Opinión

Cien años de Joseph Conrad

Un autor admirado que todos consideran moderno. Una inspiración para tantísimos escritores

Józef Teodor Konrad Nałęcz-Korzeniowski, nació en diciembre de 1847 en una pequeña población que ahora forma parte de Ucrania y entonces pertenecía al imperio ruso, aunque una parte significativa de sus habitantes sintieran que su patria era Polonia. Murió como Joseph Conrad, escritor, en Inglaterra el 3 de agosto de 1924, ahora hace cien años.

Desde hace mucho tiempo que circula entre los marinos letraheridos, a modo de mantra cultural, la necesidad ineludible de leer al menos dos títulos de Joseph Conrad para ampliar el horizonte de la profesión: El espejo del mar (1906) y La línea de sombra (escrito en 1915, publicado como libro en 1917). Por ellos conocimos al capitán de la marina mercante que hizo de su experiencia a bordo de los buques que tripuló o mandó la materia fundamental de su literatura. Una magnífica literatura que ha suscitado fervorosas adhesiones de críticos y, sobre todo, de grandes escritores. Por citar tres españoles: Juan Benet, Javier Marías y Arturo Pérez Reverte.

The mirror of the Sea

Se trata de un libro estructurado como una sucesión de cuentos o de reportajes, escribió en Naucher Miguel Aceytuno (‘El espejo del mar. Espejos’, publicado el 7 de marzo de 2023). El capitán nos habla de su primer mando, de la estiba, de la envidia y de la fidelidad; de leer en la prensa la pérdida de un buque y recordar o mejor intentar olvidar a una tripulación de la que formabas parte. Su opinión al leer un artículo sobre una regata. La carga y su estiba a bordo. Al final hay una historia que cuenta cómo el Tremolino zarpa de Barcelona y es perseguido hasta que embarranca en unos escollos. A Conrad lo que le preocupa es el buen nombre del barco: yo afirmo que un barco no es nunca culpable de los pecados, transgresiones y locuras de sus tripulantes. El capitán del barco embarrancado confiesa: Mi corazón ardía tras las horas de duro trabajo al frente de una tripulación voluntariosa. Me regocijaba el haber manejado pesadas anclas, cables, botes, sin el menor problema; me complacía haber tendido científicamente ancla de leva, ancla de espía y anclote exactamente donde creía que serían más útiles. En aquella ocasión el amargo sabor de la varada no fue para mi boca. Esa experiencia llegó más adelante, y fue sólo entonces cuando comprendí la soledad del hombre de mando.

El escritor expresa con emocionante sinceridad la nostalgia y la tristeza que aquejó a todos los marinos que vivieron el tránsito de la vela al vapor, la desaparición de aquellas hermosas naves que surcaban majestuosas los mares

No es un libro extenso, pero es la obra que más y mejores elogios ha recibido, tal vez porque el escritor expresa con emocionante sinceridad la nostalgia y la tristeza que aquejó a todos los marinos que vivieron el tránsito de la vela al vapor, la desaparición de aquellas hermosas naves que surcaban majestuosas los mares y la irrupción de los sucios, peligrosos y horribles barcos automóviles. Los vapores avanzan con un ritmo machacón y denso y un ruido espantoso que contrasta con la silenciosa maquinaria de un velero movido por la fuerza y la voz salvaje y exultante del alma del mundo. Muchos capitanes enloquecieron o se suicidaron al comprobar el cambio ineluctable y despiadado, convertidos sus conocimientos de toda la vida, vientos, derrotas, velas, jarcia y cabos, en saberes prescindibles. Conrad compone El espejo del mar cuando hace años que ha dejado de navegar y necesita honrar su memoria. En estas páginas, escribe, hago una confesión completa, no de mis pecados, sino de mis emociones. Es el mejor homenaje que mi piedad puede rendir a los configuradores últimos de mi carácter, de mis convicciones, y en cierto sentido de mi destino: al mar imperecedero, a los barcos que ya no existen y a los hombres sencillos cuyo tiempo ya ha pasado.

