Mandatarios de todo el mundo se han reunido esta semana en la ciudad egipcia de Sharm el-Sheikh para una nueva cumbre sobre el cambio climático. El guion es siempre el mismo: los líderes mundiales compiten entre sí para ver quien atemoriza al respetable con la mayor catástrofe, avisan alarmados de que la "crisis climática" exige un mayor compromiso para reducir las emisiones y reiteran su voluntad de cumplir con lo que se allí se acuerde aunque luego, cuando hayan enfilado el camino de vuelta a casa en sus aviones privados, no lo hagan.
Sin necesidad de una bola de cristal ni de dotes adivinatorias es fácil de hacer predicciones sobre la cumbre del clima porque es lo que ha sucedido en las 26 cumbres anteriores. Siempre es igual. Los países pobres exigen que los países ricos reduzcan las emisiones primero y que lo hagan más rápido. Los países ricos, por su parte, piden a los pobres que abandonen los combustibles fósiles e instalen plantas eólicas y solares. Los países pobres aceptan hacerlo, pero sólo si los países ricos corren con la factura de la transición. Los países ricos se comprometen a pagar, pero luego olvidan la promesa a la misma velocidad que la hicieron.
En la cumbre de Sharm el-Sheij todo se ha desarrollado del mismo modo, pero además hemos podido ver como los países pobres han señalado a los ricos por asegurarse el suministro de petróleo y gas a cualquier precio tras la invasión rusa de Ucrania. Como resultado, los países en vías de desarrollo se enfrentan una carestía energética y tampoco reciben nada para instalar las cacareadas centrales eólicas o solares.
Pero, mientras que los políticos, los expertos de Naciones Unidas, los activistas climáticos, las celebridades y los medios de comunicación encuentran nuevas formas de reinventarse el relato de calamidades en cadena, llenas de historias de terror como ciudades anegadas por la subida del nivel del mar, olas de calor asfixiantes y tormentas tropicales devastadoras, los datos nos cuentan una historia diferente. En las últimas décadas, el mundo no ha progresado mucho en la reducción de las emisiones totales, eso es cierto, pero se ha vuelto mucho más resistente a todo tipo de extremos climáticos.
La adaptación climática, es decir, lo que las sociedades hacen para protegerse de huracanes, inundaciones, sequías, olas de calor y olas de frío, funciona mejor que nunca. La adaptación climática incluye todo lo que los habitantes del primer mundo dan por sentado: edificios bien construidos que resisten vendavales, diques y represas que contienen las inundaciones, aire acondicionado y frigoríficos para alimentos y medicinas, redes eléctricas con redundancias, buenos sistemas de telecomunicaciones, sistemas de alerta temprana, servicios de emergencia bien equipados y aeropuertos y carreteras para prestar ayuda cuando es necesaria tras una catástrofe.
Si la economía mundial sigue creciendo se salvarán muchas más vidas en las próximas décadas, aunque la temperatura global persista al alza
La resistencia de una sociedad a los extremos climáticos está estrechamente relacionada con el desarrollo económico, es decir, energía abundante y barata, tecnología punta, agricultura muy productiva y buenas casas e infraestructuras. Incluso aunque nos limitemos a echar una mirada superficial sobre los datos vemos como el desarrollo económico ha salvado millones de vidas durante el último siglo. El terrícola promedio de nuestros días tiene un 90% menos de probabilidades de morir a causa de inundaciones, sequías, tormentas u otros eventos climáticos extremos que en la década de 1920. Eso se ha debido a una disminución drástica en el número de personas que viven en la pobreza sin acceso a cosas tales como viviendas seguras, infraestructuras para el transporte y suministro estable de agua y electricidad. Si la economía mundial sigue creciendo se salvarán muchas más vidas en las próximas décadas, aunque la temperatura global persista al alza.
El número de muertes asociadas con el clima extremo y los desastres naturales relacionados con el clima se ha reducido diez veces durante el último siglo
Pero de esto no se ha hablado en Sharm el-Sheij. La conversación ha vuelto a ignorar el historial de adaptación climática, insistiendo contra los hechos que la vulnerabilidad a los extremos climáticos ha aumentado en los últimos años. Siguen con esa cantinela porque sirve a los intereses de los Gobiernos del mundo desarrollado, cuya emergencia climática apacigua a los ecologistas locales que exigen la supresión inmediata de los combustibles fósiles en los países pobres.
La adaptación climática es una de las grandes historias de éxito de los últimos cien años. El número de muertes asociadas con el clima extremo y los desastres naturales relacionados con el clima se ha reducido diez veces durante el último siglo. Hasta bien entrado el siglo XX, las cifras anuales de muertes por desastres naturales relacionados con el clima ascendían a cientos de miles (o incluso millones) y eran un asunto de pura rutina. En China, la inundación del río Amarillo de 1887 mató a 2 millones de personas y las inundaciones del río Yangtsé de 1931 a 4 millones. Los ciclones tropicales en India, Pakistán y Bangladesh mataron a unas 61.000 personas en 1942 y 40.000 en 1965 Las hambrunas periódicas en el Indostán mataban de forma repetida a millones de personas.
