ganado a pulso el liderazgo sobre el resto del partido. A Ayuso se la quiere eliminar, en una palabra, como pasó con Cayetana Álvarez de Toledo y pasará con quién destaque por encima de la aurea mediocritas que supone a día de hoy cualquier partido en España, salvo alguna honrosa excepción. Ayuso molesta infinitamente a los Teos de turno porque gana, gestiona, ejerce y, lo más peligroso, genera discurso.
Es de manicomio. El espectáculo de ayer ha sido para cubrirse la cabeza con la toga romana y dejar que te apuñalen sin tener que pasar la vergüenza de ver las caras de quienes te han traicionado. Ayuso no se merece esto, ni se lo merecen los votantes del PP. Quizá, ya que Ayuso ha decidido poner el paño al púlpito y sajar la herida para que el pus pueda salir y la infección no vaya a mayores, sea momento de preguntarle al señor Egea que hay de aquella mítica reunión que mantuvo con Zapatero o que periodistas estaban entre los veinte que congregó alrededor de una mesa y qué les explicó. Hay que empezar a preguntar por qué el PP pactó con Sánchez desbloquear instituciones vitales para el estado, por qué esa resistencia incomprensible a llegar a acuerdos con VOX o, lo sustancial, qué demonios se le ha perdido a los populares apoyando la globalista Agenda 2030 o en el Bildelberg. Por ir abriendo boca.
No es esto, dijo Ortega ante una república a la que veía desnaturalizada desde su inicio, exigiendo a los republicanos de verdad que no falsificaran su esencia. No es esto, dice ahora Ayuso, pero también Esperanza Aguirre o, cuidado, Núñez Feijoo. Lo mismo que dirán muchos militantes si se celebra un congreso nacional extraordinario, la única salida que le queda a un partido que ha olvidado para que está. El PP puede ser un CDS cualquiera. No es esto, Casado, no es esto. Urge que dé la cara , que convoque a los militantes, que olvide a Sánchez y sus soflamas. Pero, claro, Casado no es Ayuso. Y ahí radica todo.