The Shadow line

La línea de sombra nos cuenta el infortunio de una hermosa goleta fondeada en un puerto asiático a la espera de un nuevo capitán a quien no le importe suceder al siniestro mando anterior, muerto en su camarote donde se encerraba todo el día tocando el violín. Un joven marino, a punto de abandonar la mar por falta de embarque, decide que ha llegado su oportunidad, se enrola de capitán y sale a navegar con las responsabilidades del mando. Durante días y días, más de dos semanas, la nave permanece paralizada en medio de un mar brumoso, una balsa de aceite, sin viento y mucho calor. La tripulación cae enferma de fiebres tropicales, con la excepción del capitán y el cocinero, que nada pueden hacer pues el anterior capitán se vendió antes de morir todos los medicamentos del botiquín. Finalmente, aparece el viento, la nave recobra el aliento y consigue llegar a Singapur, donde la tripulación es hospitalizada y relevada. El joven capitán sale de Singapur convertido ahora en un marino experto que ha superado la línea de sombra, esas ilusiones de juventud que no tienen en cuenta la realidad cruel e inmisericorde.

Nostromo

La novela que admiran los grandes escritores sudamericanos practicantes de lo que se llamó el realismo mágico (García Márquez, Cortázar, Vargas Llosa, Alejo Carpentier…), una obra de peso que exige un cierto esfuerzo del lector, escrita por Conrad en 1904, precursora del realismo mágico al inventar un país, Costaguana, y un puerto Sulaco, donde asentar una mina de plata, un cargamento perdido, y la secesión de una parte de Costaguana promovida por una potencia extranjera con fuertes intereses en la minería. Es probable que también haya influido en la obra literaria de William Faulkner, inventor del condado de Yoknapatawpha para albergar los personajes de algunos de sus relatos.

El título de la novela de Conrad alude al nostramo (en italiano, nostromo), el jefe de la marinería del buque, un cargo de enorme importancia que habitualmente ejerce el marinero de mayor experiencia y conocimientos. Relato claramente inspirado en la historia de Colombia y la secesión de Panamá que los Estados Unidos impulsaron en 1903 para apropiarse del canal.

En honor de Conrad, Nostromo fue el título escogido para el premio literario ‘La aventura marítima’ que el capitán de la marina mercante y escritor Cecilio Pineda (El último candray, editado en 2008; y el poemario Mar de amores, 2004, entre otros) creó en 1996 y del que este año se ha convocado la XXVIII edición. También en honor de Conrad, el director de cine Ridley Scott bautizó con el nombre de Nostromo la nave espacial de la película Alien.

The end of the tether

Dije al principio que los marinos asumíamos la tácita obligación de leer El espejo del mar y La línea de sombra. Añadiría a esas dos obras otras donde el marino polaco reflexiona sobre los arcanos de la navegación (El corazón de las tinieblas, 1899); advierte de los riesgos de la mar indomable (Tifón, 1902); observa el comportamiento de los tripulantes en los momentos de peligro (Lord Jim, 1897); y anota el juicio que le merece la condición y la personalidad de los barcos (El negro del Narcisus, 1902), pero hay una lectura que considero imprescindible, al nivel de El espejo del mar y La línea de sombra. Un relato corto cuyo título, The end of the tether, ha sido publicado en español con, al menos tres traducciones diferentes: El final de la cuerda, Situación límite, y La soga al cuello.

The end of the tether es la historia del jubilado capitán Whalley, que decide enrolarse de nuevo para ayudar económicamente a su hija, que vive en Australia. Consigue embarcar en un viejo carguero en el que encuentra a un primer oficial resentido porque no le han dado el mando del barco. El viejo capitán Walley apenas puede ver y utiliza los ojos de un marinero de su confianza para marcar los rumbos de las recaladas. ¿Qué ves? Pregunta al marinero. Éste le indica los accidentes de la costa y su posición respecto a la proa del barco, datos que le permiten al capitán Whalley ordenar los rumbos adecuados, que se sabe de memoria. El primer oficial descubre la situación y decide vengarse de la naviera. Introduce varios imanes en los bolsillos de su chaqueta y la cuelga de una de las bolas que sobresalen de la bitácora (el mueble que aloja el compás que marca el rumbo) con la misión de compensar el desvío cuadrantal de la aguja. Esos imanes enloquecen la aguja del compás. El barco recala en la costa del puerto de destino. El marinero al timón informa al capitán de lo que ve y éste le indica el rumbo. Al cabo de un rato el marinero informa al capitán que la proa va contra las piedras. ¿Qué rumbo llevas?, le pregunta el capitán. El que usted me ordenó, contesta el marinero. Entonces no te preocupes, vamos bien, concluye el capitán. Poco después el barco se destroza al embarrancar.

Lean las obras de Conrad, si pueden. Comprenderán por qué sigue siendo un autor admirado que todos consideran moderno; y celebrarán que algunos (muchos) marinos recomienden su lectura indispensable.

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