Hoy en día, las muertes por inundaciones en China ascienden unas 500 al año. Los ciclones en el subcontinente indio rara vez causan más de mil víctimas mortales. Ni China ni la India han sufrido una sola hambruna en décadas. En la década de 1920 había 25 muertos como consecuencia de desastres naturales por cada 100.000 habitantes. En la década pasada esa cifra había bajado a 0,26, una rebaja del 98%
La mayor resistencia a los desastres naturales está estrechamente relacionada con el crecimiento económico y las mejoras en infraestructura, tecnología y servicios de emergencia. De ese crecimiento en el último medio siglo los principales beneficiarios han sido los más pobres. La caída de la tasa de pobreza, la urbanización rápida y mejores tecnologías de comunicación han mejorado la respuesta ante desastres. La migración de grandes poblaciones de las regiones rurales a las ciudades ha traído consigo un cambio de carreteras sin pavimentar y casas hechas de adobe, que no resisten bien las tormentas y las inundaciones, a infraestructuras y viviendas mucho más duraderas. El saneamiento y el agua potable limpia reducen las enfermedades. La mejora del riego y de los cultivos han reducido la frecuencia de las malas cosechas provocadas por las sequías. La refrigeración evita que los alimentos se echen a perder en su camino al mercado, y el aire acondicionado ayuda a amortiguar las olas de calor extremo.
Una sequía en el sur de Italia no matará de hambre a la población, una sequía en Burkina Faso sí que lo hará
Los costes humanos de un desastre natural nunca vienen determinados por la intensidad del desastre, sino por cuántas personas mueren o pierden sus hogares. Un huracán de categoría 1 que toque tierra en Haití resultará en una pérdida de vidas mucho mayor que un huracán de categoría 5 que impacte contra las costas de Florida. Una sequía en el sur de Italia no matará de hambre a la población, una sequía en Burkina Faso sí que lo hará. Por esta razón, para combatir los efectos del cambio climático se debe apostar por el crecimiento económico porque eso traerá riqueza, infraestructura y tecnología que salvará vidas.
Pero, en lugar de centrarse en eso, los políticos, expertos y activistas viven obsesionados con la reducción de emisiones a pesar de que reducirlas de golpe detendrá en seco el crecimiento económico. Pocos son los que hablan de proteger las llanuras costeras mediante humedales y bosques de ribera, y menos aún, los que indican que el mejor modo de combatir una disminución en las precipitaciones es adaptarse a ello mediante cultivos que sobrelleven bien ese régimen de lluvias o la adopción de tecnologías de riego ultraeficientes como las que se emplean en Israel o en España. De fertilizantes sintéticos, esenciales para aumentar los rendimientos agrícolas y mejorar la seguridad alimentaria, ni siquiera hablan porque para fabricarlos es necesario un suministro continuo de electricidad que actualmente las energías renovables no pueden proporcionar.
Algo parecido sucede con la refrigeración. En Nigeria, el 45% de los productos frescos se pudre porque no hay suficientes frigoríficos y la red eléctrica es poco fiable. A escala mundial, 1.300 millones de toneladas de alimentos perecederos se desperdician todos los años debido a la falta de un almacenamiento adecuado, casi todos en países pobres. El almacenamiento en frío y el transporte motorizado son fundamentales para la cadena de suministro de los alimentos. Pero, al igual que la irrigación y la producción de fertilizantes, el almacenamiento en frío consume mucha energía y, por lo tanto, es exclusivo de los países ricos y de medio ingreso.
Vehículos eléctricos
Para hacer frente mejor a las tormentas e inundaciones, los países pobres deben pavimentar carreteras, levantar diques y construir viviendas, escuelas y hospitales. Esto también requiere mucha energía. Las estructuras resistentes requieren hormigón y acero, para cuya fabricación hay que gastar mucha energía. Las carreteras requieren grandes cantidades de asfalto, un derivado del petróleo. Las carreteras asfaltadas no sirven de mucho sin vehículos que circulen por ellas. Pero el mundo todavía está a décadas de distancia de los vehículos eléctricos masivos asequibles. Eso por no hablar de la infraestructura de carga de baterías, algo que en buena parte del mundo es ciencia ficción.
Adaptarse a los extremos climáticos implica consumo de energía, casi siempre de origen fósil. Es por ello por lo que no quieren hablar de adaptación. La Unión Europea, EEUU y las organizaciones ecologistas quieren impedir que en el sur global se extraiga gas o petróleo salvo si es para su propio consumo. Irónicamente, lo hacen para salvar a los pobres del mundo de las catástrofes climáticas, pero si no pueden desarrollarse serán víctimas de desastres naturales con o sin cambio climático.
¿Por qué, entonces, los países del tercer mundo han firmado el marco internacional para la acción climática, a pesar de que saben que la pobreza y la falta de desarrollo económico representan una amenaza mucho mayor para la salud y el bienestar de sus habitantes que el cambio climático? La respuesta es obvia. El marco climático de la ONU se basó en un gran acuerdo: a cambio de un compromiso global para limitar el calentamiento a 2 grados centígrados sobre las temperaturas preindustriales, el mundo desarrollado reduciría drásticamente sus emisiones y sufragaría el coste de la transición a la energía limpia en los países pobres. El tercer mundo aceptó este plan con la esperanza de que trajese más ayuda al desarrollo. Pero en los 30 años transcurridos desde que se adoptó ese marco, ninguna de estas promesas se ha materializado. Desde entonces todo ha sido un eterno retorno con periodicidad anual en el que nadie quiere ver el elefante en la habitación, que no es el cambio climático, sino el hecho de que la clave de todo es el desarrollo económico.
S.Johnson
Poco harán por la humanidad quienes odian a la humanidad. Ese es el fondo de la cuestión.
vallecas
Completamente de acuerdo D. Fernando. Pienso exactamente igual y si supiera escribir hubiera utilizado las mismas palabras. Pero es que esto no es una opinión, es una realidad. ¿Por qué no se trabaja es esa dirección? Porque a los políticos y a Occidente les importa un bledo lo que pase en esos países.
Limpeiro
Vaya Fernando, vas a tener que demandar a Ted Nordhaus por plagiar tu artículo....sin palabras https://foreignpolicy.com/2022/11/06/climate-cop27-emissions-adaptation-development-energy-africa-developing-countries-global-south/?tpcc=recirc_latest062921